Doña Juana, que tal vez por ahí empezó lo de llamarle “la Loca”, paseó los restos de don Felipe, su amado esposo, rodeados de hachones encendidos, por tierras de Castilla. Somos proclives, en esta tierra nuestra del lucero vespertino, a jugar en plan de amigos con la muerte. Al mus, al tresillo, al parchís, a la oca, nos da igual, incluso a la guerra, jugamos con la “Dama del Alba” de Casona. La ponemos en las canciones y estuvo mucho antes en la Santa Compaña y en el Huestia Vaqueira que en la serie de los zombies y el sheriff que se enfrentan ahora en la habitual ventanilla de las sobremesas en que sigo fiel al Mentalista y su Juanito el Rojo, tan huidizo como aquel Fugitivo de la prehistoria. Llevamos y traemos a nuestros muertos y a los del contradictor, el adversario, el enemigo o el amigo con tanta frecuencia que es últimamente una ventaja lo de la incineración que ya preferimos la mayoría para que en su caso resulte fácil cuando molestemos, que siempre habrá a quien molestemos, abran la tapa y soplen. O el último día, como insisto en creer, resucitaremos, o si no, ¿qué habría quedado de nuestra ínfima memoria individual?
No estorban nada los restos de Franco en la basílica del Valle de los Caídos, como no estorban el resto de los históricos, dispersos por la geografía monumental patria, de uno y otro bando de cada lío nacional, que mira que hubo, cuando ya no dicen nada a quien descifra el nombre, los atributos y los viejos romances y latines con que los admiraron o denostaron sus enterradores. Moverlos de un lado a otro es lo que podría suscitar pasiones hoy domesticadas cuando menos por el paso del tiempo. Yo os aconsejaría traer otros restos de los demás bandos, ejércitos, idearios, utopías y sueños y enterrarlos en el mismo Valle y la misma basílica. No repudiar, sino aproximar. Que cada cual pueda encomendar al que prefiera cuando seguramente andan juntos por los jardines del buen padre Dios, deslumbrados ahora por la verdad que seguramente los convoca a darse cuenta de la banalidad de cuanto de este lado del espejo creyeron que los había separado definitivamente.
Como recoge cada valle el agua de la cuenca de su río, procedente de tierras de tan varia propiedad y naturaleza, convirtamos el Valle en un lugar de convocatoria a la paz duradera, a la libertad y a la justicia de la muerte, que todo lo niveló hace tanto tiempo para que éste de ahora haya sido posible.
En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
miércoles, 30 de noviembre de 2011
Lo que me quedaba por leer se ha escrito ya y a trancas y barrancas, que ahora son las hormigas del hormiguero televisivo, me entero de que hay quien piensa y escribe todavía que la “derecha conservadora” es culpable de nuestros duelos y quebrantos actuales.
Por lo visto, lo dijo Papandreu mientras bajaba meditabundo la escalinata del poder griego, que les habrán, digo yo, dado escalofríos a los estadistas inventores de todas las democracias posibles. Polibio, entre otros, ya describía, en su Historia, lo que iba a ser la política de hogaño y cuáles sus probables meandros. Pienso que acertó.
Llama poderosamente la atención de cualquiera esa adjetivación menospreciativa de la derecha, que es casi siempre “derecha conservadora”, con la que, sin embargo, el que la aplica da a entender que hay otra derecha, al parecer sólo imaginable, dado que nunca se nos informa de por dónde anda y quiénes militan en ella.
Nos andamos todavía por los campamentos de hace dos siglos, tratando, a falta de signos y señales mejores, para identificarnos y despreciarnos, de los que caracterizaron a las gentes de entonces, y pretendemos sin el menor éxito por cierto, evitar el hecho incontrovertible de que muchos de los postulados y la mayor parte de las pretensiones que enfrentaron a los de la derecha con los de la izquierda se han convertido en convicciones, pretensiones y derechos defendidos como derechos o establecidos como obligaciones humanas de todo el abanico sociopolítico y socioeconómico.
Ya hay, por eso, izquierda conservadora y derecha progresista, a la vez que hay derecha en efecto conservadora e izquierda progresista. Y se ha descubierto hace mucho que ni procede ser exclusivamente lo uno o lo otro, so pena respectiva de empecinarse en que todo sea nuevo o todo sea antiguo, cuando, como suele ocurrir, el equilibrio entre lo que vale la pena conservar y lo que inexcusablemente hay que recibir y asimilar es lo que permite seguir su camino a la caravana humana, dinámica por esencia.
Ni la derecha ni la izquierda tienen culpa exclusiva de cuanto nos aflige, ni una ni otra están exentas de sendas cuotas de responsabilidad. Y cada vez que un supuesto prohombre de una u otra insignia se pronuncia y trata de endosar las dificultades a su vecino, se pierde el tiempo leyéndolo, un tiempo precioso y necesario sin la menor duda para arrimar ambos hombros y empujar hacia la salida
Por lo visto, lo dijo Papandreu mientras bajaba meditabundo la escalinata del poder griego, que les habrán, digo yo, dado escalofríos a los estadistas inventores de todas las democracias posibles. Polibio, entre otros, ya describía, en su Historia, lo que iba a ser la política de hogaño y cuáles sus probables meandros. Pienso que acertó.
Llama poderosamente la atención de cualquiera esa adjetivación menospreciativa de la derecha, que es casi siempre “derecha conservadora”, con la que, sin embargo, el que la aplica da a entender que hay otra derecha, al parecer sólo imaginable, dado que nunca se nos informa de por dónde anda y quiénes militan en ella.
Nos andamos todavía por los campamentos de hace dos siglos, tratando, a falta de signos y señales mejores, para identificarnos y despreciarnos, de los que caracterizaron a las gentes de entonces, y pretendemos sin el menor éxito por cierto, evitar el hecho incontrovertible de que muchos de los postulados y la mayor parte de las pretensiones que enfrentaron a los de la derecha con los de la izquierda se han convertido en convicciones, pretensiones y derechos defendidos como derechos o establecidos como obligaciones humanas de todo el abanico sociopolítico y socioeconómico.
Ya hay, por eso, izquierda conservadora y derecha progresista, a la vez que hay derecha en efecto conservadora e izquierda progresista. Y se ha descubierto hace mucho que ni procede ser exclusivamente lo uno o lo otro, so pena respectiva de empecinarse en que todo sea nuevo o todo sea antiguo, cuando, como suele ocurrir, el equilibrio entre lo que vale la pena conservar y lo que inexcusablemente hay que recibir y asimilar es lo que permite seguir su camino a la caravana humana, dinámica por esencia.
Ni la derecha ni la izquierda tienen culpa exclusiva de cuanto nos aflige, ni una ni otra están exentas de sendas cuotas de responsabilidad. Y cada vez que un supuesto prohombre de una u otra insignia se pronuncia y trata de endosar las dificultades a su vecino, se pierde el tiempo leyéndolo, un tiempo precioso y necesario sin la menor duda para arrimar ambos hombros y empujar hacia la salida
martes, 29 de noviembre de 2011
Consejo Social. Aprovecho para llorar por la vieja Fonseca de los tunos, con los libros empeñados y pidiendo préstamos para enseñar a la gente modos y maneras propios del tiempo que viene. Lloro por mi alma mater, andrajosa, valiente. Tendremos que sacarla adelante. Tendrán que hacerlo, mis nietos ya, y los tuyos, y los de ese otro que pasa. La Universidad tiene que estar en la explosión del tiempo que viene, cargado de novedades, recién descubierto. Alcemos la antorcha, con las fuerzas que nos queden, que la Universidad es indispensable para contarnos nuestra historia, abrirnos las ventanas y enseñarnos el indescriptible paisaje del futuro humano, en cuanto aprendamos a convivir con los malos, los ignorantes, los incapaces y los inútiles y comprendamos que entre ellos y nosotros formamos el tropel de la hermosa gente que puso en buen padre Dios para poblar el mundo. Me emociona formar parte, aunque sea aquí, en este esquina de la mesa del tercer piso, sesenta y seis escalones que apenas puedo ya arrastrarme para subir semiahogado, del edificio ahí dejado de la mano en una esquina de la plaza. La plaza se ennoblece con la sombra del antiguo edificio de la Universidad vieja, donde los bancos roídos de la carcoma y los colores de los reposteros gastados de que los miren cada año ojos nuevos, con la librería de la esquina, con los fumadores al sol tardío, otoñal, de la terraza próxima.
Hay mucho trabajo pendiente, en esto de la enseñanza y la educación que viene escrita en los márgenes de las páginas del libro del saber. Mucho más del que yo soy capaz de hacer, o cualquiera. Ni siquiera un joven ni un ejército de ellos bastaría, pero tenemos que poner el hombro y empujar con todas las fuerzas de cada cual, desde los viejecitos hasta el recién llegado que no sabe traducir los latines de las fachadas, los recovecos, ni los lemas de los reposteros. Inter médium montium pertransibunt aquae. Por lo más intrincado, entre las piedras, por donde parece imposible, atraviesa el agua clara, el agua viva. Por eso hay esperanza.
Hay mucho trabajo pendiente, en esto de la enseñanza y la educación que viene escrita en los márgenes de las páginas del libro del saber. Mucho más del que yo soy capaz de hacer, o cualquiera. Ni siquiera un joven ni un ejército de ellos bastaría, pero tenemos que poner el hombro y empujar con todas las fuerzas de cada cual, desde los viejecitos hasta el recién llegado que no sabe traducir los latines de las fachadas, los recovecos, ni los lemas de los reposteros. Inter médium montium pertransibunt aquae. Por lo más intrincado, entre las piedras, por donde parece imposible, atraviesa el agua clara, el agua viva. Por eso hay esperanza.
lunes, 28 de noviembre de 2011
Das en leer lo último de Pilar Urbano y se abren las carnes atisbando por entre los cortinajes las manos en que andamos con frecuencia las pobres gentes esforzadas de cada día. No parece posible que semejantes personajes escriban la historia, y sin embargo …
No sé por qué, regreso esta mañana a alguno de los claustros recorridos en lo que ahora son paradores de turismo o pousadas equivalentes de Portugal, donde todo el aire es brisa marina. Contrasta la sosegada paz con estos protagonistas de novela barata y chisme que corre de boca en boca, cuentiquinos de aldea, códigos secretos de patio de colegio y que no se entere el señor maestro de que lleva la chaqueta de pana manchada de tiza.
Soledades y silencios, si acaso unos cipreses en la esquina, el pozo seco o la fuente que no calla, diurética, en medio de la noche apenas discretamente apartada, como un crespón, por lamparillas disimuladas.
Son increíbles las dimensiones de esta castaña del mundo, flotando en medio del Universo con todos nosotros a bordo y en las cabezas, desde la más mínima banalidad hasta los cálculos asombrosos que nos permiten medir lo inconmensurable y establecer hipótesis hasta de cómo empezó o acabará no sabemos qué, que sin duda nos abarca y concierne.
De pronto, en esta mañana clara de primeras heladas del invierno inminente, salto de libro en libro, buscando el sosiego de alguien con quien compartir la inquietud con que me despertaron esta mañana las trivialidades de la gente que dicen importante de cada época.
Heñir, era lo que se hacía y tal vez hace para dar el último apresto a la masa antes de hornear el pan. Darle una paliza, para sosegarla, a la pasta. A la gente ¿cómo se conjuga?, se nos hiñe como si fuésemos homogéneos, estuviéramos a punto para hornear y salir formados, bien cocidos, bollos de cuernos y panchetas, bollas y chapatas, blandura de la miga y la corteza crujiente. Debe ser cosa del frío, esto de que se me salten las lágrimas, nada más abandonar el zaguán y entrarme en la calle, donde la vida bulle, acoge, se siente y cada uno que pasa, con que te cruzas, es carne, hueso y alma volandera, y se ve en cada sonrisa que la gente, a pesar de todo, es capaz de sueños.
“Espántase si agita en la maleza
las leves hojas, juguetón, el viento;
y si el verde lagarto
entre zarzas oculta las remueve,
el corazón del cervatillo tiembla
y tiemblan sus rodillas …”
La oda de Horacio me devuelve a la Tierra, este lugar de cuya piel no quiso vender ni siquiera un retazo aquel jefe indio al señor presidente de los EEUU porque ¿cómo puede venderse los que el Gran Manitú ofrece a todos los hombres?
No sé por qué, regreso esta mañana a alguno de los claustros recorridos en lo que ahora son paradores de turismo o pousadas equivalentes de Portugal, donde todo el aire es brisa marina. Contrasta la sosegada paz con estos protagonistas de novela barata y chisme que corre de boca en boca, cuentiquinos de aldea, códigos secretos de patio de colegio y que no se entere el señor maestro de que lleva la chaqueta de pana manchada de tiza.
Soledades y silencios, si acaso unos cipreses en la esquina, el pozo seco o la fuente que no calla, diurética, en medio de la noche apenas discretamente apartada, como un crespón, por lamparillas disimuladas.
Son increíbles las dimensiones de esta castaña del mundo, flotando en medio del Universo con todos nosotros a bordo y en las cabezas, desde la más mínima banalidad hasta los cálculos asombrosos que nos permiten medir lo inconmensurable y establecer hipótesis hasta de cómo empezó o acabará no sabemos qué, que sin duda nos abarca y concierne.
De pronto, en esta mañana clara de primeras heladas del invierno inminente, salto de libro en libro, buscando el sosiego de alguien con quien compartir la inquietud con que me despertaron esta mañana las trivialidades de la gente que dicen importante de cada época.
Heñir, era lo que se hacía y tal vez hace para dar el último apresto a la masa antes de hornear el pan. Darle una paliza, para sosegarla, a la pasta. A la gente ¿cómo se conjuga?, se nos hiñe como si fuésemos homogéneos, estuviéramos a punto para hornear y salir formados, bien cocidos, bollos de cuernos y panchetas, bollas y chapatas, blandura de la miga y la corteza crujiente. Debe ser cosa del frío, esto de que se me salten las lágrimas, nada más abandonar el zaguán y entrarme en la calle, donde la vida bulle, acoge, se siente y cada uno que pasa, con que te cruzas, es carne, hueso y alma volandera, y se ve en cada sonrisa que la gente, a pesar de todo, es capaz de sueños.
“Espántase si agita en la maleza
las leves hojas, juguetón, el viento;
y si el verde lagarto
entre zarzas oculta las remueve,
el corazón del cervatillo tiembla
y tiemblan sus rodillas …”
La oda de Horacio me devuelve a la Tierra, este lugar de cuya piel no quiso vender ni siquiera un retazo aquel jefe indio al señor presidente de los EEUU porque ¿cómo puede venderse los que el Gran Manitú ofrece a todos los hombres?
domingo, 27 de noviembre de 2011
Tres días le quedan, contando el de hoy, grisáceo y húmedo, al noviembre que llama feliz el refrán, porque “empieza por todos Santos y acaba por san Andrés”, que será, si el buen padre Dios quiere, el próximo día treinta.
Conocí a un hombre sumamente educado, bondadoso, pacífico en extremo y ateo convicto, que se llamaba Andrés y se quedó ciego en un fallo de operación de cataratas. Cuando vives mucho, sabes de cosas aterradoras, que te atemorizan y encogen el ánimo. Tal vez sea otro de los precios de la supervivencia, que tiene algunos más, según cada cierto tiempo, sin concierto ni orden, vas descubriendo.
Y te humanizan.
¿Es esto humanizarse? Ir descubriendo las debilidades humanas, con lo que contrapesas haberte supuesto capaz de alcanzar el ribete de la capa de la sabiduría. A la vuelta de cada esquina que doblas, descubres asimismo la inmensidad del saber y que es imposible llegar a cotas notables de sabiduría en la corta magnitud de vida de la especie. Y sin embargo, una magnitud, ésta de vivir, creciente por término medio. Hace bien poco, un ciudadano se hacía viejo entre los cuarenta y los cincuenta años, antes incluso del presenio.
Habrá que ir estudiando, sin duda generaciones futuras lo harán, para mejorar las condiciones de vida de los cada vez más viejos, que ahora se van llenado de achaques y goteras, como los caserones antiguos. De algún rincón de la memoria, me llega con esto de las goteras el título de un premio creo que Planeta, de allá por los cincuenta o sesenta: “Una casa con goteras”. Ya pocos recuerdan, salvo en los listados de premiados a Santiago Loren, de quien ya no recuerdo si supe alguna vez que hubiera escrito algo más. En aquella época, leía yo, puntual y devotamente, cuantos premios podía comprar. Todavía creía, aunque cada vez menos, que los premios tenían que ser buenos relatos y excelentes novelas siempre.
