Organizar, estructurar una derecha en Asturias. Ahí es nada.
Arriesgar el prestigio personal en la doma y conducción de ese disperso
ejército de mínimos, hechos mediocres por aplicación del principio puro y duro
de Peter mutado a la política por evidente analogía.
Nadie en Asturias, donde somos tan pocos que da tiempo a
conocer a casi todos en un par de legislaturas, completas o no, según el
azaroso vaivén de los desencantos y las ilusiones, nadie da un paso adelante,
sabiendo como sabemos que se apresurarán a disuadirte a la vez que te adulan.
No te das cuenta, pero ¿quién eres tú para mandar o
representar a los asturianos de cabeza clara?
No sabía Ortega, cuando, tal vez sin pararse a pensar, nos
obsequió con ese genérico y desde luego supuesto privilegio de la cabeza clara.
Podía habernos llamado braquicéfalos o dolicocéfalos, pero no, cabezas claras.
Y cuesta poco convencerse cuando te halagan de que por algo será.
Nos acechamos. El “vecín” es cuando menos objeto inmediato
de emulación, tal vez envidia, en cuanto que dispone de algo, aunque sea banal,
que nosotros no tenemos, vaca, tractor, pitas o mastín, cualquier cosa, por
poco apetecible que sea.
Y, tenga lo que tenga, debe conseguirse en seguida reducirlo
a nuestro tamaño.
Subirse al podio, atrae el odio.
No, si acaso, un odio mortal y cruento, sino el que baste
para bajarte a ti y a tus humos al nivel de la hierba, que, insisto, ¿quién
eres tú para pretender, no ya ser árbol, sino llegar a arbusto siquiera, por
encima del nivel de los maíces?
Quítate, chacho, que el único capacitado para estar ahí soy
yo. Demasiados “yos”, “egos sublimes”, en una sola corte de milagros. Y así nos
luce el pelo.
Para colmo, muchos de nosotros somos, más allá de Pajares,
brillantes en otro ámbito, porque la emigración, el comercio marítimo antiguo,
el Camino, la industrialización y una rabiosa independencia, nos hacen
diferentes de los demás. Ojo que no hablé de mejores ni de peores, sino de
diferentes. Y tampoco nos lo perdonan. Desconfían de una capacidad que en
algunos casos los deslumbra o los desconcierta.
Somos una gente extraña, para ellos, extravagante y
montaraz. Desconfían.
Lo tenemos, ya lo sabíais, lo sabemos todos, muy difícil.
Una paradoja más, de la consecuencia sociopolítica y socioeconómica de estar
vivos, ser pocos y andar buscando a ciegas quien nos convenza de que al final o
nos organizamos y planificamos o nos convertiremos en aquellas tribus
extravagantes del norte, que mejor dejarlos ahí, que se controlen unos a otros
y se entretengan con sus utopías, sus cantares melancólicos y la ilusión
renovada de que por el mero hecho de ser diferentes, tienen la cabeza
envidiablemente clara. Son los mejores. Grandones.
Auqella inolvidable película se titulaba “De ilusión también
se vive”.
Es cierto.
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