martes, 29 de mayo de 2012


Se interrumpe el periódico digital, todavía incipientes los mecanismos de comunicación, se retuercen, los comunicantes, cuando se les estrechan los canales, muere, entre violentos estertores, un mundo que en su día se había puesto a adorar al becerro de oro del progreso.

El becerro de oro tenía los pies de barro.

No hay más que evolución. Todo va en un puñado hacia su destino y nadie volverá hasta que recorra todo el inmenso arco de la supervivencia de la galaxia, y todavía es posible que entonces hayamos resuelto la incógnita correspondiente y hayamos superado otra andana de misterios y lleguemos, convertidos en el buen padre Dios sabe qué, a los mundos de más allá de los agujeros negros, donde universos enteros se entrecruzan como inconmensurables canicas.

Desde una perspectiva como esa, me parece menos importante todavía el esfuerzo de esa media docena de cuitadiños que se retratan en las escalinatas de los palacios y se disponen a cambiar el rumbo inexorable del final de nuestra época.

Ayer descubrí, lee de aquí, busca de allá, ahora que casi todo cuanto la humanidad conoce está al alcance de la red, la crucifixión de Mathias Grünewald y se me erizaron las ignorancias pendientes bajo la piel del conocimiento superficial que nos recubre a la gente de este tiempo de encrucijada.

Supongo que la sensación de vacío que acompaña a la vejez, errante por entre tantas ruinas de posibilidades de haber aprovechado más el tiempo, aprendido más, afinado la comprensión y el sentido estético, cuando se abre al final de trayecto un paisaje abierto a los más sugestivos y apasionantes horizontes que lindan con lo que casi inmediatamente se irá haciendo cognoscible, será una sensación que estoy compartiendo con una ingente multitud de personas que me precedieron y me han de seguir en la historia de la gente sobre la tierra.

Una sensación de voracidad insaciable, con que la Sabiduría nos atrae y de que nos son más que señuelos los atractivos que se suceden de este lado del espejo, donde es la ansiedad de saber que nos conmueve la que mueve el tiempo de aprendizaje. 

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