Me dicen que perdió el Barcelona, por primera vez en este campeonato de liga. Ser el mejor no es algo que dure. Siempre aparece alguien que te pincha el globo, como cuando eras niño y armabas aquella llantina al comprobar que tu hermoso globo rojo no era más que una burbuja de aire, apenas sujeto por una membrana demasiado frágil.
Conocí a un hombre sumamente educado, bondadoso, pacífico en extremo y ateo convicto, que se llamaba Andrés y se quedó ciego en un fallo de operación de cataratas. Cuando vives mucho, sabes de cosas aterradoras, que te atemorizan y encogen el ánimo. Tal vez sea otro de los precios de la supervivencia, que tiene algunos más, según cada cierto tiempo, sin concierto ni orden, vas descubriendo.
Y te humanizan.
¿Es esto humanizarse? Ir descubriendo las debilidades humanas, con lo que contrapesas haberte supuesto capaz de alcanzar el ribete de la capa de la sabiduría. A la vuelta de cada esquina que doblas, descubres asimismo la inmensidad del saber y que es imposible llegar a cotas notables de sabiduría en la corta magnitud de vida de la especie. Y sin embargo, una magnitud, ésta de vivir, creciente por término medio. Hace bien poco, un ciudadano se hacía viejo entre los cuarenta y los cincuenta años, antes incluso del presenio.
Habrá que ir estudiando, sin duda generaciones futuras lo harán, para mejorar las condiciones de vida de los cada vez más viejos, que ahora se van llenado de achaques y goteras, como los caserones antiguos. De algún rincón de la memoria, me llega con esto de las goteras el título de un premio creo que Planeta, de allá por los cincuenta o sesenta: “Una casa con goteras”. Ya pocos recuerdan, salvo en los listados de premiados a Santiago Loren, de quien ya no recuerdo si supe alguna vez que hubiera escrito algo más. En aquella época, leía yo, puntual y devotamente, cuantos premios podía comprar. Todavía creía, aunque cada vez menos, que los premios tenían que ser buenos relatos y excelentes novelas siempre.
Me dicen que perdió el Barcelona, por primera vez en este campeonato de liga. Ser el mejor no es algo que dure. Siempre aparece alguien que te pincha el globo, como cuando eras niño y armabas aquella llantina al comprobar que tu hermoso globo rojo no era más que una burbuja de aire, apenas sujeto por una membrana demasiado frágil.
sábado, 26 de noviembre de 2011
Quedan pocos caballos y se ve que no son de trabajo. No hay feria de Santa Catalina que valga. Ni gochinos para tratar de vender ni bueyes para presumir. Una ringla de caballos en el llerón del río, para que se produzca un cierto parecido con lo que fue la feria y fiesta anual de Santa Catalina en un tiempo pasado ni mejor ni peor, en este orden de cosas, sino diferente.
Ahora con los caballos se presume y se pasea, pero la mayoría no sabemos montar y ya quedan escasos centauros de los que se hacían uno con la cabalgadura y la conducen con las rodillas, todavía alguno.
-¿Y los caballos
-Ahora llévolos n’el motor del coche, ¿nun oyes cómo ruxen cundo paso?
El mocerío tiene trucados los motores y le hace milagros al tubo de escape para que ruja el cochecito como si fuese un fórmula uno Un gallego que vino pensando que asistía a una feria de verdad con dos casi purasangres, enfadado, los remete en el furgón y se va diciendo en voz baja lo que no se enteren dueñas.
Saco unas fotos, más para que la cámara disfrute haciendo maravillas que para disfrutar yo, que me acuerdo con hacía las mil y una piruetas para buscar “tomas” y ahora bastante hago con remar trabajosamente hacia una esquina y desde allí buscar curiosos efectos de luz. Me parezco a esos pintores abstractos que toman una esquina, un reflejo, el cacho roto de una porcelana y sacamos la fotografía del viejo o la del miope, que desmenuzan lo que alcanzan para que su reproducción deforme parezca inhabitual, cuando sólo es que está mirado de distinta manera.
Del día de Santa Catalina se ha conservado la tradición de comer callos procedentes de la matanza reciente. Comemos callos, acompañados de un vino de La Rioja y unas patatinas fritas, que los suavizan, despojados como vienen de excesos de picante, cual conviene a viejecitos como mi mujer y yo.
Nos dieron ayer premios de Libertad de Expresión, que confiere y reparte el director, redactor jefe, administrador y hasta repartidor de un periódico comarcal, La Voz de Occidente. Bueno, creo que más o menos les agradecía ayer, éste es un premio simbólico, que desmerece en una lista de personas que de verdad defendieron la libertad de expresión con riesgo y quebranto de su carne, derramamiento de su sangre y frecuente y profunda herida de su faltriquera. Lo mío, al fin y al cabo, no fueron más que palabras y coadyuvar en la solicitud de ayuda económica para cada fiesta anual de esta manifestación, una de las más importantes, de la libertad, base y fundamento, junto con la paz, de la convivencia humana.
La otra pata del trípode es la justicia –justicia, paz y libertad cimentan la convivencia indispensable para la vida-, pero la justicia es mudable y depende, tal y como la entendemos los humanos, del tiempo y el espacio en que se invoca y se dice que se aplica por la diosa antropomórfica de los ojos vendados, hay ocasiones que dejando rendijas subrepticias para por lo menos entrever, pero ésta, como diría Rudiar Kipling, es otra historia
Ahora con los caballos se presume y se pasea, pero la mayoría no sabemos montar y ya quedan escasos centauros de los que se hacían uno con la cabalgadura y la conducen con las rodillas, todavía alguno.
-¿Y los caballos
-Ahora llévolos n’el motor del coche, ¿nun oyes cómo ruxen cundo paso?
El mocerío tiene trucados los motores y le hace milagros al tubo de escape para que ruja el cochecito como si fuese un fórmula uno Un gallego que vino pensando que asistía a una feria de verdad con dos casi purasangres, enfadado, los remete en el furgón y se va diciendo en voz baja lo que no se enteren dueñas.
Saco unas fotos, más para que la cámara disfrute haciendo maravillas que para disfrutar yo, que me acuerdo con hacía las mil y una piruetas para buscar “tomas” y ahora bastante hago con remar trabajosamente hacia una esquina y desde allí buscar curiosos efectos de luz. Me parezco a esos pintores abstractos que toman una esquina, un reflejo, el cacho roto de una porcelana y sacamos la fotografía del viejo o la del miope, que desmenuzan lo que alcanzan para que su reproducción deforme parezca inhabitual, cuando sólo es que está mirado de distinta manera.
Del día de Santa Catalina se ha conservado la tradición de comer callos procedentes de la matanza reciente. Comemos callos, acompañados de un vino de La Rioja y unas patatinas fritas, que los suavizan, despojados como vienen de excesos de picante, cual conviene a viejecitos como mi mujer y yo.
Nos dieron ayer premios de Libertad de Expresión, que confiere y reparte el director, redactor jefe, administrador y hasta repartidor de un periódico comarcal, La Voz de Occidente. Bueno, creo que más o menos les agradecía ayer, éste es un premio simbólico, que desmerece en una lista de personas que de verdad defendieron la libertad de expresión con riesgo y quebranto de su carne, derramamiento de su sangre y frecuente y profunda herida de su faltriquera. Lo mío, al fin y al cabo, no fueron más que palabras y coadyuvar en la solicitud de ayuda económica para cada fiesta anual de esta manifestación, una de las más importantes, de la libertad, base y fundamento, junto con la paz, de la convivencia humana.
La otra pata del trípode es la justicia –justicia, paz y libertad cimentan la convivencia indispensable para la vida-, pero la justicia es mudable y depende, tal y como la entendemos los humanos, del tiempo y el espacio en que se invoca y se dice que se aplica por la diosa antropomórfica de los ojos vendados, hay ocasiones que dejando rendijas subrepticias para por lo menos entrever, pero ésta, como diría Rudiar Kipling, es otra historia
viernes, 25 de noviembre de 2011
Rebusco. Idioma arriba y abajo, de la mano de Pilar García Moutón y de la de Manuel Seco, por entre las palabras moribundas y el español moderno. Curioso ejercicio lleno de altibajos, pena por unas, y sorpresas, descubrimiento de las nuevas palabras que traen tantas veces esas olas que van y vienen por el océano Atlántico, otrora Mar Tenebroso ante que se inmovilizaban las embarcaciones salidas del Mediterráneo por entre las columnas de Hércules.
Entre ellas y el spanglish, ¿hay del otro lado un anglospanish?, hacia que derivamos arrastrados por vientos de la técnica, está cambiando un castellano encima maltratado en televisión, prensa y algunos libros, si no con mucha, con eficaz frecuencia, que nos va arrastrando, hemos de reconocerlo, a casi todos los que apenas tenemos bagaje suficiente para una momentánea resistencia, desde que, sin darnos cuenta siquiera, solemos pasar a la rendición incondicional del mimetismo.
Poco a poco me entero de que estaba yo equivocado y debe decirse en singular traspié, y no traspiés, pero tenía razón cuando mantengo que no se puede decir que un equipo o un atleta van a entrenar, sino que siempre han de ir a entrenarse, sin perjuicio de que un experto pueda ir a entrenar al equipo o al atleta de que se trate.
Mientras tanto, incontables palabras mueren en el desuso. Víctimas, unas, de los avances técnicos o el abandono de determinadas prácticas y oficios, pero otras por pereza de lector, que va limitando su idioma al indispensable para la vida cotidiana, para lo que puede llegar un diez por ciento, y exagero, del diccionario y sobra la gramática.
Esta cita de la gramática me trae a una tendencia, que me han dicho se está produciendo, a considerar que la gramática no es más que una mera explicación constantemente mutable de lo que ocurre a su alrededor y con subsecciones o apartados según la academia más cercana. Me permito apuntarme entre quienes opinen que la gramática es el conjunto de reglas fundamentales de utilización de un idioma. Y no es que las considere inmutables, que inmutable no hay nada, ni definitivamente cierto, de este lado del espejo, pero sí difícil y muy estudiada y motivadamente mutables, como lo han de ser siempre las leyes y reglas fundamentales de países y culturas.
Puede que en alguna época, antes de Babel, todos los humanos hablasen el mismo idioma inicial, y que haya habido la misma dispersión con que los hombre tienden a disponer de idiomas, dialectos, argots o modos convenidos de diferenciarse de los demás y comunicarse en secreto con grupos relativamente pequeños en comparación con esa ingente masa de ya más de siete mil millones de humanos que por ahí pululan y que crece sin cesar.
Entre ellas y el spanglish, ¿hay del otro lado un anglospanish?, hacia que derivamos arrastrados por vientos de la técnica, está cambiando un castellano encima maltratado en televisión, prensa y algunos libros, si no con mucha, con eficaz frecuencia, que nos va arrastrando, hemos de reconocerlo, a casi todos los que apenas tenemos bagaje suficiente para una momentánea resistencia, desde que, sin darnos cuenta siquiera, solemos pasar a la rendición incondicional del mimetismo.
Poco a poco me entero de que estaba yo equivocado y debe decirse en singular traspié, y no traspiés, pero tenía razón cuando mantengo que no se puede decir que un equipo o un atleta van a entrenar, sino que siempre han de ir a entrenarse, sin perjuicio de que un experto pueda ir a entrenar al equipo o al atleta de que se trate.
Mientras tanto, incontables palabras mueren en el desuso. Víctimas, unas, de los avances técnicos o el abandono de determinadas prácticas y oficios, pero otras por pereza de lector, que va limitando su idioma al indispensable para la vida cotidiana, para lo que puede llegar un diez por ciento, y exagero, del diccionario y sobra la gramática.
Esta cita de la gramática me trae a una tendencia, que me han dicho se está produciendo, a considerar que la gramática no es más que una mera explicación constantemente mutable de lo que ocurre a su alrededor y con subsecciones o apartados según la academia más cercana. Me permito apuntarme entre quienes opinen que la gramática es el conjunto de reglas fundamentales de utilización de un idioma. Y no es que las considere inmutables, que inmutable no hay nada, ni definitivamente cierto, de este lado del espejo, pero sí difícil y muy estudiada y motivadamente mutables, como lo han de ser siempre las leyes y reglas fundamentales de países y culturas.
Puede que en alguna época, antes de Babel, todos los humanos hablasen el mismo idioma inicial, y que haya habido la misma dispersión con que los hombre tienden a disponer de idiomas, dialectos, argots o modos convenidos de diferenciarse de los demás y comunicarse en secreto con grupos relativamente pequeños en comparación con esa ingente masa de ya más de siete mil millones de humanos que por ahí pululan y que crece sin cesar.
Recién celebrado San Martín y durante sus fastos ejecutado el gochu, llegaba Santa Catalina y la compra de otro gochín que entamar criar p’al añu que bien, si Dios quier.
Por Santa Catalina es tradición comer callos, en redor del Adviento, que hay que criar grasa pa los rigores que se acercan, de diciembre a febrero, con el alivio de la Navidad.
La Navidad es un tiempo tan alegre, al socaire del turrón, los mazapanes y los regalinos de Reyes, que, sean o no blancas, no se puede asegurar que sea tiempo d’ivierno. Por más que este malhadado año, leo en el periódico que siguen sacando a la gente de casa, por no poder pagar.
Dije y repito que la casa, el hogar familiar, el fumo de la vecindad ciudadana germánica, debe ser inembargable, a la vez que inviolable, en su condición de último reducto de la dignidad personal de todos y cada uno de los miembros de la familia que en ella convivan.
Ni siquiera Mr. Scrooge debe poder echar a nadie de casa en ninguna época, pero menos todavía en Navidad. Y la administración pública debe mantener una serie de viviendas proporcional al número de habitantes de cada núcleo, que deben ocupar quienes necesiten y no puedan pagar un hogar familiar.
Ya lo sé. Se presta a abusos. Pues estúdienlo, organícenlo, pero resuélvanlo para ayer, mejor que para mañana. Incluso cabe que determinados trabajos sociales queden a cargo de quienes ocupen esas viviendas, mientras las ocupen.
La sociedad tiene que soportar sus cargas.
Por Santa Catalina hay que prepararse a invernar, que las noches son largas y propicias a arrebujarse junto a la chimenea, trocada en radiador de calefacción, o en la cocina, como cuando era llar, y que quien las sepa cuente las tremendas historias jamás ocurridas, o tal vez sí porque no hay nadie que realmente sepa cómo fue la verdadera historia del mundo y de cada hombre, ni por qué hizo cada cual lo que hizo, por disparatado o increíble que fuese.
Tuvimos este año un otoño en nuestro pequeño ámbito apacible, soleado, bastante mejor que el verano. Ahora, en verano, es como si el mar evaporase más agua y cargase el aire hasta convertirlo en una espesa mermelada húmeda que cuesta respirar. Al menor esfuerzo, sales de la ducha y ya estás sudando. Hace calores insólitos para nosotros. Puede que sea cierto eso que dicen de que está produciéndose un cambio en las condiciones de vida de la Tierra.
No es de extrañar. Fijaivos en la difiriencia con cuando éramos nenos y no había más teléfonos que los de manivela, tardabas días en falar con Uviéu, andaba gran cantidad de gente descalza, cosa que personalmente me impresionó siempre mucho y hasta tovía nos tocaron los últimos coletazos del cine mudo, con las películas de Charlot, Nosferatu y Tom Mix, cuando iba’l mocín a salvar a la moza, que la tenían los indios amarrad’al palu la tortura, galopando como loco y veníase abajo el enardecido gallinero del cine gritando aquello de “¡hala mocín!”. -
Por Santa Catalina es tradición comer callos, en redor del Adviento, que hay que criar grasa pa los rigores que se acercan, de diciembre a febrero, con el alivio de la Navidad.
La Navidad es un tiempo tan alegre, al socaire del turrón, los mazapanes y los regalinos de Reyes, que, sean o no blancas, no se puede asegurar que sea tiempo d’ivierno. Por más que este malhadado año, leo en el periódico que siguen sacando a la gente de casa, por no poder pagar.
Dije y repito que la casa, el hogar familiar, el fumo de la vecindad ciudadana germánica, debe ser inembargable, a la vez que inviolable, en su condición de último reducto de la dignidad personal de todos y cada uno de los miembros de la familia que en ella convivan.
Ni siquiera Mr. Scrooge debe poder echar a nadie de casa en ninguna época, pero menos todavía en Navidad. Y la administración pública debe mantener una serie de viviendas proporcional al número de habitantes de cada núcleo, que deben ocupar quienes necesiten y no puedan pagar un hogar familiar.
