Como ganaron los otros, concluyo que yo no tenía razón. La
razón, o su mayor parte, acredita tenerla quien impone su criterio. Ahora les
deseo la mejor suerte, porque sería bueno para todos que la tuviesen a
raudales, ya que no basta con tener razón, hay que tener, por añadidura,
suerte.
En realidad, lo que llamamos suerte es la ayuda del buen
padre Dios, que pone de su parte lo que, aunque le llamemos nosotros a veces
mala suerte, es en realidad lo que más nos conviene como humanidad, que, además
de individuos, somos.
Hay dos refranes, que, al hilo del refranero Sancho, cito: a
Dios rogando y con el mazo dando, dice uno, y el otro: Dios escribe derecho con
renglones torcidos.
Es probable que este caos en que nos preocupamos sea a la
largo lo mejor. Lo que pasa es que ignoramos por qué caminos.
Hace Pilar Cernuda un acertado análisis de la realidad de
Asturias. Pienso que la leyó bien y diagnostica a mi juicio correctamente. Lo
que al parecer no sabe nadie es por donde tirar en esta encrucijada donde el viento
arrancó los indicadores, y ahora mismo, tirados todos en el suelo, ya no
indican nada.
Los viejos marinos de antes del compás se movían con mapas
del cielo. Cada día me pregunto con mayor asombro cómo habrán hecho las
civilizaciones antiguas para hacer mapas del cielo y cálculos astronómicos que
todavía resultan válidos. Y se me ocurre dudar si tendrán razón los visionarios
de la ciencia ficción cuando nos suponen viajeros cuyos ancestros vinieron del
espacio. Procedentes, como Supermán, del cataclismo previsible de otro planeta.
Ionesco, en una de sus fantasías, recomienda mirar al cielo.
Allí se conserva la luz de algunas estrellas que ya murieron cuando esa luz
suya nos llega a los sentidos, evidenciándolos engañosos. El cielo abre un
horizonte mucho mayor que el que nos ofrece la mar, mucho mayor que el
castellano del trigo por los aledaños de la Mota del Marqués, por donde, los
días que corre el viento, la mar de trigo amenaza con una vaga de mar que
rompería contra los oteros y las espadañas erizadas de cigüeñas.
Ganaron los otros, que harán historia mientras se olvida lo
que decíamos los perdigones de cada confrontación, cada debate, cada tensión
dialéctica.
Ojalá en este caso, echando mano de otro refrán, como los
sanchos solemos, con la frecuencia a que nos trae lo escaso de nuestra
erudición, de todo corazón les deseo que sea tan fácil o más dar trigo que
haber predicado. Amén.
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