sábado, 19 de mayo de 2012


Como ganaron los otros, concluyo que yo no tenía razón. La razón, o su mayor parte, acredita tenerla quien impone su criterio. Ahora les deseo la mejor suerte, porque sería bueno para todos que la tuviesen a raudales, ya que no basta con tener razón, hay que tener, por añadidura, suerte.

En realidad, lo que llamamos suerte es la ayuda del buen padre Dios, que pone de su parte lo que, aunque le llamemos nosotros a veces mala suerte, es en realidad lo que más nos conviene como humanidad, que, además de individuos, somos.

Hay dos refranes, que, al hilo del refranero Sancho, cito: a Dios rogando y con el mazo dando, dice uno, y el otro: Dios escribe derecho con renglones torcidos.

Es probable que este caos en que nos preocupamos sea a la largo lo mejor. Lo que pasa es que ignoramos por qué caminos.

Hace Pilar Cernuda un acertado análisis de la realidad de Asturias. Pienso que la leyó bien y diagnostica a mi juicio correctamente. Lo que al parecer no sabe nadie es por donde tirar en esta encrucijada donde el viento arrancó los indicadores, y ahora mismo, tirados todos en el suelo, ya no indican nada.

Los viejos marinos de antes del compás se movían con mapas del cielo. Cada día me pregunto con mayor asombro cómo habrán hecho las civilizaciones antiguas para hacer mapas del cielo y cálculos astronómicos que todavía resultan válidos. Y se me ocurre dudar si tendrán razón los visionarios de la ciencia ficción cuando nos suponen viajeros cuyos ancestros vinieron del espacio. Procedentes, como Supermán, del cataclismo previsible de otro planeta.

Ionesco, en una de sus fantasías, recomienda mirar al cielo. Allí se conserva la luz de algunas estrellas que ya murieron cuando esa luz suya nos llega a los sentidos, evidenciándolos engañosos. El cielo abre un horizonte mucho mayor que el que nos ofrece la mar, mucho mayor que el castellano del trigo por los aledaños de la Mota del Marqués, por donde, los días que corre el viento, la mar de trigo amenaza con una vaga de mar que rompería contra los oteros y las espadañas erizadas de cigüeñas.

Ganaron los otros, que harán historia mientras se olvida lo que decíamos los perdigones de cada confrontación, cada debate, cada tensión dialéctica.

Ojalá en este caso, echando mano de otro refrán, como los sanchos solemos, con la frecuencia a que nos trae lo escaso de nuestra erudición, de todo corazón les deseo que sea tan fácil o más dar trigo que haber predicado. Amén.

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