Ya lo sé. Se presta a abusos. Pues estúdienlo, organícenlo, pero resuélvanlo para ayer, mejor que para mañana. Incluso cabe que determinados trabajos sociales queden a cargo de quienes ocupen esas viviendas, mientras las ocupen.
La sociedad tiene que soportar sus cargas.
Por Santa Catalina hay que prepararse a invernar, que las noches son largas y propicias a arrebujarse junto a la chimenea, trocada en radiador de calefacción, o en la cocina, como cuando era llar, y que quien las sepa cuente las tremendas historias jamás ocurridas, o tal vez sí porque no hay nadie que realmente sepa cómo fue la verdadera historia del mundo y de cada hombre, ni por qué hizo cada cual lo que hizo, por disparatado o increíble que fuese.
Tuvimos este año un otoño en nuestro pequeño ámbito apacible, soleado, bastante mejor que el verano. Ahora, en verano, es como si el mar evaporase más agua y cargase el aire hasta convertirlo en una espesa mermelada húmeda que cuesta respirar. Al menor esfuerzo, sales de la ducha y ya estás sudando. Hace calores insólitos para nosotros. Puede que sea cierto eso que dicen de que está produciéndose un cambio en las condiciones de vida de la Tierra.
No es de extrañar. Fijaivos en la difiriencia con cuando éramos nenos y no había más teléfonos que los de manivela, tardabas días en falar con Uviéu, andaba gran cantidad de gente descalza, cosa que personalmente me impresionó siempre mucho y hasta tovía nos tocaron los últimos coletazos del cine mudo, con las películas de Charlot, Nosferatu y Tom Mix, cuando iba’l mocín a salvar a la moza, que la tenían los indios amarrad’al palu la tortura, galopando como loco y veníase abajo el enardecido gallinero del cine gritando aquello de “¡hala mocín!”. -
jueves, 24 de noviembre de 2011
Mauregato y Fruela murieron defendiendo su exiguo imperio en la cabecera de Extremadura y los enterraron en las estribaciones de una sierra camino de intrincados montes todavía inexplorados salvo por pastores, senderistas, cazadores y ornitólogos. Desde entonces, las Asturias se fueron empequeñeciendo y ya no hay astures casi, por los alrededores de Numancia. Del todo, nunca faltan un emigrante gallego y otro asturiano, dondequiera que vayas. Pero el hecho es que el Principado se quedó, poco a poco, en lo que es, con su millón de habitantes, casi todos venidos de todas las Españas.
Porque hasta lo del carbón y el acero, tengo entendido que éramos todavía menos, retirados por el sur de la vieja Astúrica, ya para siempre leonesa, salvo que vengan nuevas recomposiciones de un mapa político mucho menos consolidado de lo que parece que debería seguirse de nuestra historia de constante y furioso batallar por unas u otras cosas, razones y sinrazones, al parecer incapaz, o incapaces los sucesivos cartógrafos, de poner orden y concierto entre reinos, principados, condados, marcas, taifas, señoríos, tribus y demás barullos con o sin más o menos definidos ordenamientos que dieron lugar a Partidas, Nuevas y Novísimas Recopilaciones de leyes, Fueros , contrafueros, algaradas, guerras y guerrillas.
Mentira parece que en un extremo de Europa, el país del Lucero Vespertino, ya al borde del Mar Tenebroso, al final de la Tierra, haya sido tan codiciado por moros y cristianos de toda tribu y subraza imaginables. ¿Quién habrá estado, me pregunto a veces, antes de las tribus ibéricas con que empiezan todas las prehistorias de lo que luego fue Hispania, de la mano o bajo la corona, dicen, de un rey, tal vez sólo reyezuelo, que ni siquiera están ciertos los que conservaron la posible leyenda de si fue hijo o sobrino del Hércules de las Columnas?
Parece que hubo un tiempo en que lo único que quedó de España, de las Españas todas, fueron los “cuarenta asnos salvajes” que el historiador árabe cuenta que escaparon de los ejércitos de Muza trepando por los riscos de Covadonga. Y fue Asturias hasta que traspuso el Duero e inició Castilla el siguiente capítulo.
Cuando lo de las Comunidades Autónomas, nos encogimos de nuevo, los asturianos, ahora más o menos un millón, al antiguo solar desde que a algunos nos asustan estos hervores y recelos, este mirarnos unos a otros con desconfianza, la disimulada, pero aparente sensación de que estamos concibiendo el propósito de que cada cual se arregle como pueda, en estas primeras estribaciones del puerto de arrabatacapas en que degenera evidentemente el miedo a la recesión económica que podría amenazar, nos parece, a unos logros sociales que creíamos haber alcanzado con el ingrediente añadido de ser ya inconmovibles aunque dejásemos de esforzarnos.
Tengo la impresión de que una vez más, nos toca participar en una recomposición urgente, que tal vez debería empezar por una fluida comunicación entre las ínsulas en que no se sabe cómo ni cuándo, hemos empezado a correr el riesgo de convertirnos.
Porque hasta lo del carbón y el acero, tengo entendido que éramos todavía menos, retirados por el sur de la vieja Astúrica, ya para siempre leonesa, salvo que vengan nuevas recomposiciones de un mapa político mucho menos consolidado de lo que parece que debería seguirse de nuestra historia de constante y furioso batallar por unas u otras cosas, razones y sinrazones, al parecer incapaz, o incapaces los sucesivos cartógrafos, de poner orden y concierto entre reinos, principados, condados, marcas, taifas, señoríos, tribus y demás barullos con o sin más o menos definidos ordenamientos que dieron lugar a Partidas, Nuevas y Novísimas Recopilaciones de leyes, Fueros , contrafueros, algaradas, guerras y guerrillas.
Mentira parece que en un extremo de Europa, el país del Lucero Vespertino, ya al borde del Mar Tenebroso, al final de la Tierra, haya sido tan codiciado por moros y cristianos de toda tribu y subraza imaginables. ¿Quién habrá estado, me pregunto a veces, antes de las tribus ibéricas con que empiezan todas las prehistorias de lo que luego fue Hispania, de la mano o bajo la corona, dicen, de un rey, tal vez sólo reyezuelo, que ni siquiera están ciertos los que conservaron la posible leyenda de si fue hijo o sobrino del Hércules de las Columnas?
Parece que hubo un tiempo en que lo único que quedó de España, de las Españas todas, fueron los “cuarenta asnos salvajes” que el historiador árabe cuenta que escaparon de los ejércitos de Muza trepando por los riscos de Covadonga. Y fue Asturias hasta que traspuso el Duero e inició Castilla el siguiente capítulo.
Cuando lo de las Comunidades Autónomas, nos encogimos de nuevo, los asturianos, ahora más o menos un millón, al antiguo solar desde que a algunos nos asustan estos hervores y recelos, este mirarnos unos a otros con desconfianza, la disimulada, pero aparente sensación de que estamos concibiendo el propósito de que cada cual se arregle como pueda, en estas primeras estribaciones del puerto de arrabatacapas en que degenera evidentemente el miedo a la recesión económica que podría amenazar, nos parece, a unos logros sociales que creíamos haber alcanzado con el ingrediente añadido de ser ya inconmovibles aunque dejásemos de esforzarnos.
Tengo la impresión de que una vez más, nos toca participar en una recomposición urgente, que tal vez debería empezar por una fluida comunicación entre las ínsulas en que no se sabe cómo ni cuándo, hemos empezado a correr el riesgo de convertirnos.
miércoles, 23 de noviembre de 2011
El asunto de la administración tiene que ser revisado de arriba abajo.
Pero Grullo dice en su tratado general de todas las cosas, quemado con la biblioteca de Alejandría, pero un ejemplar del cual se conserva en la memoria colectiva, cierto que con más o menos recortes, desgarraduras y borrones que impiden lecturas correctas y completas de los textos, diría que una administración no puede costar más de lo que puede pagarse por ella.
Y añadía, sabiamente a mi juicio, que cuantos más valladares, separaciones y hechos diferenciales se admitan entre las teselas que de una u otra manera integren el rompecabezas del estado, mayores serán las diferencias de posibilidad de mantenimiento de administraciones equivalentes o similares. Cada porción excesivamente aislada de las otras no tendrá sino lo que pueda pagar por sus servicios administrativos.
El dinero, ese malinvento tan útil de los humanos, no es elástico más que hasta cierto punto. Hay en cada grupo social el que hay y se puede jugar a inventar un poco o un mucho más, según las circunstancias, pero incluso el “mucho” que cabe inventar tiene un límite, pasado el cual habrá problemas y dificultades. Al fin y al cabo, cada organismo más o menos complejo y más o menos independiente de cada forma de administración pública, funciona como una empresa, que a su vez lo hace como una familia, en cuanto al aspecto económico hace referencia. Tienes el dinero y la riqueza, moral o material, que generas y puedes empeñarte y usar dinero futuro, pero a costa de generar más o de futuros sacrificios.
Viene todo esto a cuento de si podemos o no mantener autonomías como las que tenemos o de la polémica cuestión de cómo podrán ser las que garantizando descentralización de poder, cuesten menos de la mitad de lo que cuestan las actuales.
Y como hay autonomías inmensamente más ricas que las inmensamente más pobres, se producirá la tensión derivada de una inmensa diferencia de servicios y de calidad de servicios posibles, mayor cuanto menor sea el espíritu o mayor o menos sea el imperativo legal de solidaridad de unos para con otros.
Tal vez menos autonomías y menos ayuntamientos y menos parroquias rurales, pero ¿quién sabe, puede y se atreve cortar y por dónde?
Lo único cierto parece que sea que como estamos no podemos seguir, cuando andamos por una en mi opinión ya impagable deuda de alrededor de setecientos mil millones de euros, entre autonomías y ayuntamientos. Y, al parecer, con tendencia a seguir creciendo.
Pero Grullo dice en su tratado general de todas las cosas, quemado con la biblioteca de Alejandría, pero un ejemplar del cual se conserva en la memoria colectiva, cierto que con más o menos recortes, desgarraduras y borrones que impiden lecturas correctas y completas de los textos, diría que una administración no puede costar más de lo que puede pagarse por ella.
Y añadía, sabiamente a mi juicio, que cuantos más valladares, separaciones y hechos diferenciales se admitan entre las teselas que de una u otra manera integren el rompecabezas del estado, mayores serán las diferencias de posibilidad de mantenimiento de administraciones equivalentes o similares. Cada porción excesivamente aislada de las otras no tendrá sino lo que pueda pagar por sus servicios administrativos.
El dinero, ese malinvento tan útil de los humanos, no es elástico más que hasta cierto punto. Hay en cada grupo social el que hay y se puede jugar a inventar un poco o un mucho más, según las circunstancias, pero incluso el “mucho” que cabe inventar tiene un límite, pasado el cual habrá problemas y dificultades. Al fin y al cabo, cada organismo más o menos complejo y más o menos independiente de cada forma de administración pública, funciona como una empresa, que a su vez lo hace como una familia, en cuanto al aspecto económico hace referencia. Tienes el dinero y la riqueza, moral o material, que generas y puedes empeñarte y usar dinero futuro, pero a costa de generar más o de futuros sacrificios.
Viene todo esto a cuento de si podemos o no mantener autonomías como las que tenemos o de la polémica cuestión de cómo podrán ser las que garantizando descentralización de poder, cuesten menos de la mitad de lo que cuestan las actuales.
Y como hay autonomías inmensamente más ricas que las inmensamente más pobres, se producirá la tensión derivada de una inmensa diferencia de servicios y de calidad de servicios posibles, mayor cuanto menor sea el espíritu o mayor o menos sea el imperativo legal de solidaridad de unos para con otros.
Tal vez menos autonomías y menos ayuntamientos y menos parroquias rurales, pero ¿quién sabe, puede y se atreve cortar y por dónde?
Lo único cierto parece que sea que como estamos no podemos seguir, cuando andamos por una en mi opinión ya impagable deuda de alrededor de setecientos mil millones de euros, entre autonomías y ayuntamientos. Y, al parecer, con tendencia a seguir creciendo.
martes, 22 de noviembre de 2011
Kipling llamaba espíritu del regimiento a ese vínculo que asocia y vincula a quienes formaron parte de una empresa común bajo determinados símbolos unitarios. En su caso, deslumbrado por la dorada época victoriana del imperio de su patria, el regimiento era de verdad, armas y bagajes incluidos y por lo general con experiencia de haber permanecido en India, desmesurado laberinto de tierras y de gentes, misterios y leyendas, religiones y profundidades místicas.
Llevar la corbata, la beca, la insignia del colegio, el partido, el equipo, la asociación, la empresa, de algún modo nos salva del miedo a la soledad, que no es sino manifestación del miedo a la libertad que nos caracteriza a los humanos.
No somos, con esa marca, un árbol solitario, víctima probable y propicia de todos los vientos, sino bosque frondoso, parte de algo inmenso, legendario, con caminos y sueños, profundidades y claros.
Un árbol, pensamos, puede morir, un bosque, en cambio, se renueva y reconvierte una y otra vez en mundo lleno de posibilidades para diferentes criaturas que en él conviven y lo pueblan.
Un bosque es la imagen de la vida. Incluso puede crecer y extenderse. Si no hubiese tala posible, ni incendio, un bosque podría ser imagen de lo que fue paraíso.
Cuando niños a que casi siempre hay alguien que cuente o que lea cuentos, cuando alguien, desde Pulgarcito hasta la Bella Durmiente, se adentra en “lo más profundo del bosque”, que es donde está siempre o lo más horrible o el colmo de las maravillas, nos imaginamos siempre bosques enormes, desmesurados, un poco mayores incluso que la selva del Amazonas o que el mayor de los desiertos.
Alguien dijo también alguna vez que hubo un tiempo, ya casi olvidado, en que un mono podría atravesar Hispania, el país del Lucero Vespertino, desde el norte hasta el sur, sin bajarse de los árboles.
Ya no hay tal bosque. Innumerables regimientos, más o menos regulares, los fueron talando, destruyendo, quemando.
Subsiste, sin embargo ese instinto que nos sujeta al equipo, la asociación, el colegio. “Todo el mundo lo hace” –nos disculpamos tal vez con excesiva frecuencia-, cuando alguien o nosotros mismos nos censura o nos recriminamos.
Llevar la corbata, la beca, la insignia del colegio, el partido, el equipo, la asociación, la empresa, de algún modo nos salva del miedo a la soledad, que no es sino manifestación del miedo a la libertad que nos caracteriza a los humanos.
No somos, con esa marca, un árbol solitario, víctima probable y propicia de todos los vientos, sino bosque frondoso, parte de algo inmenso, legendario, con caminos y sueños, profundidades y claros.
Un árbol, pensamos, puede morir, un bosque, en cambio, se renueva y reconvierte una y otra vez en mundo lleno de posibilidades para diferentes criaturas que en él conviven y lo pueblan.
Un bosque es la imagen de la vida. Incluso puede crecer y extenderse. Si no hubiese tala posible, ni incendio, un bosque podría ser imagen de lo que fue paraíso.
Cuando niños a que casi siempre hay alguien que cuente o que lea cuentos, cuando alguien, desde Pulgarcito hasta la Bella Durmiente, se adentra en “lo más profundo del bosque”, que es donde está siempre o lo más horrible o el colmo de las maravillas, nos imaginamos siempre bosques enormes, desmesurados, un poco mayores incluso que la selva del Amazonas o que el mayor de los desiertos.
Alguien dijo también alguna vez que hubo un tiempo, ya casi olvidado, en que un mono podría atravesar Hispania, el país del Lucero Vespertino, desde el norte hasta el sur, sin bajarse de los árboles.
Ya no hay tal bosque. Innumerables regimientos, más o menos regulares, los fueron talando, destruyendo, quemando.
Subsiste, sin embargo ese instinto que nos sujeta al equipo, la asociación, el colegio. “Todo el mundo lo hace” –nos disculpamos tal vez con excesiva frecuencia-, cuando alguien o nosotros mismos nos censura o nos recriminamos.
lunes, 21 de noviembre de 2011
Ya estará trabajando, Rajoy, según nos prometió a los españoles anoche, desde una hora razonable de esta mañana postelectoral, agotada la celebración, pasado el primer susto, y algún que otro español de a pie ya estamos echando nuestras cuentas, sacando nuestras conclusiones particulares, subjetivas, seguro y personalísimas, de cuanto ayer ocurrió, para melancolía del pesoe, casi solo, contando sus bajas, decepciones y deserciones electorales.
