Recorro, recorremos, Laila y yo, nuestra ruta habitual corta
de la mañana. Va por la vera del río. En el río hay el tropel de los patos, el
cormorán, se suponen las truchas, el recuerdo de las anguilas deportadas, la
huella de las nutrias, las tres ocas desdeñosas y un perro grande, para mí,
amenazador, para Laila, atractivo. Se ladran, de lado a lado. Me imagino que él
le ha dicho un piropo tal vez algo grosero; ella le dice que no puede ir, que
amo no da suelta a la correa, que otro día será. Un poco enfurruñada, marca en
dos esquinas y hace su caca al lado de uno de los recipientes con que el
ayuntamiento invita a que cosechemos, los amos, mierda de perro. Hoy, la
cosecha es abundante. Las bolsas, dita sea, son de las que no se despegan, y,
como siempre, mientras me peleo con una, pasan un par de coches, unos niños en
bicicleta y una señora con cara de pulgas horribles. Me retuerzo, Laila
tironea, la bolsa que si quieres. Por fin, cosecha con éxito, buena añada.
Aroma de fábula. Un señor mayor, se ríe abiertamente de mí y resisto la
tentación de sacarle la lengua. Buenos días, nos decimos al cruzarnos, muy
circunspectos ambos. Y en la media sonrisa con que enseña un colmillo, adivino
que mental y sardónicamente añade: buen provecho. No le tiro la bolsa; me hago
el tonto -cosa que como es lógico se me da bastante bien-, y, ordenadamente
cívico, la deposito en el recipiente municipal
Me venden el periódico, y, mientras lo embolsan, ya veo en las
letras gordas de los titulares de la portada que el mundo, que según los
fisiócratas, debe “ir por sí mismo”, lo hace y se imita, una vez más, a sí
mismo. Casi todas las mañanas, el mundo trata de imitar su comportamiento de
ayer. Al fin y al cabo, el mundo forma parte de, engloba nuestro ecosistema y
participa del comportamiento general, que tiende a detener el tiempo
repitiéndose.
Quienes protagonizan cada evento, cambian, pero el
comportamiento se parece. Hay una serie de secuencias tipo que al fin y al cabo
son las que delimitan el estado cultural de una porción de la sociedad humana.
Somos como somos y así nos comportamos, con algún esporádico esfuerzo por
diferenciarnos. Heráclito, aplicando su más conocida deducción, podría haber
dicho que somos como somos, parecidos, pero nunca los mismos.
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