¡Cuándo volverá el tiempo aquél –añora un grafitti a pie de
Asturias Mundial- del vino a peseta!
En las tascas de los tiempos de mi tuna, serían chatos a
quince céntimos y ponían dos exánimes boquerones en aceite de tapa gratuíta.
Dos recuerdos, el del autor del grafitti y el mío.
No volverán. Habrá otros vinos, otras monedas y serán otros
los que estén, acodados en las barras de entonces, como en un alféizar de la
ventana que se asoma al patio de ellas, las más bellas, las botellas,
fabricando recuerdos, que, allá en su propio presenio, acariciarán con la misma
nostalgia.
En eso consiste el tiempo, algo así como cada foguera de cada
noche mínima del señor San Juan, que abajo es brasa que se salta -menos en Pedro Manrique, el
pueblo de Soria de mi buen amigo Carlos, donde la brasa se pisa descalzo, con paradójicamente
fría determinación-, y arriba ya cogollo de nube, donde sólo la imaginación
llega.
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