Conclusiones inmediatas: la gente se ha dado cuenta de que necesita armar el mecano, resolver el rompecabezas de la economía y se ha vuelto al partido de la derecha o centro derecha, según desde donde se mire, beneficiario por añadidura del voto útil del centro derecha.
Han crecido, desmesurados en sus respectivos ámbitos, los partidos que no se sabe muy bien desde fuera si lo que pretenden es separatismo puro y duro o una nacionalismo que les posibilite mantener una especie de trepado en la textura social, posibilitador, para en su caso, que no está muy claro cuál es, de separar sin dolor ni demasiada oposición ni demasiado esfuerzo.
Y en mis Asturias, o mejor, en las Asturias a que pertenezco, puesto que estaban ahí cuando llegué y seguirán cuando me haya ido y haya sido olvidado incluso por los que más y más sinceramente me quisieron, en Asturias la lección hay que referirla al contexto de las autonómicas recientes, según mi criterio y leer como opino, coincidentes con reservas con el contexto nacional.
Asturias se ha inclinado hacia el pepé hasta donde le es razonablemente posible y le ha devuelto como voto útil una parte del que había mudado hacia el Foro de Paco Alvarez Cascos. En mi modesta opinión, Asturias ha dicho: es la hora del centro derecha, pero ese centro derecha tiene que ponerse al día. Ponerse al día habría sido elegir a Alvarez Cascos para dirigir al pepé asturiano, pero como el pepé no quiso, lo tuvimos que elegir nosotros. Y ahora, no sea que el pepé no tenga suficientes votos, en el ámbito nacional, vamos a volver a votarlo.
Como consecuencia de todos estos dimes y diretes, ha nacido el Foro. El Foro tiene, creo, posibilidad y vocación de constituirse en base y cimiento de un equivalente de los partidos nacionalistas más arraigados, que como todo el mundo sabe son el peneuve y convergenciayunión. De lograrlo, aglutinando con centro derecha, regionalistas, liberales y moderados en general, habríamos dado, pienso, un paso de gigantes en la regeneración de Asturias. Si no, regresaremos al conformismo, la abulia, el laberinto en que es fácil comprobar que andábamos ensimismados.
También puedo estar equivocado.
Conclusiones inmediatas: la gente se ha dado cuenta de que necesita armar el mecano, resolver el rompecabezas de la economía y se ha vuelto al partido de la derecha o centro derecha, según desde donde se mire, beneficiario por añadidura del voto útil del centro derecha.
Han crecido, desmesurados en sus respectivos ámbitos, los partidos que no se sabe muy bien desde fuera si lo que pretenden es separatismo puro y duro o una nacionalismo que les posibilite mantener una especie de trepado en la textura social, posibilitador, para en su caso, que no está muy claro cuál es, de separar sin dolor ni demasiada oposición ni demasiado esfuerzo.
Y en mis Asturias, o mejor, en las Asturias a que pertenezco, puesto que estaban ahí cuando llegué y seguirán cuando me haya ido y haya sido olvidado incluso por los que más y más sinceramente me quisieron, en Asturias la lección hay que referirla al contexto de las autonómicas recientes, según mi criterio y leer como opino, coincidentes con reservas con el contexto nacional.
Asturias se ha inclinado hacia el pepé hasta donde le es razonablemente posible y le ha devuelto como voto útil una parte del que había mudado hacia el Foro de Paco Alvarez Cascos. En mi modesta opinión, Asturias ha dicho: es la hora del centro derecha, pero ese centro derecha tiene que ponerse al día. Ponerse al día habría sido elegir a Alvarez Cascos para dirigir al pepé asturiano, pero como el pepé no quiso, lo tuvimos que elegir nosotros. Y ahora, no sea que el pepé no tenga suficientes votos, en el ámbito nacional, vamos a volver a votarlo.
Como consecuencia de todos estos dimes y diretes, ha nacido el Foro. El Foro tiene, creo, posibilidad y vocación de constituirse en base y cimiento de un equivalente de los partidos nacionalistas más arraigados, que como todo el mundo sabe son el peneuve y convergenciayunión. De lograrlo, aglutinando con centro derecha, regionalistas, liberales y moderados en general, habríamos dado, pienso, un paso de gigantes en la regeneración de Asturias. Si no, regresaremos al conformismo, la abulia, el laberinto en que es fácil comprobar que andábamos ensimismados.
También puedo estar equivocado.
domingo, 20 de noviembre de 2011
Entré, cogí dos papeletas y dos sobres, metí las papeletas en los sobres del correspondiente color y me acerqué a la mesa. Me pidió, el señor presidente de la mesa, mi deneí, lo leyó en voz alta, comprobaron los señores interventores que estaba en las listas, el señor presidente me descubrió y ofreció las urnas y yo eché mis papeletas. Votó, dijo el señor presidente.
¿Verdad que parece sencillo? Pues para que esto pueda funcionar así, pacífica, ordenada y libremente, por los cauces de la historia humana han corrido torrentes de sangre, de sudor y de lágrimas.
-¿Y a quién votaste?
-Verás. Te contaré una historia real. Hace mucho, presidía mesa un conocido mío, socarrón y con sentido del humor. Maestro Nacional, de profesión. Se acercó un votante, conocido suyo, tal vez antiguo alumno y le preguntó, tímido, desorientado y vacilante. Oiga, don … ¿a quién votaré? Y el amigo mío le condujo adonde estaban las papeletas, escogió unas, las embuchó, volvieron a la mesa, las echó en las urnas y el ciudadano le preguntó: oiga ¿y a quién vote? ¡Pero hombre!, le contestó el amigo mío ¿todavía no te enteraste de que el voto ye secreto?
¿Verdad que parece sencillo? Pues para que esto pueda funcionar así, pacífica, ordenada y libremente, por los cauces de la historia humana han corrido torrentes de sangre, de sudor y de lágrimas.
-¿Y a quién votaste?
-Verás. Te contaré una historia real. Hace mucho, presidía mesa un conocido mío, socarrón y con sentido del humor. Maestro Nacional, de profesión. Se acercó un votante, conocido suyo, tal vez antiguo alumno y le preguntó, tímido, desorientado y vacilante. Oiga, don … ¿a quién votaré? Y el amigo mío le condujo adonde estaban las papeletas, escogió unas, las embuchó, volvieron a la mesa, las echó en las urnas y el ciudadano le preguntó: oiga ¿y a quién vote? ¡Pero hombre!, le contestó el amigo mío ¿todavía no te enteraste de que el voto ye secreto?
sábado, 19 de noviembre de 2011
Diecinueve de noviembre, víspera de esperanzas y de recuerdos. No sé quién eligió el día ni por qué, pero opino que podría ser un acierto, algo así como un símbolo de la antigua receta de mezclar siempre los viejo con lo nuevo para proporcionar a lo nuevo la añadidura las esencias. La barrica y la cachimba, como las teteras, dan lo mejor de sí mismas cuando estando culotadas por lo irremediablemente viejo, se les pone el fervor entusiasta de la nueva cosecha, todavía con el recuerdo vagamente frutal del origen.
Aroma de la tierra antigua, fustigada por el sol.
Nadie podrá decir, si nos equivocamos colectivamente, que no dispusimos de ocasión de salirnos del cauce para inventar, como sin duda es necesario, caminos nuevos, ensanchar el viejo o empecinarnos en reemprender lo que hasta ahora fuimos.
La gente, si se parase a pensar, deliberara sólo consigo misma, huyera del consejo y de la consigna y resolviese con su simple y sencillo sentido común, integraría una voluntad colectiva llena de pasión y posibilidades.
La gente, si no quiere en su mayoría pensar y prefiere estar a las consignas, los consejos y las interesadas permanencias gestionadas a base de esgrimir desharrapados fantasmas, logrará una colectiva sinrazón y seremos los mismos, un poco más ensimismados, más enfrascados y aislados de lo que ha pasado y sigue pasando en un mundo radicalmente distinto del que se enfrentó con los problemas de los tres últimos siglos de deslumbramiento y barbarie.
Creo que estamos en un tiempo nuevo, que exige, para residir en él, acomodar la conducta colectiva, o, si preferís, social, a unas nuevas circunstancias e incluso a unos conceptos sustanciales que, erosionados por el tiempo, ofrecen perspectivas diferentes y requieren ajustes indispensables para la convivencia en paz, libertad y justicia que anhelamos creo que todos.
Aroma de la tierra antigua, fustigada por el sol.
Nadie podrá decir, si nos equivocamos colectivamente, que no dispusimos de ocasión de salirnos del cauce para inventar, como sin duda es necesario, caminos nuevos, ensanchar el viejo o empecinarnos en reemprender lo que hasta ahora fuimos.
La gente, si se parase a pensar, deliberara sólo consigo misma, huyera del consejo y de la consigna y resolviese con su simple y sencillo sentido común, integraría una voluntad colectiva llena de pasión y posibilidades.
La gente, si no quiere en su mayoría pensar y prefiere estar a las consignas, los consejos y las interesadas permanencias gestionadas a base de esgrimir desharrapados fantasmas, logrará una colectiva sinrazón y seremos los mismos, un poco más ensimismados, más enfrascados y aislados de lo que ha pasado y sigue pasando en un mundo radicalmente distinto del que se enfrentó con los problemas de los tres últimos siglos de deslumbramiento y barbarie.
Creo que estamos en un tiempo nuevo, que exige, para residir en él, acomodar la conducta colectiva, o, si preferís, social, a unas nuevas circunstancias e incluso a unos conceptos sustanciales que, erosionados por el tiempo, ofrecen perspectivas diferentes y requieren ajustes indispensables para la convivencia en paz, libertad y justicia que anhelamos creo que todos.
viernes, 18 de noviembre de 2011
Puede que nuestra característica más acusada fuese el entusiasmo con que nos enfrentábamos a lo aparentemente imposible.
A nuestro alrededor, todo eran ruinas, escepticismo y legislación provisional para situaciones de emergencia.
Es posible que en semejante situación haya sido decisivo el hecho de que la compartíamos todos. Incluso los que ya se estaban haciendo ricos con los restos de la catástrofe. Siempre hay gente así, tan avisada y sagaz que de entre los restos de cualquier naufragio es capaz de seleccionar lo que puede producirle una ganancia, y algunos, a esa capacidad, unen la indiferencia suficiente para arrancar de los que quedaron las migajas del fondo del zurrón, para emprender el negocio de la recuperación propia.
La humanidad ha sobrevivido de ese modo a multitud de dificultades críticas y creo que así ocurrirá de nuevo en esta ocasión, ahora mismo, cuando dicen que nuestra economía corre el riesgo de atascarse y nuestro grupo social el de asfixiarse, habrá quien se esté beneficiando y poniendo los cimientos de su futuro.
En el que, en su día, se moverá como pez en el agua, exhibiendo lo que ya entonces describirá como habilidad para sobrevivir.
Cuando aquello, se inventaban modos y maneras de llegar al mes, a la semana, por lo menos al día siguiente, porque el día siguiente podía ser el primero de una improbable nueva sociedad, que a pesar de todo, entre todos, creamos, organizamos, desarrollamos y consolidamos. Nunca más, nos decíamos, volverá a ocurrir. Nuestros hijos tendrán, nos cueste lo que nos cueste, todo cuanto las circunstancias nos negaron a nosotros.
Nos engañábamos, sin querer, a nosotros mismos. No solo fueron las circunstancias, sino también y sobre todo, otros enredados entre sus circunstancias, como nosotros entre las nuestras.
Así los malcriamos y los engañamos, como bien dice Jon Juaristi a otro respecto, y les hicimos que creer que el mundo era Jauja, que estábamos a punto de regresar a un Edén que los menos optimistas llamaban “Estado del Bienestar”.
Este es el resultado.
A nuestro alrededor, todo eran ruinas, escepticismo y legislación provisional para situaciones de emergencia.
Es posible que en semejante situación haya sido decisivo el hecho de que la compartíamos todos. Incluso los que ya se estaban haciendo ricos con los restos de la catástrofe. Siempre hay gente así, tan avisada y sagaz que de entre los restos de cualquier naufragio es capaz de seleccionar lo que puede producirle una ganancia, y algunos, a esa capacidad, unen la indiferencia suficiente para arrancar de los que quedaron las migajas del fondo del zurrón, para emprender el negocio de la recuperación propia.
La humanidad ha sobrevivido de ese modo a multitud de dificultades críticas y creo que así ocurrirá de nuevo en esta ocasión, ahora mismo, cuando dicen que nuestra economía corre el riesgo de atascarse y nuestro grupo social el de asfixiarse, habrá quien se esté beneficiando y poniendo los cimientos de su futuro.
En el que, en su día, se moverá como pez en el agua, exhibiendo lo que ya entonces describirá como habilidad para sobrevivir.
Cuando aquello, se inventaban modos y maneras de llegar al mes, a la semana, por lo menos al día siguiente, porque el día siguiente podía ser el primero de una improbable nueva sociedad, que a pesar de todo, entre todos, creamos, organizamos, desarrollamos y consolidamos. Nunca más, nos decíamos, volverá a ocurrir. Nuestros hijos tendrán, nos cueste lo que nos cueste, todo cuanto las circunstancias nos negaron a nosotros.
Nos engañábamos, sin querer, a nosotros mismos. No solo fueron las circunstancias, sino también y sobre todo, otros enredados entre sus circunstancias, como nosotros entre las nuestras.
Así los malcriamos y los engañamos, como bien dice Jon Juaristi a otro respecto, y les hicimos que creer que el mundo era Jauja, que estábamos a punto de regresar a un Edén que los menos optimistas llamaban “Estado del Bienestar”.
Este es el resultado.
De buena gana, le diría que siendo como es su sonrisa, luminosa, no debería permitir que la empañe la seriedad con que pasa hoy, ensimismada, calle abajo, que diría el otro Machado que “camino de cualquier parte”.
Siempre me ha impresionado esa copla, que dice que:
“Tu calle ya no es tu calle,
que es una calle cualquiera,
camino de cualquier parte.”
La leo y es como uno de esos cuadros, o una fotografía, en que se ve un sendero, una calle, un camino, anónimos, sin nombre ni señales, que dobla y desaparece más allá del marco, o, simple y sencillamente, dentro del paisaje, más allá de una esquina, un recodo, que podrían llevar también “a cualquier parte”.
Hablar de una parte cualquiera se abre a la imaginación como haber descubierto un nuevo continente. Y saberlo, claro. Colón, hay quien dice que cuando desembarcó en su primera isla no sabía a dónde había llegado ni que aquella era una tierra, un continente nuevo que añadir al futuro.
Por cierto, para mucho de los que allí habían vivido hasta entonces, fue una especie de fin del mundo. Algo como lo que sería para nosotros la llegada de esos alienígenas en busca de que nos desojamos escrutando las profundidades del Universo.
Hay gente, incluso personas concretas y determinadas, a quienes recuerdas, sin saber por qué con una expresión habitualmente alegre, y entristece advertir de pronto un día que o se han dejado la sonrisa en casa o la perdieron en alguna encrucijada anterior. Es como un otoño sobre otro otoño.
La ventaja consiste en que la memoria sea motor de la imaginación y ya haya empezado a empujarnos a pensar que mañana será otro día y que como todos los que el futuro trae en su zurrón, podría ser lo que Priestley llamaba un “día radiante”.
Para serlo, a cualquier día, le puede bastar una sonrisa, una palabra o un silencioso sosiego.
Siempre me ha impresionado esa copla, que dice que:
“Tu calle ya no es tu calle,
que es una calle cualquiera,
camino de cualquier parte.”
La leo y es como uno de esos cuadros, o una fotografía, en que se ve un sendero, una calle, un camino, anónimos, sin nombre ni señales, que dobla y desaparece más allá del marco, o, simple y sencillamente, dentro del paisaje, más allá de una esquina, un recodo, que podrían llevar también “a cualquier parte”.
Hablar de una parte cualquiera se abre a la imaginación como haber descubierto un nuevo continente. Y saberlo, claro. Colón, hay quien dice que cuando desembarcó en su primera isla no sabía a dónde había llegado ni que aquella era una tierra, un continente nuevo que añadir al futuro.
Por cierto, para mucho de los que allí habían vivido hasta entonces, fue una especie de fin del mundo. Algo como lo que sería para nosotros la llegada de esos alienígenas en busca de que nos desojamos escrutando las profundidades del Universo.
Hay gente, incluso personas concretas y determinadas, a quienes recuerdas, sin saber por qué con una expresión habitualmente alegre, y entristece advertir de pronto un día que o se han dejado la sonrisa en casa o la perdieron en alguna encrucijada anterior. Es como un otoño sobre otro otoño.
