martes, 22 de mayo de 2012


Recorro, recorremos, Laila y yo, nuestra ruta habitual corta de la mañana. Va por la vera del río. En el río hay el tropel de los patos, el cormorán, se suponen las truchas, el recuerdo de las anguilas deportadas, la huella de las nutrias, las tres ocas desdeñosas y un perro grande, para mí, amenazador, para Laila, atractivo. Se ladran, de lado a lado. Me imagino que él le ha dicho un piropo tal vez algo grosero; ella le dice que no puede ir, que amo no da suelta a la correa, que otro día será. Un poco enfurruñada, marca en dos esquinas y hace su caca al lado de uno de los recipientes con que el ayuntamiento invita a que cosechemos, los amos, mierda de perro. Hoy, la cosecha es abundante. Las bolsas, dita sea, son de las que no se despegan, y, como siempre, mientras me peleo con una, pasan un par de coches, unos niños en bicicleta y una señora con cara de pulgas horribles. Me retuerzo, Laila tironea, la bolsa que si quieres. Por fin, cosecha con éxito, buena añada. Aroma de fábula. Un señor mayor, se ríe abiertamente de mí y resisto la tentación de sacarle la lengua. Buenos días, nos decimos al cruzarnos, muy circunspectos ambos. Y en la media sonrisa con que enseña un colmillo, adivino que mental y sardónicamente añade: buen provecho. No le tiro la bolsa; me hago el tonto -cosa que como es lógico se me da bastante bien-, y, ordenadamente cívico, la deposito en el recipiente municipal

Me venden el periódico, y, mientras lo embolsan, ya veo en las letras gordas de los titulares de la portada que el mundo, que según los fisiócratas, debe “ir por sí mismo”, lo hace y se imita, una vez más, a sí mismo. Casi todas las mañanas, el mundo trata de imitar su comportamiento de ayer. Al fin y al cabo, el mundo forma parte de, engloba nuestro ecosistema y participa del comportamiento general, que tiende a detener el tiempo repitiéndose.

Quienes protagonizan cada evento, cambian, pero el comportamiento se parece. Hay una serie de secuencias tipo que al fin y al cabo son las que delimitan el estado cultural de una porción de la sociedad humana. Somos como somos y así nos comportamos, con algún esporádico esfuerzo por diferenciarnos. Heráclito, aplicando su más conocida deducción, podría haber dicho que somos como somos, parecidos, pero nunca los mismos.

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