No entiendo por qué este afán de destruir la idea de España,
que nos vinculaba. Creo que piensan que separados van a resultar mayores o que
podrán ser más felices, o tal vez, simple y sencillamente, un poco más
prósperos. Pero ¿quiénes son ellos ahora mismo? ¿Cómo y qué piensan hacer para
limpiar su sangre de las adherencias que siglos de intercomunicación e
interdependencia, de convivencia, que es vida, han creado?
Cuando poco a poco se ha generalizado la posibilidad, pienso
que llena de esperanzas, del mestizaje global, unos pocos sueñan con
atrincherarse en un reducto construido con adobes de nostalgias de origen en su
mayor parte legendario.
Me temo que el asunto no tendrá remedio. Cualquier idea, sin
saber cómo, cuándo ni por qué, puede parasitar a multitudes, o, cuando menos, a
grupos de entusiastas, que se sentirán más heroicos cuanto más se trate de
convencerlos o de aislarlos en su minoría, su error o vete a ver si su acierto.
Me acuerdo del lema de aquel miniperiódico universitario de mi tiempo estudiantil:
“a la minoría siempre”. Ser menos, proporciona siempre la satisfactoria
sensación de ser diferente y sólo por ello, de algún modo privilegiado,
escogido. Ser otro, respecto de muchos, proporciona una cierta sensación de
importancia, a veces de otro modo inalcanzable.
No es nada nuevo. Cuentan de un insensato que prendió fuego
a la biblioteca de Alejadría con el único propósito de pasar a la historia. Y
hay quien pienso que de buena fe, está convencido de que sus razones o
sinrazones son las buenas y señalan camino, orientan hacia la mejor y mayor
verdad posible.
Luego suele venir lo que viene. ¿Contra quién se indignan
los indignados? Todos estamos indignados contra unos supuestos responsables de
lo que nos pasa, pero no sé si habremos hecho cuanto estaba a nuestro alcance
para remediar una situación diagnosticable –hasta yo, que soy un ignorante, la
diagnostiqué, de modo que cualquier informado debe haberlo hecho mucho antes-,
cuando decían que aquello, es decir, España, iba bien.
Curioso que seamos los más pobres los pueblos periféricos
del sur de la civilización occidental, y, algunos, su origen y los encauzadores
de su desarrollo, como fueron, pienso, griegos y romanos, a través de que
oriente salió de la crisálida de su milenaria cultura del espíritu. ¿Seremos
quizá los más “humanos”’? ¿Los menos?
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