La ventaja consiste en que la memoria sea motor de la imaginación y ya haya empezado a empujarnos a pensar que mañana será otro día y que como todos los que el futuro trae en su zurrón, podría ser lo que Priestley llamaba un “día radiante”.
Para serlo, a cualquier día, le puede bastar una sonrisa, una palabra o un silencioso sosiego.
jueves, 17 de noviembre de 2011
Está, como cada año, la garza, incorporada a la variopinta fauna del río. Por más que la hostiguen a veces, según su humor, las gaviotas, esas carroñeras hipócritas, disfrazadas de ingenuidad blanca. Parece una anoréxica pensativa, en la orilla, tal virándose, satisfecha como Narciso, en el agua que pasa tan lenta que le permite verse reflejada. Los patos ni la miran, las peligrosas son esas tres ocas siempre juntas, siempre una por lo menos, alerta y vigilante, cuando las otras dos, supongo que por turno, duermen. Me dice un amigo, mío, no de las ocas, que hace poco trajo el otra, trató de mezclarse con ellas y a poco pasó río abajo, el cadáver de la pobre intrusa.
Casi tan duro el mundo de las ocas, patos, gaviotas y garza como este nuestro en que asesinan a las muchachas núbiles, apuñalan a la gente que pasa y se matan a palos, otros, como si lo de vivir y convivir fuese cosa de broma.
No se tiene, pienso, el debido respeto a la vida. Se la juega uno, por mirar de un modo u otro, pasar a destiempo por sitio equivocado o decir algo que molesta a un turbulento prójimo transitoria o definitivamente enloquecido.
El respeto por la vida, propia o ajena, es una de las asignaturas importantes de la licenciatura que nos permitiría ir saliendo de este otra crisis, que no es la económica, pero está ahí también, acumulada, y no se podrá salir de una sin hacerlo también de la otra, si no a la vez, casi.
Casi tan duro el mundo de las ocas, patos, gaviotas y garza como este nuestro en que asesinan a las muchachas núbiles, apuñalan a la gente que pasa y se matan a palos, otros, como si lo de vivir y convivir fuese cosa de broma.
No se tiene, pienso, el debido respeto a la vida. Se la juega uno, por mirar de un modo u otro, pasar a destiempo por sitio equivocado o decir algo que molesta a un turbulento prójimo transitoria o definitivamente enloquecido.
El respeto por la vida, propia o ajena, es una de las asignaturas importantes de la licenciatura que nos permitiría ir saliendo de este otra crisis, que no es la económica, pero está ahí también, acumulada, y no se podrá salir de una sin hacerlo también de la otra, si no a la vez, casi.
Deuda y prima de deuda salidas de cauce, con estas lluvias de otoño, como era previsible que sucediera, y lo que aún lloverá, si no inventamos o modo de pararlo o de avellugar hasta que se nos ocurra.
Miente el adagio, ya lo advertía en su tiempo Clarasó, cuando dice que no hay deuda que no se pague. Las hay. Y ni siquiera el hombre del frac puede cobrar a quien, como me decía un sufridor del ramo de los acreedores burlados, pertenezca al antagónico grupo de los “disolventes”.
Cada vez más numeroso, puesto que hay insolventes de buena, de mala fe y hasta intermedios, que empezaron siendo buena gente, pero como cualquier existencialista explicaría, se vieron circunstancialmente arrastrados a la orilla mala de la picardía, primero, y el fraude, después.
Los que me indignan son los que desde el principio sabían a dónde iba a parar todo aquello y se cubrieron las espaldas y sobre todo las faltriqueras mediante fórmulas cabalísticas y laberínticas de limitación de responsabilidad. Los que cogieron su parte y la guardaron en las islas del tesoro cuyo plano guardan celosamente, con la cruz marcada, como en los de John Silver y el coro de la botella de ron.
Trileros del siglo XXI, discretamente apartados del mundanal ruido, con el riñón bien cubierto, esperando a que baje la marea para arriesgar otras migajas y seguir cazando palomas, que por cierto, ¿habéis leído?, en cierto número de ciudades han comprado azores y pequeños halcones para irlas desterrando, a las vilipendiadas palomas, tan sugestivas ellas para niños, viejos y turistas, que les echan chuches y les sacan fotografías lo más parecidas posibles a las de la plaza de San Marcos, por desgracia tan lejos, molestan, como en su día molestaron las pintorescas golondrinas que dormían en los numerosos alambres de la calle de la Iglesia de mi Villa y nos cagaban, a los fieles, a la ida y a la vuelta de las misas primeras.
Otra época, keynesiana, donde era casi pecado endeudarse y delito el crédito leonino. La hermosa gente echaba monedas con paciencia en los cerditos de barro y no compraba hasta que les llegaba, como a todos los demás gochos, su peculiar “sanmartino” de escacharlos y recuperar, apilar y contar la calderilla o aquellas otras monedas agujereadas, de a real o las de plata de a peseta y dos pesetas.
Me pregunto, habida cuenta del tamaño de las últimas pesetas acuñadas, de qué medida habría que hacerlas ahora para que fuesen proporcionales a su valor, tras la invasión de los orgullosos euros.
Con los que cada vez será más difícil solventar pagos, que se anuncia que quieren que no más de tres mil, que a ver de dónde saca usted su dinero y dentro de nada manejaremos billetes con GPS y sensores, para que el gran hermano pueda seguirles la pista.
Miente el adagio, ya lo advertía en su tiempo Clarasó, cuando dice que no hay deuda que no se pague. Las hay. Y ni siquiera el hombre del frac puede cobrar a quien, como me decía un sufridor del ramo de los acreedores burlados, pertenezca al antagónico grupo de los “disolventes”.
Cada vez más numeroso, puesto que hay insolventes de buena, de mala fe y hasta intermedios, que empezaron siendo buena gente, pero como cualquier existencialista explicaría, se vieron circunstancialmente arrastrados a la orilla mala de la picardía, primero, y el fraude, después.
Los que me indignan son los que desde el principio sabían a dónde iba a parar todo aquello y se cubrieron las espaldas y sobre todo las faltriqueras mediante fórmulas cabalísticas y laberínticas de limitación de responsabilidad. Los que cogieron su parte y la guardaron en las islas del tesoro cuyo plano guardan celosamente, con la cruz marcada, como en los de John Silver y el coro de la botella de ron.
Trileros del siglo XXI, discretamente apartados del mundanal ruido, con el riñón bien cubierto, esperando a que baje la marea para arriesgar otras migajas y seguir cazando palomas, que por cierto, ¿habéis leído?, en cierto número de ciudades han comprado azores y pequeños halcones para irlas desterrando, a las vilipendiadas palomas, tan sugestivas ellas para niños, viejos y turistas, que les echan chuches y les sacan fotografías lo más parecidas posibles a las de la plaza de San Marcos, por desgracia tan lejos, molestan, como en su día molestaron las pintorescas golondrinas que dormían en los numerosos alambres de la calle de la Iglesia de mi Villa y nos cagaban, a los fieles, a la ida y a la vuelta de las misas primeras.
Otra época, keynesiana, donde era casi pecado endeudarse y delito el crédito leonino. La hermosa gente echaba monedas con paciencia en los cerditos de barro y no compraba hasta que les llegaba, como a todos los demás gochos, su peculiar “sanmartino” de escacharlos y recuperar, apilar y contar la calderilla o aquellas otras monedas agujereadas, de a real o las de plata de a peseta y dos pesetas.
Me pregunto, habida cuenta del tamaño de las últimas pesetas acuñadas, de qué medida habría que hacerlas ahora para que fuesen proporcionales a su valor, tras la invasión de los orgullosos euros.
Con los que cada vez será más difícil solventar pagos, que se anuncia que quieren que no más de tres mil, que a ver de dónde saca usted su dinero y dentro de nada manejaremos billetes con GPS y sensores, para que el gran hermano pueda seguirles la pista.
miércoles, 16 de noviembre de 2011
Cada vez me convenzo más de que todos los celtíberos tenemos mucho de anarquistas. Tendemos, como los felinos a huir de lo gregario, y, como consecuencia funesta, de todo lo que es asociarse o por lo menos intentar trabajar en equipo. No nos complacen nunca del todo los juegos, si la participación no es individual e individualista. Compartir nos resulta un concepto de que por lo menos se debe desconfiar.
Tengo conocidos a quienes les chifla y enardece llevar la contraria. Se les pregunta cómo lo harían ellos y te contestan, como mucho, que ellos ya verían, si tuviesen que hacerlo, pero que de momento están y se limitan a estar en contra de lo que se les propone.
Las da igual que se lo propongan los tirios o los troyanos, los dolicocéfalos o los braquicéfalos, todo los parece disparatado, absurdo, impertinente e inoportuno. Tú insistes en preguntarles cómo los harían ellos y cuál es su idea del asunto. Ellos, impertérritos, vuelven a lo suyo de que cualquiera que sea la propuesta, si está hecha por quien manda, está mal y que no tienen por qué dar soluciones, y, sí, se consideran obligados a rechazar las que opinan que son malas.
Descontentos, resentidos, indignados, escépticos. Son muchos. Forman coro. A veces se adosan a un nuevo proyecto, a una asociación nueva, al equipo recién creado, pero indefectiblemente, al poco tiempo ya están de nuevo en lo suyo, y, unos en silencio, otros con deliberada alharaca, se apartan del nuevo supuesto error, cuya principal desventaja estriba en no adecuarse a su personal concepto de las cosas.
Un concepto que casi nunca es delimitable ni definible y casi siempre estriba en contradecir lo que piensa y se atreve a proyectar quien tiene en cada momento la responsabilidad de hacerlo.
Pienso que se trata de una conducta sin mala fe, por muy inexplicable que resulte a veces. Creo que es una tendencia innata en que coinciden, si no muchas, un importante número de personas, predispuestas a criticar las cosas que puedan ocurrirse tanto a los utópicos como a los razonables. Gran cantidad de proyectos útiles, se enredan, eternizan en su tramitación o definitivamente se paralizan como consecuencia de estas personas, estos personajes solitarios, anárquicos e inasequibles a razones. Pienso que son a su modo felices y están muy satisfechos y orgullosos de ser como son.
Tengo conocidos a quienes les chifla y enardece llevar la contraria. Se les pregunta cómo lo harían ellos y te contestan, como mucho, que ellos ya verían, si tuviesen que hacerlo, pero que de momento están y se limitan a estar en contra de lo que se les propone.
Las da igual que se lo propongan los tirios o los troyanos, los dolicocéfalos o los braquicéfalos, todo los parece disparatado, absurdo, impertinente e inoportuno. Tú insistes en preguntarles cómo los harían ellos y cuál es su idea del asunto. Ellos, impertérritos, vuelven a lo suyo de que cualquiera que sea la propuesta, si está hecha por quien manda, está mal y que no tienen por qué dar soluciones, y, sí, se consideran obligados a rechazar las que opinan que son malas.
Descontentos, resentidos, indignados, escépticos. Son muchos. Forman coro. A veces se adosan a un nuevo proyecto, a una asociación nueva, al equipo recién creado, pero indefectiblemente, al poco tiempo ya están de nuevo en lo suyo, y, unos en silencio, otros con deliberada alharaca, se apartan del nuevo supuesto error, cuya principal desventaja estriba en no adecuarse a su personal concepto de las cosas.
Un concepto que casi nunca es delimitable ni definible y casi siempre estriba en contradecir lo que piensa y se atreve a proyectar quien tiene en cada momento la responsabilidad de hacerlo.
Pienso que se trata de una conducta sin mala fe, por muy inexplicable que resulte a veces. Creo que es una tendencia innata en que coinciden, si no muchas, un importante número de personas, predispuestas a criticar las cosas que puedan ocurrirse tanto a los utópicos como a los razonables. Gran cantidad de proyectos útiles, se enredan, eternizan en su tramitación o definitivamente se paralizan como consecuencia de estas personas, estos personajes solitarios, anárquicos e inasequibles a razones. Pienso que son a su modo felices y están muy satisfechos y orgullosos de ser como son.
martes, 15 de noviembre de 2011
No estoy de acuerdo con los censores, émulos de Catón, que pretenden mandar a la cárcel, poco menos que sin proceso, a los políticos fracasados, a los políticos que lo hayan hecho mal. A los políticos, llega a decir alguno de estos extremistas, responsables de nuestros males.
Dudo que haya un político o un grupo concreto de políticos, tomados en ramillete de uno o de varios partidos, a quienes se pueda hacer exclusivos responsables de lo que nos pasa. E incluso cuando uno o algunos realmente lo hayan podido ser, no creo que hayan hecho aquello en que hayan podido errar u omitido aquello en que hubiesen podido acertar, con el deliberado propósito de traernos a este lodazal.
Llenarían, estos caballeros sin tacha, las cárceles hasta los topes, y después ¿dónde, caso de resultar procedente, habría que encerrarlos a ellos? Hace muchos, muchos años, hubo imperio que desterraba a sus convictos a una isla lejana, pero ya no hay islas lejanas, ni islotes que no estén en un mapa repasado cada día por no sé cuántos cientos de ojos de satélite, capaces de diferenciarnos y señalarnos con una cruz para que el dedo justiciero nos mande un misil que lleve escrito el número de nuestro carnet de identidad o el del permiso de conducir.
Ya no quedan islas en que refugiarse los amotinados de la Bounty.
De cualquier modo y habida cuenta de que ni la política ni la economía son ciencias exactas y de que lo normal y habitual es que quien llega a sus puestos de responsabilidad, incluso por puro amor propio y legítimo afán de prestigio personal, haga cuando sepa y pueda para acertar, tanto en provecho propio como en el ajeno, sin perjuicio de la procedencia de sustituir cuanto antes a quienes en el empeño se revelen como incapaces, no debe olvidarse nunca que la presunción debe ser de que usaron de buena fe y con toda su capacidad para intentar hacer bien las cosas.
Precisamente por eso hay que relevar y sustituir cuanto antes a los que no pueden, no saben o no valen. No sea que su incapacidad los lleve a hacer, por mucha que sea su buena fe y encomiable que sea su buena voluntad, los previsibles disparates con que quienes no saben tratan de remendar sus carencias.
Dudo que haya un político o un grupo concreto de políticos, tomados en ramillete de uno o de varios partidos, a quienes se pueda hacer exclusivos responsables de lo que nos pasa. E incluso cuando uno o algunos realmente lo hayan podido ser, no creo que hayan hecho aquello en que hayan podido errar u omitido aquello en que hubiesen podido acertar, con el deliberado propósito de traernos a este lodazal.
Llenarían, estos caballeros sin tacha, las cárceles hasta los topes, y después ¿dónde, caso de resultar procedente, habría que encerrarlos a ellos? Hace muchos, muchos años, hubo imperio que desterraba a sus convictos a una isla lejana, pero ya no hay islas lejanas, ni islotes que no estén en un mapa repasado cada día por no sé cuántos cientos de ojos de satélite, capaces de diferenciarnos y señalarnos con una cruz para que el dedo justiciero nos mande un misil que lleve escrito el número de nuestro carnet de identidad o el del permiso de conducir.
Ya no quedan islas en que refugiarse los amotinados de la Bounty.
De cualquier modo y habida cuenta de que ni la política ni la economía son ciencias exactas y de que lo normal y habitual es que quien llega a sus puestos de responsabilidad, incluso por puro amor propio y legítimo afán de prestigio personal, haga cuando sepa y pueda para acertar, tanto en provecho propio como en el ajeno, sin perjuicio de la procedencia de sustituir cuanto antes a quienes en el empeño se revelen como incapaces, no debe olvidarse nunca que la presunción debe ser de que usaron de buena fe y con toda su capacidad para intentar hacer bien las cosas.
Precisamente por eso hay que relevar y sustituir cuanto antes a los que no pueden, no saben o no valen. No sea que su incapacidad los lleve a hacer, por mucha que sea su buena fe y encomiable que sea su buena voluntad, los previsibles disparates con que quienes no saben tratan de remendar sus carencias.
lunes, 14 de noviembre de 2011
Puse como salvapantallas un acuario virtual en que se mueven peces sin duda filmados en otro acuario real de Dios sabe dónde. Lo cierto es que éstos se mueven con la pausada calma, seguro, con que en el de verdad se mueven los peces reales. Unos y otros, digo yo que se maravillarán, lo mismo que nosotros nos sorprendemos del sosiego de su comportamiento, ellos, nos mirarán a su vez y con el posible rudimento de cerebro o similar que tengan, se maravillarán de nuestra insaciable prisa crispada por llegar a la meta de cada etapa que nos vamos proponiendo con esta insaciabilidad desconcertante.
