martes, 15 de mayo de 2012


El amor, zascandil, es un fenómeno químico que dura lo que un parpadeo ornitológico. Queda la posibilidad de entablar el interminable diálogo o la discusión sempiterna de una convivencia bélica de los sexos, empeñados en batallas de ingenio. El amor, que siempre fue hoguera, es, en realidad, rescoldo. El rescoldo no alumbra, sino que proporciona calor duradero, si se cuida, interminable.

Complementarse por reflejo, rebote, refacción. Yo estoy de pie cuando tú caída, y viceversa. Es el modo único de avanzar la pareja, ocupándote de la otra mitad, que, si no se ocupa de ti, estarás perdido para siempre en esos devastadores conflictos que en el cine y unas novelas, cuanto más baratas mejor, describen como “rehacer tu vida”, cosa imposible. La vida es tan corta que jamás ha dado a nadie tiempo de rehacerla. Si acaso, de irla desbaratando, o, con suerte, componiendo en una conducta, que es el saldo de cuanto bueno y malo habrás alternado.

Es posible podar cada invierno, dando paulatinamente forma a tu particular árbol, que, si no se muere antes, llegará un momento que tendrá la forma que hayas sido capaz de alcanzar, pero nunca otra diferente de la que las podas sucesivas hayan ido perfilando. Me obsesiona el descubrimiento de la certeza de que nadie vuelve atrás, de que es posible arrepentirse, hasta cierto punto, reformarse, hasta cierto punto, recomponerse, hasta cierto punto, pero jamás borrar y reescribir. La pintura sobre viejos óleos, los palimpsestos, son para otras artes. La vida no es un arte, sino artesanía, para el arte queda la ilusión de imaginarte como nunca llegarás a ser del todo. Y ahí puede que esté la gracia de todo este asunto de haber venido al berenjenal del mundo.

Lo que está escrito con la sangre y ese aire que fue nuestra respiración, escrito y respirado está. Es parte indeleble de nuestra fotografía. No de la fotografía que nos pinta la memoria, retocada y arreglada por el subconsciente, sino de la fotografía inexorable que proporcionan un buen objetivo, la luz adecuada y el enfoque exacto. Leí una vez un  libro donde enseñaban que jamás fotografíes a una anciana que haya sido hermosa sin poner una media sobre el objetivo, una gasa, algo difuminador de la realidad pura y dura, suavizante de la insoportable verdad.

La verdad –dicen los textos- os hará libres. Si, pero duele. Tal vez, para poder soportarla, sea imprescindible haberse salido de la frágil encarnadura mortal.

No hay comentarios: