Las villas tristes de veraneo, apenas llegan, si no eres
hostelero de los afortunados -que también los hay de los otros-, al verano siguiente.
Ya vamos viviendo de las vacaciones de otros, privilegiados, que todavía no se
quedaron sin trabajo. Llegarán pronto los turistas, a aliviar otra miaja, pero
cierto número de millones de parados también vendrán a la ya interminable lista
de los que hay, si no se produce algún milagro, como consecuencia de la
reconstrucción del mapa administrativo que alguien tendrá que revisar cualquier
día de estos.
“Miusté”, como decía aquel famoso, tenemos el mismo dinero
que esos otros europeos que todos sabemos, pero ellos tienen más. Ahí está el
secreto. Vuelta a repetir que o nos preparamos a competir con ellos o tendremos
que conformarnos con sus migas y sobrantes. Trabajo no nos van a dar,
probablemente, mientras haya quien se lo ofrezca a menor coste. Vivimos en un
mundo desconsiderado, cruel, que vigila con el rabillo del ojo la cuenta de
resultados cada vez que se habla de solidaridades. Solidario mientras no me
cueste demasiado ni pese sobre la cuenta de resultados de mi empresa.
Cintajos de colores, delimitando peligros de
desprendimientos, y coches mal aparcados. Abuelas empujando con denodado ahínco
los carricoches de sus nietinos. “Mía guaguau –dice el nietín- y hala yo a
tirar para que la perra, joven, juguetona, cariñosa, no trate de encaramárseles
por la mantina de cuadros que los defiende de las turbulencias de la primavera
chiflada que se nos ha venido encima tras del benévolo otoño des este bisiesto.
En el escaparate de las librerías, un libro del Nobel ese que habla sin la más
mínima prudencia de “corralitos”, que ya salieron varios ministros y portavoces
diciendo que no hay riesgo y augures que musitan por lo bajinis que no mentemos
la soga, que estamos dándole ideas al suicidable, hombrecillo, o mujer, triste,
callado, solitario, que a veces van como hablando solos sin telefonino. Tiendas
vacías: se vende, se liquida, se traspasa. “Y ya ve –me dice aquella mujer-,
como no pago la hipoteca, estoy en la lista de morosos y como estoy en la lista
de morosos, no me prestan y como no me prestan, no puedo coger un traspaso para
trabajar por mi cuenta y como no puedo coger un traspaso, no puedo pagar la
hipoteca”. ¿Qué le dirías tú?
Más coches mal aparcados, más abuelas, carricoches,
jubilados que caminan, empujados por esa recomendación de que si no puedes
correr, camina, bebe mucho agua, si encuentras de quien, enamórate. Es bueno,
todo ello -te aseguran-, para sobrevivir. Claro que a lo mejor, no, pero
tampoco vas a pedir que acierten siempre, así, de modo generalizado, los
numerosos aconsejantes, unos médicos, otros aficionados, otros partidarios de
la peligrosa terapia por analogía a que hay tanto aficionado: “mira, a mí
fuéronme bien unes pastillines …” y allá vamos los hipocondríacos a ver si
conseguimos “les pastillines” con que envenenarnos el hipocondrio y tocarnos,
como se decía cuando era yo un nenu, el trigémino.
Como salimos a la misma hora más o menos, nos encontramos
casi siempre a los mismos perros con sus amos respectivos y los mismos amigos y
los mismos enemigos de los perros, casi en las mismas esquinas y las mismas
encrucijadas. Venga de ladridos, de tirones, de carantoñas y de miradas
asesinas, asejún. A veces, la perrina se me asusta, viene, se alza y me lame la
mano hasta que le aseguro que no pasa nada, que todo va por ahora bien, menos
la economía, como era habitual, y ahora, por si éramos pocos, la parida esa de
que nos amenacen con mandar a algún descendiente de Nelson a la vera de
Trafalgar. Por la espalda de la vieja Europa, habrá corrido, supongo, el mismo
escalofrío que por mi asimismo vieja espalda.
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