En cuanto llegue a …, en cuanto tenga …, nos decimos una y otra vez, sucesiva e interminablemente, es probable que ya no necesite … Y en realidad, son pocas las veces que “necesitamos”, en el más estricto sentido de la palabra.
Lo que se necesita está por lo general programado, aunque a veces no llegue la camisa al cuerpo, en tiempos como los de estas crisis evidentemente superpuestas. A lo que me refiero es a lo que hasta hace poco considerábamos poco menos que indispensable para una tranquila satisfacción.
Con esto del euro, las crisis, lo de apretarse el cinturón, el desconcierto más que evidente también, de los “expertos”, la lista de anhelos se ha estrechado y cada vez más de nosotros, lo que querríamos que nos garantizaran y pretendemos es llegar a fin de mes con la despensa razonablemente provista y la nevera conteniendo lo por lo menos justo para que cuando alguno de los chavales la abra no se vuelva y nos mire con esa interrogación implícita en el gesto.
Se a la paradoja de que nos crispa más el deseo de lo superfluo, cuando parece posible y cabe hacer las cuentas de la lechera para empeñarse y comprarlo, que una verdadera necesidad, al llegar la cual ya predomina el desaliento.
Regresamos a una sociedad deshilvanada en que un poco más acá de la pobreza, sufre el ejército de los pobres vergonzantes, que disimulan como pueden el hambre y fingen mantener con lo que tuvieron una tranquila dignidad virtual.
Nos acercamos peligrosamente al desfase entre lo que se gana y lo que es necesario, comprendiendo en ello algo de lo superfluo, indispensable para convivir.
En mi acuario virtual salvapantallas, de vez en cuando pasan tres o cuatro tiburones. Todos los demás se apartan y algunos, más astutos, navegan tras los escualos, que, aparentemente ahítos, pasan y pasean inmutables. Los tiburones son blancuzcos, ominosos, se advierte en su porte la tensión del peligro. Todos los demás peces de colores, a rayas, con manchas, salpicados o de brillante colorido uniforme, se ve que navegan atentos, medrosos, provocan, sin embargo, sensación de alegría de vivir. Su colorido podría equivaler a una sonrisa colectiva.
En cuanto llegue a …, en cuanto tenga …, nos decimos una y otra vez, sucesiva e interminablemente, es probable que ya no necesite … Y en realidad, son pocas las veces que “necesitamos”, en el más estricto sentido de la palabra.
Lo que se necesita está por lo general programado, aunque a veces no llegue la camisa al cuerpo, en tiempos como los de estas crisis evidentemente superpuestas. A lo que me refiero es a lo que hasta hace poco considerábamos poco menos que indispensable para una tranquila satisfacción.
Con esto del euro, las crisis, lo de apretarse el cinturón, el desconcierto más que evidente también, de los “expertos”, la lista de anhelos se ha estrechado y cada vez más de nosotros, lo que querríamos que nos garantizaran y pretendemos es llegar a fin de mes con la despensa razonablemente provista y la nevera conteniendo lo por lo menos justo para que cuando alguno de los chavales la abra no se vuelva y nos mire con esa interrogación implícita en el gesto.
Se a la paradoja de que nos crispa más el deseo de lo superfluo, cuando parece posible y cabe hacer las cuentas de la lechera para empeñarse y comprarlo, que una verdadera necesidad, al llegar la cual ya predomina el desaliento.
Regresamos a una sociedad deshilvanada en que un poco más acá de la pobreza, sufre el ejército de los pobres vergonzantes, que disimulan como pueden el hambre y fingen mantener con lo que tuvieron una tranquila dignidad virtual.
Nos acercamos peligrosamente al desfase entre lo que se gana y lo que es necesario, comprendiendo en ello algo de lo superfluo, indispensable para convivir.
En mi acuario virtual salvapantallas, de vez en cuando pasan tres o cuatro tiburones. Todos los demás se apartan y algunos, más astutos, navegan tras los escualos, que, aparentemente ahítos, pasan y pasean inmutables. Los tiburones son blancuzcos, ominosos, se advierte en su porte la tensión del peligro. Todos los demás peces de colores, a rayas, con manchas, salpicados o de brillante colorido uniforme, se ve que navegan atentos, medrosos, provocan, sin embargo, sensación de alegría de vivir. Su colorido podría equivaler a una sonrisa colectiva.
Mes y poco más arriba, será, Dios mediante, Navidad, y en seguida, dos meses más allá, más o menos, reventará la mimosa y anunciará una primavera que es nada más que aquella lucecita que más que ver, se adivina más allá, todavía, del horizonte.
Los viejos, con optimismo, podemos hacer planes y cábalas cada vez menos lejos en un futuro cada vez más incierto. Sin optimismo, no puedo asegurar, puesto que soy radicalmente optimista, pero supongo que se morirá uno de miedo, yendo como vamos en la parta de afuera de la caravana, del lado del precipicio.
Pero sí sabemos que habrá Navidad, llegará la eclosión de la mimosa y hasta vendrán verano y vacaciones de la multitud. Y habrá hermosa gente para disfrutar de todo ello, estemos o no presentes nosotros. Por eso y tal vez para de algún modo celebrarlo, enciendo la música y dejo fluir como un torrente en el aire de mi entorno esa voz que canta y se desliza sobre la melodía.
Y esta herramienta maravillosa, casi milagrosa, que es un ordenador cada vez más potente, cada vez más capaz, cada vez más solícito, me permite que a la vez escriba, con la cabeza pletórica de música, como si este momento ya casi ido fuera a ser interminable en su luminosidad.
Sobre la mesa, ahí al lado, se encargan las letras gordas de los titulares del periódico de recordarme que sigue hirviendo esta sociedad crispada de las prisas y las desorientaciones.
Como las elecciones están todavía más cerca que la Navidad y la mimosa, se desgañitan los candidatos e insisten en su propósito de convencernos, a mí y a otros muchos, de que quienes no tuvieron ideas durante tantos lustros, ahora, de pronto, por arte de magia, van a tener tantas y las van a desarrollar con tanto acierto que todos seremos felices si confiamos en ellos y les añadimos nuestro voto.
Supongo que es posible que alguno de ellos hasta se lo crea. La mente humana es insondable.
Los viejos, con optimismo, podemos hacer planes y cábalas cada vez menos lejos en un futuro cada vez más incierto. Sin optimismo, no puedo asegurar, puesto que soy radicalmente optimista, pero supongo que se morirá uno de miedo, yendo como vamos en la parta de afuera de la caravana, del lado del precipicio.
Pero sí sabemos que habrá Navidad, llegará la eclosión de la mimosa y hasta vendrán verano y vacaciones de la multitud. Y habrá hermosa gente para disfrutar de todo ello, estemos o no presentes nosotros. Por eso y tal vez para de algún modo celebrarlo, enciendo la música y dejo fluir como un torrente en el aire de mi entorno esa voz que canta y se desliza sobre la melodía.
Y esta herramienta maravillosa, casi milagrosa, que es un ordenador cada vez más potente, cada vez más capaz, cada vez más solícito, me permite que a la vez escriba, con la cabeza pletórica de música, como si este momento ya casi ido fuera a ser interminable en su luminosidad.
Sobre la mesa, ahí al lado, se encargan las letras gordas de los titulares del periódico de recordarme que sigue hirviendo esta sociedad crispada de las prisas y las desorientaciones.
Como las elecciones están todavía más cerca que la Navidad y la mimosa, se desgañitan los candidatos e insisten en su propósito de convencernos, a mí y a otros muchos, de que quienes no tuvieron ideas durante tantos lustros, ahora, de pronto, por arte de magia, van a tener tantas y las van a desarrollar con tanto acierto que todos seremos felices si confiamos en ellos y les añadimos nuestro voto.
Supongo que es posible que alguno de ellos hasta se lo crea. La mente humana es insondable.
Viene en uno de los periódicos de hoy un artículo en que se habla de los duelos y los quebrantos de las ruinas de la burbuja inmobiliaria, aquel engañoso edén de pacotilla durante que se perpetraron tantas barbaridades impunes, se destruyeron ámbitos y se estropearon y malograron para siempre expectativas que no volverán tampoco, como las golondrinas.
Andan, toda una laboriosa multitud de ejecutivos, tratando de salvar algo del desastre, siniestro total, de estas ruinas de Itálica. Ensayan cuantas argucias se les ocurren para rebañar lo que en las arcas del ahorro familiar queda, además de polvo y desencanto. Y augura, fúnebre, el autor del estudio, que este mercado seguirá a la baja hasta dentro de tres o cuatro años, que será cuando toque el fondo de unas pérdidas de casi tres cuartos del valor fingido que llegaron a tener los ladrillos ensamblados.
Fue una locura. Se ensombrecieron con gigantescas urbanizaciones desmedidas y monstruosos cajones supuestamente habitables, fincas y viviendas tradicionales, atropelladas e irremediablemente laceradas. Y ahí, al lado, sonrientes, unos sagaces individuos, se hicieron nuevos rico y ricos viejos y se llevaron el santo y la limosna, los ahorros y la fugaz ilusión de que todos estábamos a punto de hacernos definitiva y permanentemente felices aunque fuese en aquellas conejeras cuyo principal atractivo era el mobiliario de la cocina, todo el made in China so patente de la industriosa Germany.
Me pregunto a veces de qué sirve advertir una catástrofe si nadie está dispuesto a creerte.
De nada sirve, sin embargo, quedarse contemplando los pedazos del jarrón. Las cosas son como son y lo que se rompe estará ya roto para siempre, por más que inventen pegamentos casi milagrosos Hay que volver a empezar. Tendremos, o tendrán, los de siempre, que trabajar con denuedo para recomponer lo que va a tardar en recomponerse para que otros avispados prójimos nos vengan a aliviar de cualquier ahorro que podamos haber atesorado los más indefensos, que suelen ser esos que ni ricos ni pobres, sólo cuentan con su aurea mediocridad para tratar de sobrevivir en este cada vez más complicado mundo de la arquitectura económico financiera.
Andan, toda una laboriosa multitud de ejecutivos, tratando de salvar algo del desastre, siniestro total, de estas ruinas de Itálica. Ensayan cuantas argucias se les ocurren para rebañar lo que en las arcas del ahorro familiar queda, además de polvo y desencanto. Y augura, fúnebre, el autor del estudio, que este mercado seguirá a la baja hasta dentro de tres o cuatro años, que será cuando toque el fondo de unas pérdidas de casi tres cuartos del valor fingido que llegaron a tener los ladrillos ensamblados.
Fue una locura. Se ensombrecieron con gigantescas urbanizaciones desmedidas y monstruosos cajones supuestamente habitables, fincas y viviendas tradicionales, atropelladas e irremediablemente laceradas. Y ahí, al lado, sonrientes, unos sagaces individuos, se hicieron nuevos rico y ricos viejos y se llevaron el santo y la limosna, los ahorros y la fugaz ilusión de que todos estábamos a punto de hacernos definitiva y permanentemente felices aunque fuese en aquellas conejeras cuyo principal atractivo era el mobiliario de la cocina, todo el made in China so patente de la industriosa Germany.
Me pregunto a veces de qué sirve advertir una catástrofe si nadie está dispuesto a creerte.
De nada sirve, sin embargo, quedarse contemplando los pedazos del jarrón. Las cosas son como son y lo que se rompe estará ya roto para siempre, por más que inventen pegamentos casi milagrosos Hay que volver a empezar. Tendremos, o tendrán, los de siempre, que trabajar con denuedo para recomponer lo que va a tardar en recomponerse para que otros avispados prójimos nos vengan a aliviar de cualquier ahorro que podamos haber atesorado los más indefensos, que suelen ser esos que ni ricos ni pobres, sólo cuentan con su aurea mediocridad para tratar de sobrevivir en este cada vez más complicado mundo de la arquitectura económico financiera.
domingo, 13 de noviembre de 2011
Remato el domingo con un tedioso paseo por el barullo electoral. No debería haber tanto ruido. La gente, lo que necesita, es pararse a pensar y no tiene ni dinero ni tiempo para hacerlo.
Escucho algunas de las monsergas y lo que me sugieren es que sus autores, sean o no quienes las proclaman, están convencidos o de que la gente tenemos poco seso o de que no tenemos tiempo para utilizar el seso, despertar y darnos cuenta de que se nos manipula pensando que somos unos ignorantes sin sentido común.
No quiero meterme ni con los tirios ni con los troyanos. En esta ocasión se me ocurre que ambos están empeñados en tenernos por poco más que una bandada de avispados babuinos, recalco, avispados, pero nada más que babuinos.
Se pierden en el laberinto de que si unos van a quebrantar la frágil redoma del estado del bienestar, mientras que los otros se comprometen a mantenerla por arte de birlibirloque.
Ganas de llorar porque siempre he tenido y mantengo un gran respeto por arte de la política como labor de orfebre capaz de engarzar las volutas de su creación con los vacíos de la necesidad para que sea posible que la sociedad humana subsista, se organice y sirva para la convivencia pacífica, libre y justa de sus miembros. Y me encorajina ese afán de desprestigiar a otros, cuando ambos en lo que deberían rivalizar es en presentar proyectos que el sentido común pueda considerar posibles, todos, los de ambos, encaminados al mejor bien común posible.
No puedo creer que ninguno piense en serio que el otro quiere fastidiar un segmento social en su provecho y en perjuicio de otro. Todos saben que quien no atienda al conjunto está destinado al más rotundo de los fracasos.
Escucho algunas de las monsergas y lo que me sugieren es que sus autores, sean o no quienes las proclaman, están convencidos o de que la gente tenemos poco seso o de que no tenemos tiempo para utilizar el seso, despertar y darnos cuenta de que se nos manipula pensando que somos unos ignorantes sin sentido común.
No quiero meterme ni con los tirios ni con los troyanos. En esta ocasión se me ocurre que ambos están empeñados en tenernos por poco más que una bandada de avispados babuinos, recalco, avispados, pero nada más que babuinos.
Se pierden en el laberinto de que si unos van a quebrantar la frágil redoma del estado del bienestar, mientras que los otros se comprometen a mantenerla por arte de birlibirloque.
Ganas de llorar porque siempre he tenido y mantengo un gran respeto por arte de la política como labor de orfebre capaz de engarzar las volutas de su creación con los vacíos de la necesidad para que sea posible que la sociedad humana subsista, se organice y sirva para la convivencia pacífica, libre y justa de sus miembros. Y me encorajina ese afán de desprestigiar a otros, cuando ambos en lo que deberían rivalizar es en presentar proyectos que el sentido común pueda considerar posibles, todos, los de ambos, encaminados al mejor bien común posible.
No puedo creer que ninguno piense en serio que el otro quiere fastidiar un segmento social en su provecho y en perjuicio de otro. Todos saben que quien no atienda al conjunto está destinado al más rotundo de los fracasos.
Nos manda, enganchado en nubes de buen andar el Sahara una parte del simún degradado a viento de castañas, calor inesperado, veranillo de San Martín, para la matanza, griñispos y zorza, solomillo de gocho, ristras de chorizos, jamón fresco, lleváilo al hórreo, que cure.
Con razón decía yo ayer, cuando, transcurrido el primer tiempo, apagué la tele aburrido del tikitaka infructuoso de nuestros invencibles, que la cosa no daba para más. La infinitud de los entrenadores del mundo buscándole antídotos al sistema Guardiola, acabó por darles resultado: un enjambre de defensas y un par de galgos corredores, combinados con la fatiga de los triunfadores, y la rubia Albión ha vuelto por sus fueros corsarios.
Suben y bajan los políticos europeos, empeñados en su negativa a consolidar la Europa Unida que acabaría de un plumazo con la crisis económica por lo menos.
Acabar con la crisis económica es tanto como arreglarle el esqueleto a un futuro político posible. Pero no quieren. No sé si es culpa obstinada de alguno o de unos pocos o de todos los implicados, pero mientras nos empeñemos en el sistema tribal del mosaico de estados independientes, resultará cada vez más difícil ir poniendo remiendos. Con el riesgo de que por el camino se disperse, desperdigue y desbarate el centón. Está claro que en el nuevo ámbito de los tiempos que vienen no tiene ningún estado europeo la posibilidad de sobrevivir por sí solo. Dudo que haya muchos capaces de pagar sus deudas como no se produzca una rebaja generalizada, que se llevaría consigo el supuesto bienestar de los últimos lustros, cuando muchos esperábamos ilusionados la realización posible de los planes de la época de Adenauer, aquellos sueños de la edad del tratado de Roma.
Hoy, como dos fucilazos, la caída de Berlusconi y una ojeada a los diarios perdidos de don Niceto Alcalá Zamora, desolado por el evidente afán de exterminio de los antagónicos que ensombreció el siglo XX y lo convirtió en el más cruel, cruento y triste de la historia europea moderna. Otro periódico da cuenta de una historia romántica de José Antonio Primo de Rivera. Ignoramos muchas cosas de cada personaje histórico, por lo menos, informados como estamos de sus vicisitudes públicas, nada sabemos de sus vidas cotidianas y de sus convicciones privadas.
No hay vidas lineales. La más sencilla es un más o menos modesto laberinto y leo también que al final, los que cuentan su experiencia de haberse asomado al otro lado del espejo, pero regresaron, dicen que atisbaron, no sé si con estos ojos o con los del alma, un corredor y en el fondo una luminosidad.
Con razón decía yo ayer, cuando, transcurrido el primer tiempo, apagué la tele aburrido del tikitaka infructuoso de nuestros invencibles, que la cosa no daba para más. La infinitud de los entrenadores del mundo buscándole antídotos al sistema Guardiola, acabó por darles resultado: un enjambre de defensas y un par de galgos corredores, combinados con la fatiga de los triunfadores, y la rubia Albión ha vuelto por sus fueros corsarios.
Suben y bajan los políticos europeos, empeñados en su negativa a consolidar la Europa Unida que acabaría de un plumazo con la crisis económica por lo menos.
Acabar con la crisis económica es tanto como arreglarle el esqueleto a un futuro político posible. Pero no quieren. No sé si es culpa obstinada de alguno o de unos pocos o de todos los implicados, pero mientras nos empeñemos en el sistema tribal del mosaico de estados independientes, resultará cada vez más difícil ir poniendo remiendos. Con el riesgo de que por el camino se disperse, desperdigue y desbarate el centón. Está claro que en el nuevo ámbito de los tiempos que vienen no tiene ningún estado europeo la posibilidad de sobrevivir por sí solo. Dudo que haya muchos capaces de pagar sus deudas como no se produzca una rebaja generalizada, que se llevaría consigo el supuesto bienestar de los últimos lustros, cuando muchos esperábamos ilusionados la realización posible de los planes de la época de Adenauer, aquellos sueños de la edad del tratado de Roma.
Hoy, como dos fucilazos, la caída de Berlusconi y una ojeada a los diarios perdidos de don Niceto Alcalá Zamora, desolado por el evidente afán de exterminio de los antagónicos que ensombreció el siglo XX y lo convirtió en el más cruel, cruento y triste de la historia europea moderna. Otro periódico da cuenta de una historia romántica de José Antonio Primo de Rivera. Ignoramos muchas cosas de cada personaje histórico, por lo menos, informados como estamos de sus vicisitudes públicas, nada sabemos de sus vidas cotidianas y de sus convicciones privadas.
No hay vidas lineales. La más sencilla es un más o menos modesto laberinto y leo también que al final, los que cuentan su experiencia de haberse asomado al otro lado del espejo, pero regresaron, dicen que atisbaron, no sé si con estos ojos o con los del alma, un corredor y en el fondo una luminosidad.
sábado, 12 de noviembre de 2011
Para mi generación, incluido yo, que paradójicamente prefiero al Barcelona, especialista en practicarlo, resulta aburrido este fútbol del pasecito corto que aquel inolvidable narrador bautizo con el original nombre de tikitaka.
Nosotros, los buenos, que eran siempre algunos de mis compinches de niñez y estudios, y yo, que formaba parte en esto del deporte del pelotón sempiterno de los torpes, no sabíamos de cuatro, cuatro, dos, cuatro, dos cuatro, tres cuatro dos ni comparsa o combinación diferente del once contra once, en abigarrado montón empeñado en meter la pelota de trapo en la guarida más íntima del antagonista, fuera como fuese, aunque hiciera falta agarrar a unos cuantos de los componentes del equipo contrario, sentarse sobre ellos o empujarlos fuera del campo, apenas delimitado en la arena de la playa, que es donde juegan los hombres. ¿No os habíais fijado? Donde hay playa y es la primera escuela del fútbol incipiente, suele haber buena cantera. Porque es que quien juega bien en la playa y sobrevive está destinado a resultar cuando mayor un fuera de serie.
La playa es un escenario brutal y despiadado, donde, habitualmente descalzo, pisas como puedes, retorciendo músculos, tendones y pienso que hasta doblando huesos, se te cae casi siempre un grupo de enemigos encima y cuando no, uno solo de ellos te embiste con los pies por delante y te deja sin respiración.
Esa era nuestra táctica y nuestra técnica. Once en grupo contra un grupo de once. Los once atacando a la vez en confuso montón y once defendiendo con uñas, dientes, patadas y mordiscos la integridad de su fortaleza.
Ahora te duermes con estos habilidosos hombrecillos ejerciendo como los palitroques de los bolillos, toca, pasa, toma y a ver quién llega hasta la mismísima raya de la portería del de enfrente y sortea al desesperado portero a quien luego enfocan las cámaras para que todo el mundo lo vea refunfuñar. Me recuerdan aquel episodio en que Guillermo Brown, mi adalid eterno, espejo de preadolescentes del mundo uníos, asiste a una mudanza de su familia y pasan “lenta y devastadoramente” unos obreros que llevan el piano y derriban cuanto rozan, de pronto, el piano, en una falsa maniobra, cae sobre el pie de unos de los obreros y Guillermo, admirado: ¡“la de cosas que saben decir”!
Nosotros, los buenos, que eran siempre algunos de mis compinches de niñez y estudios, y yo, que formaba parte en esto del deporte del pelotón sempiterno de los torpes, no sabíamos de cuatro, cuatro, dos, cuatro, dos cuatro, tres cuatro dos ni comparsa o combinación diferente del once contra once, en abigarrado montón empeñado en meter la pelota de trapo en la guarida más íntima del antagonista, fuera como fuese, aunque hiciera falta agarrar a unos cuantos de los componentes del equipo contrario, sentarse sobre ellos o empujarlos fuera del campo, apenas delimitado en la arena de la playa, que es donde juegan los hombres. ¿No os habíais fijado? Donde hay playa y es la primera escuela del fútbol incipiente, suele haber buena cantera. Porque es que quien juega bien en la playa y sobrevive está destinado a resultar cuando mayor un fuera de serie.
La playa es un escenario brutal y despiadado, donde, habitualmente descalzo, pisas como puedes, retorciendo músculos, tendones y pienso que hasta doblando huesos, se te cae casi siempre un grupo de enemigos encima y cuando no, uno solo de ellos te embiste con los pies por delante y te deja sin respiración.
Esa era nuestra táctica y nuestra técnica. Once en grupo contra un grupo de once. Los once atacando a la vez en confuso montón y once defendiendo con uñas, dientes, patadas y mordiscos la integridad de su fortaleza.
Ahora te duermes con estos habilidosos hombrecillos ejerciendo como los palitroques de los bolillos, toca, pasa, toma y a ver quién llega hasta la mismísima raya de la portería del de enfrente y sortea al desesperado portero a quien luego enfocan las cámaras para que todo el mundo lo vea refunfuñar. Me recuerdan aquel episodio en que Guillermo Brown, mi adalid eterno, espejo de preadolescentes del mundo uníos, asiste a una mudanza de su familia y pasan “lenta y devastadoramente” unos obreros que llevan el piano y derriban cuanto rozan, de pronto, el piano, en una falsa maniobra, cae sobre el pie de unos de los obreros y Guillermo, admirado: ¡“la de cosas que saben decir”!
Los sábados y los domingos son para un viejo los peores días. La carnicería está más lejos que el supermercado, hay que pagar la semana de periódicos y de carne, hay que salir con la perrita que ya es perra, y, si pasa lo que puede pasar en cualquier momento, se forma en torno a nosotros la cohorte de perros vagabundos, todos ellos con su proyecto de formar familia y protagonizar la conservación de la especie, luego conviene ojear el apartado de correos –cuando éramos radioaficionados, que también exploré ese mundo una vez, le llamaban pío box, según a mí me sonaba el anglófono P.O. box-, comprar salchichas en “la otra” carnicería, que en la primera pican más, y realizar las habituales visitas a la periodiquera y el panadero.
Pero como la perrita, que ya saben los demás perros machos y adultos que ya es perra y hay ocasiones que tengo que cogerla en brazos para defender el honor de la familia –hay que ver, decía aquel inglés con sorna, dónde dice Calderón que tenían el honor los españoles de su época-, bueno pues a la perrita no le dejan entrar en la mayoría de unos establecimientos que prefieren al guiri, por mucho que manche, abuse y suba los pies a la banqueta o a la mesa de enfrente, y hay que salir dos veces, la salida zoológica de las bolsitas impermeables y la salida del buscador de víveres para el día y la semana.
Me acuerdo del primer evento prematrimonial de mi dulce perrita, todavía entonces no perra, pero en el límite, donde la duda, que vino aquel perro enano de pelo hirsuto, suelto, abandonado de sus puñeteros dueños y de tal manera y con tal ahínco nos acosaba que tuve que tomar del pescuezo a la interfecta, muy interesada por cierto en tratar de aclarar las cosas, y salir corriendo para casa, entre jadeos impropios de la seriedad de un anciano, improperios y el regocijo de unos gañanes que mataban en una terraza con sendos tragos de orujo el primer albor.
Insistía él, forcejeaba ella de tal modo que se le salió la cabeza del arnés y si no acierto a agarrarla de las lanas, que estos perros de agua tienen lanas en vez de pelo, y no salgo corriendo, a estas horas en mi casa ni honra ni barcos, tendría que modificar el almirante su celebre frase.
Días como hoy, decía un cliente, “ta uno eximio”, él pretendía decir exhausto, y en efecto se resuella, sobre todos estas mañanas de otoño, engañosas, en que viene el viento del sur, juguetón o violento, según le da, sube la temperatura, tú te habías empezado a abrigar y un sudor se te va y otro se te viene cuando regresas, en mi caso cuesta arriba, con las bolsas llenas. “Otro agente de bolsa”, dice un amigo con el que me cruzo y que viene a su vez bolsas en bandolera. Acabaremos, comenta, por sacar el carrito, como acabaron tantos visitadores divorciados, los fines de semana alternos del régimen de visitas, por acostumbrarse a sacar las sillitas y los cochecitos, con los pequeños nómadas a cuestas, en busca de casa de los abuelos, del zoo o de la tienda, si es verano, de helados, si es otoño o invierno, de churros o de chuches, o de ese artefacto de la manivela y los agujeros en que asa castañas un señor cetrino sólo medio afeitado y bigotudo, de boina capada y madreñas, “a euro el cucurucho de ocho, señor, y si esto sigue así, habrá que quitar dos castañas o subir otro euro”.
Pero como la perrita, que ya saben los demás perros machos y adultos que ya es perra y hay ocasiones que tengo que cogerla en brazos para defender el honor de la familia –hay que ver, decía aquel inglés con sorna, dónde dice Calderón que tenían el honor los españoles de su época-, bueno pues a la perrita no le dejan entrar en la mayoría de unos establecimientos que prefieren al guiri, por mucho que manche, abuse y suba los pies a la banqueta o a la mesa de enfrente, y hay que salir dos veces, la salida zoológica de las bolsitas impermeables y la salida del buscador de víveres para el día y la semana.
Me acuerdo del primer evento prematrimonial de mi dulce perrita, todavía entonces no perra, pero en el límite, donde la duda, que vino aquel perro enano de pelo hirsuto, suelto, abandonado de sus puñeteros dueños y de tal manera y con tal ahínco nos acosaba que tuve que tomar del pescuezo a la interfecta, muy interesada por cierto en tratar de aclarar las cosas, y salir corriendo para casa, entre jadeos impropios de la seriedad de un anciano, improperios y el regocijo de unos gañanes que mataban en una terraza con sendos tragos de orujo el primer albor.
Insistía él, forcejeaba ella de tal modo que se le salió la cabeza del arnés y si no acierto a agarrarla de las lanas, que estos perros de agua tienen lanas en vez de pelo, y no salgo corriendo, a estas horas en mi casa ni honra ni barcos, tendría que modificar el almirante su celebre frase.
Días como hoy, decía un cliente, “ta uno eximio”, él pretendía decir exhausto, y en efecto se resuella, sobre todos estas mañanas de otoño, engañosas, en que viene el viento del sur, juguetón o violento, según le da, sube la temperatura, tú te habías empezado a abrigar y un sudor se te va y otro se te viene cuando regresas, en mi caso cuesta arriba, con las bolsas llenas. “Otro agente de bolsa”, dice un amigo con el que me cruzo y que viene a su vez bolsas en bandolera. Acabaremos, comenta, por sacar el carrito, como acabaron tantos visitadores divorciados, los fines de semana alternos del régimen de visitas, por acostumbrarse a sacar las sillitas y los cochecitos, con los pequeños nómadas a cuestas, en busca de casa de los abuelos, del zoo o de la tienda, si es verano, de helados, si es otoño o invierno, de churros o de chuches, o de ese artefacto de la manivela y los agujeros en que asa castañas un señor cetrino sólo medio afeitado y bigotudo, de boina capada y madreñas, “a euro el cucurucho de ocho, señor, y si esto sigue así, habrá que quitar dos castañas o subir otro euro”.
Presento la música de Pedro Blanco, que, oriundo de Astorga, nacido en León, tío abuelo mío, hijo de director de banda de música, concertista de piano y compositor, murió en la treintena, allá por 1919, de la “gripe española”, cuando había emigrado a Portugal, donde se casó, tuvo dos hijos y un montón de nieto que ya no conoció. Su música permaneció olvidada hasta que unos cuantos aficionados y estudiosos, rebuscaron, hallaron y ahora publican una obra interesante, inspirada y que hace suponer que de haber vivido más tiempo, éste ya por lo hecho notable autor podría haber llegado a ser aún más extraordinario músico de lo que ya fue con tan pocos años. Mi abuelo, su hermano, que había tocado el violín en su juventud, jamás volvió a hacerlo, que yo sepa, en su vida.
Sobre una de sus mazurcas, leo un poema mío, admirado, que interpreta el sentimiento que el autor me sugiere con esta obra concreta que llamó “mazurca triste”. Se advierte una placentera nostalgia, la nostalgia es el atardecer de la esperanza de volver. Ya adivinas que será imposible y lo que fue ilusión se dora como el borde de las hojas de los árboles del paseo. Un especial recuerdo de los falsos plátanos, arces, de uno de los paseos del jardín de mis tíos abuelos indianos, donde cuando era niño supuse yo parecido con el jardín del Edén, el umbral del mundo feérico o por lo menos un mundo susceptible de convertirse alternativamente en el bosque de Sherwood o en la Isla del tesoro o tal vez el mundo en que Mowgli jugaba con Baloo y Baghera. En otoño era una delicia ir pisando aquellas enormes hojas palmeadas, secas y crujientes. Ahora, hasta Peter Pan ha crecido.
Después la vuelta a casa, bajo las primeras lluvias de este hermoso otoño que el buen padre Dios nos regala este año y la apacible discusión con mi mujer acerca de la conveniencia o no de que los ancianitos comamos lentejas. No encuentro qué oponer a lo de que las lentejas son comida de viejas. ¿O sí? ¿O está ahí la solución de mis pesares, dado que el refrán claramente dice “viejas”, pero no “viejos”? Mira tú por dónde … Ya lo decían los clásicos: en los refranes se contiene la sabiduría popular, pacientemente acumulada a lo largo de años de estalactitas, gotas de conocimiento adquirido con sangres y sudores. Lo único malo que cada refrán tiene su antagónico. Si ya lo digo yo siempre: esta vida, un laberinto.
Sobre una de sus mazurcas, leo un poema mío, admirado, que interpreta el sentimiento que el autor me sugiere con esta obra concreta que llamó “mazurca triste”. Se advierte una placentera nostalgia, la nostalgia es el atardecer de la esperanza de volver. Ya adivinas que será imposible y lo que fue ilusión se dora como el borde de las hojas de los árboles del paseo. Un especial recuerdo de los falsos plátanos, arces, de uno de los paseos del jardín de mis tíos abuelos indianos, donde cuando era niño supuse yo parecido con el jardín del Edén, el umbral del mundo feérico o por lo menos un mundo susceptible de convertirse alternativamente en el bosque de Sherwood o en la Isla del tesoro o tal vez el mundo en que Mowgli jugaba con Baloo y Baghera. En otoño era una delicia ir pisando aquellas enormes hojas palmeadas, secas y crujientes. Ahora, hasta Peter Pan ha crecido.
Después la vuelta a casa, bajo las primeras lluvias de este hermoso otoño que el buen padre Dios nos regala este año y la apacible discusión con mi mujer acerca de la conveniencia o no de que los ancianitos comamos lentejas. No encuentro qué oponer a lo de que las lentejas son comida de viejas. ¿O sí? ¿O está ahí la solución de mis pesares, dado que el refrán claramente dice “viejas”, pero no “viejos”? Mira tú por dónde … Ya lo decían los clásicos: en los refranes se contiene la sabiduría popular, pacientemente acumulada a lo largo de años de estalactitas, gotas de conocimiento adquirido con sangres y sudores. Lo único malo que cada refrán tiene su antagónico. Si ya lo digo yo siempre: esta vida, un laberinto.
viernes, 11 de noviembre de 2011
No hemos salido, esta mañana lluviosa, Laila y yo. Laila es mi perrita que ya es perra núbil, algo equivalente a las muchachas en flor. Laila, de vuelta de su paseo mañanero con uno de mis hijos, trató de engañarme, nada más verme, puso ternura en sus ojos, corrió como una centella y se puso al lado del arnés. Luego, al ver que el viejo zorro no picaba, buscó una pelota y me la vino a poner a los pies, invitándome, con el gesto, a que se la tirase lejos para ir a buscarla. Bueno, pues tampoco. Hoy, viejos del mundo uníos, al ordenador, En el ordenador, lo primero de todo es sacar una copia de mi crucigrama preferido, que acumulo y voy resolviendo casi siempre al final de la jornada. Lo tengo cronometrado y me cuesta entre un cuarto de hora, cuando el autor lo hizo un día de vagancia personal, y la media hora de cuando trabajó de firme para tender sus celadas y plantar sus artimañas.
Para las coníferas recién puestas en mi calle recién arreglada por Semana Santa del pasado año, el agua ha llegado tarde mal y nunca. Ya están abandonadas y secas. Las secó el excelente otoño de que veníamos disfrutando los humanos y las secó el olvido de riego, y las secaron las maldiciones de los cocheros que antes aparcaban donde ahora está prohibido.
¿Qué es un cochero? Cochero es evidentemente quien tiene un coche o disfruta de él.
Con la manía que me ha llegado de las palabras muertas o moribundas, me acuerdo ahora mismo de la palabra “automóvil”, que ya casi nadie usa porque es más fácil, corta y seca “coche”, pero creo que habría que distinguir el coche a secas del automóvil suntuoso. Para los textos legales está lo de “vehículo de motor”, a que con frecuencia le anglicanizan la preposición y se transforma por arte de birlibirloque en “vehículo a motor”.
Cosas que pasan “a” día de hoy, que es otro modo de decirlo maltratando el idioma. Tal vez también en estos asuntos ande la mejoría del mestizaje y nos aceche un futuro de lenguas combinadas, el famoso “spanglish”. Creo que hasta lo aceptaría si así fuésemos definitivamente capaces de entendernos todas las gentes.
Para las coníferas recién puestas en mi calle recién arreglada por Semana Santa del pasado año, el agua ha llegado tarde mal y nunca. Ya están abandonadas y secas. Las secó el excelente otoño de que veníamos disfrutando los humanos y las secó el olvido de riego, y las secaron las maldiciones de los cocheros que antes aparcaban donde ahora está prohibido.
¿Qué es un cochero? Cochero es evidentemente quien tiene un coche o disfruta de él.
Con la manía que me ha llegado de las palabras muertas o moribundas, me acuerdo ahora mismo de la palabra “automóvil”, que ya casi nadie usa porque es más fácil, corta y seca “coche”, pero creo que habría que distinguir el coche a secas del automóvil suntuoso. Para los textos legales está lo de “vehículo de motor”, a que con frecuencia le anglicanizan la preposición y se transforma por arte de birlibirloque en “vehículo a motor”.
Cosas que pasan “a” día de hoy, que es otro modo de decirlo maltratando el idioma. Tal vez también en estos asuntos ande la mejoría del mestizaje y nos aceche un futuro de lenguas combinadas, el famoso “spanglish”. Creo que hasta lo aceptaría si así fuésemos definitivamente capaces de entendernos todas las gentes.
Se encogen o se estiran las noticias, como la tripa de Jorge, según conviene y la capacidad de que disponen los agraciados o los heridos por la buena o la infausta nueva de que se trate. Y tú ves la primicia, en letra gorda y subrayada de la portada de un diario cualquiera, según cual sea la noticia y la tendencia o la categoría del o de los afectados, y al día siguiente se producen la eclosión o el difuminado de todos aquello que podría haber sido y no fue.
Es a la vez lamentable y divertido. Es ésta una sociedad que vive en un caserón de cristal, a través de cuyas paredes y tabiques entra, sale, captura y delata la tecnología, pero vienen el primo que ha hecho famoso el anuncio del zumo y el tío Paco proverbial de las rebajas y es como si muchos tuviesen un especial jalbegue con que taponar aquí y allá, que siempre hubo rotos para los descosidos y remiendos para sietes y demás desgarraduras.
Lo que sí que las mayorías se apartan de cada apestado por la sospecha. Las sospechas son como las vísperas de las fiestas, que siempre las exceden y sobrepasan en dimensión. Yo, al menos, cuando cada fiesta se hacía inminente, me la imaginaba mucho mejor de lo que luego resultaba. Y quién que haya sido joven no recuerda la afligida descripción del “fracaso de los trasnochadores” con que solíamos llorar entre los cascotes de cada resaca la fallida ilusión de cada proyecto de noche de juerga, derivadas casi siempre a paseos insomnes con el único consuelo de las libaciones de cada capilla nocturna.
Me advierto a mí mismo la imprescindible necesidad de que nos civilicemos. Al quitarnos el sombrero y las corbatas, los guantes y los botines, nos hemos despojado de los rudimentos de urbanidad y ha dejado de preocuparnos el orden de utilización de los cubiertos del banquete a que nos invitaron. Y como han hecho cuanto han podido, no sé quién, esos misterioso “ellos” cuyo destino implacable es liberarnos a “nosotros” de responsabilidad, por derogar los principios culturales vigentes y no los han sustituido por otros, aquí estamos, sin respetar ni lo sustantivo ni lo formal.
Y me digo que no fueron “ellos”, sino que lo consentimos entre todos, dando por bueno que nos diesen impunemente gato por liebre y además lo hiciesen sin respetar siquiera las formas, los modos y modales. Y por eso a todos nos incumbe tratar de sustituir los que había por una ética universal y sus consecuencias formales. Porque es demasiado fácil regresar a la barbarie. Uno se deja deslizar y para cuando va a darse cuenta ya va a media ladera y a velocidad progresiva, camino del regreso a la selvática realidad de lo primario. Considero demasiado delgada, frágil, vulnerable, la capa de civilización que nos protege como para andarse con probaturas.
Es a la vez lamentable y divertido. Es ésta una sociedad que vive en un caserón de cristal, a través de cuyas paredes y tabiques entra, sale, captura y delata la tecnología, pero vienen el primo que ha hecho famoso el anuncio del zumo y el tío Paco proverbial de las rebajas y es como si muchos tuviesen un especial jalbegue con que taponar aquí y allá, que siempre hubo rotos para los descosidos y remiendos para sietes y demás desgarraduras.
Lo que sí que las mayorías se apartan de cada apestado por la sospecha. Las sospechas son como las vísperas de las fiestas, que siempre las exceden y sobrepasan en dimensión. Yo, al menos, cuando cada fiesta se hacía inminente, me la imaginaba mucho mejor de lo que luego resultaba. Y quién que haya sido joven no recuerda la afligida descripción del “fracaso de los trasnochadores” con que solíamos llorar entre los cascotes de cada resaca la fallida ilusión de cada proyecto de noche de juerga, derivadas casi siempre a paseos insomnes con el único consuelo de las libaciones de cada capilla nocturna.
Me advierto a mí mismo la imprescindible necesidad de que nos civilicemos. Al quitarnos el sombrero y las corbatas, los guantes y los botines, nos hemos despojado de los rudimentos de urbanidad y ha dejado de preocuparnos el orden de utilización de los cubiertos del banquete a que nos invitaron. Y como han hecho cuanto han podido, no sé quién, esos misterioso “ellos” cuyo destino implacable es liberarnos a “nosotros” de responsabilidad, por derogar los principios culturales vigentes y no los han sustituido por otros, aquí estamos, sin respetar ni lo sustantivo ni lo formal.
Y me digo que no fueron “ellos”, sino que lo consentimos entre todos, dando por bueno que nos diesen impunemente gato por liebre y además lo hiciesen sin respetar siquiera las formas, los modos y modales. Y por eso a todos nos incumbe tratar de sustituir los que había por una ética universal y sus consecuencias formales. Porque es demasiado fácil regresar a la barbarie. Uno se deja deslizar y para cuando va a darse cuenta ya va a media ladera y a velocidad progresiva, camino del regreso a la selvática realidad de lo primario. Considero demasiado delgada, frágil, vulnerable, la capa de civilización que nos protege como para andarse con probaturas.
jueves, 10 de noviembre de 2011
Asunto de cinco, con tres al rececho. Eso fue la noche televisiva de ayer, que uno, muestra de vejez, se perdió anteyer el mentalista, serie que lo entretiene habitualmente, con su banalidad salpicada por unas sorprendentes dotes del exageradamente cobarde mentalista, amorosamente protegido por la encantadora ternura de su jefa.
Tres de acuerdo, pero con el acuerdo imposible, un añorante y el que trata de recoger los pedazos. Los tres de acuerdo son los del pepé y los dos nacionalistas, de acuerdo repito en casi todo, pero con el al parecer imposible acuerdo respecto de si somos uno o somos varios pendiente. Tal ven el maligno hechizo del hada madrina del país del Véspero sea éste que no sé si llamar del nacionalismo o del separatismo. Una pena y una tragedia. Por su parte, el pesoe rebusca en sus gastadas fórmulas ingredientes para sobrevivir y en el fondo, iú procura endilgar a tirios y troyanos la responsabilidad de lo ocurrido y de lo que está ocurriendo y así cosechar entre arrepentidos, indignados y escépticos rebeldes. Esos son los cinco.
Los otros tres, con sus evidentes razones a cuestas, fueron condenados a permanecer en sus puestos, enlatar sus ideas y dejarlas entrever como complementarias y supuestamente marginales.
Nada nuevo bajo la luz del sol. Considero evidente que nos hallamos ante un hecho histórico de importante trascendencia para la sociedad humana que puebla la tierra y no tenemos herramental político adecuado para tratar de resolver la porción, parte o parcela que nos incumbe.
Nos hace falta tomar clara conciencia de que necesitamos resolver el asunto pendiente de si existimos o no como estado unitario y único, por muchos y muy diversos que sean nuestros componentes.
Precisamos de unidades económicas suficientes para competir en el mercado global, a partir de una capacidad de investigación adecuada.
Sólo cuando esas unidades económicas de producción diversificada existan, será posible crear, consolidar y mantener la indispensable red de pequeñas y medianas empresas complementarias y suplementarias de aquéllas y de atender los mercados internos.
Nos hace falta adelgazar la administración y hacerla más ágil, eficaz y más responsable de sus actividades.
Para todo lo cual, parece más procedente bajar impuestos que subirlos y agravar la situación.
Y, para mientras todo eso se logra, como principio de arranque, es necesario atraer factorías de empresas propias o foráneas que remedien progresiva y urgentemente la dolorosa herida social del paro.
Sin olvidar que la administración no puede, es probable que no pueda llegar nunca, a pagar sus deudas pendientes. De lo que habrá que sacar las oportunas deducciones.
¿Qué si todo esto puede hacerse? ¡Pues naturalmente que sí! Sin la menor duda. Pero habría que ponerse denodadamente a ello.
Todo lo demás, como Hamlet repetiría, son palabras, palabras, palabras …
Tres de acuerdo, pero con el acuerdo imposible, un añorante y el que trata de recoger los pedazos. Los tres de acuerdo son los del pepé y los dos nacionalistas, de acuerdo repito en casi todo, pero con el al parecer imposible acuerdo respecto de si somos uno o somos varios pendiente. Tal ven el maligno hechizo del hada madrina del país del Véspero sea éste que no sé si llamar del nacionalismo o del separatismo. Una pena y una tragedia. Por su parte, el pesoe rebusca en sus gastadas fórmulas ingredientes para sobrevivir y en el fondo, iú procura endilgar a tirios y troyanos la responsabilidad de lo ocurrido y de lo que está ocurriendo y así cosechar entre arrepentidos, indignados y escépticos rebeldes. Esos son los cinco.
Los otros tres, con sus evidentes razones a cuestas, fueron condenados a permanecer en sus puestos, enlatar sus ideas y dejarlas entrever como complementarias y supuestamente marginales.
Nada nuevo bajo la luz del sol. Considero evidente que nos hallamos ante un hecho histórico de importante trascendencia para la sociedad humana que puebla la tierra y no tenemos herramental político adecuado para tratar de resolver la porción, parte o parcela que nos incumbe.
Nos hace falta tomar clara conciencia de que necesitamos resolver el asunto pendiente de si existimos o no como estado unitario y único, por muchos y muy diversos que sean nuestros componentes.
Precisamos de unidades económicas suficientes para competir en el mercado global, a partir de una capacidad de investigación adecuada.
Sólo cuando esas unidades económicas de producción diversificada existan, será posible crear, consolidar y mantener la indispensable red de pequeñas y medianas empresas complementarias y suplementarias de aquéllas y de atender los mercados internos.
Nos hace falta adelgazar la administración y hacerla más ágil, eficaz y más responsable de sus actividades.
Para todo lo cual, parece más procedente bajar impuestos que subirlos y agravar la situación.
Y, para mientras todo eso se logra, como principio de arranque, es necesario atraer factorías de empresas propias o foráneas que remedien progresiva y urgentemente la dolorosa herida social del paro.
Sin olvidar que la administración no puede, es probable que no pueda llegar nunca, a pagar sus deudas pendientes. De lo que habrá que sacar las oportunas deducciones.
¿Qué si todo esto puede hacerse? ¡Pues naturalmente que sí! Sin la menor duda. Pero habría que ponerse denodadamente a ello.
Todo lo demás, como Hamlet repetiría, son palabras, palabras, palabras …
miércoles, 9 de noviembre de 2011
La marea del entusiasmo, ¡hay que ver cómo estuviste! Afloja, y baja, playa abajo. Nada que ver en el discreto encanto de las palabras medidas, me recuerda la cosa a Berceo, que quería hacer una prosa en román paladino, en el cual suele el pueblo fablar con su uecino. Cada cual, modoso, a su andar. No te excites ni te quedes. Sin excitarse ni quedarte, nadas entre dos aguas, río abajo, con el agua viva, sorteando pedruscos, rabiones y ramaje puesto a secar y mojar, alternativamente, en la ribera. Tiene cadencia de clásico: bajaba por mi ribera, absorto en mis pensamientos, me distrajo una mozuela, que pasó, cabello al viento.
Mi mozuela, la perrita que ya es perra, tiene un año, que son siete, dicen, de los de persona. Mi perrita, que ya es perra y yo, bajamos por la vera, la ribera, del río, mirando como tontos las refriegas eróticas de los patos o los deslizamientos repentinos de las truchas, esta últimas entre dos aguas. Al año, que son siete de humano, mi perrita tiene lo que a mí me decían cuando los cumplí: el niño ya tiene “uso de razón”, cosa que nunca he sabido muy bien lo que es o en qué consiste y me conformo con la interpretación a vuelapluma de que será algo así como tener la posibilidad, casi siempre despreciada, de percatarse de que nos asiste el sentido común. Algo así, en cuanto a la razón, como el derecho natural, que es el que la naturaleza, sin más, según la definición de los clásicos, implanta en todos los humanos.
Me informa un periódico, sabe el buen padre Dios lo que dirán sus adversarios rotativos, de que un noventa y seis por ciento de los al respecto encuestados, afirmaron que el debate no les había mudado la intención de voto.
¿Por qué vota la gente lo que vota? ¡Ahí es nada! ¿Te imaginas que hubiese alguien capaz de manipular la secreta intención, compleja intención de votar, de la gente? Se lo rifarían, los partidos, anhelantes, desmedidos en sus ofertas. La gente vota a favor de, vota en contra de y vota según se le entrecrucen las razones y los sentimientos del día de seleccionar y preferir una papeleta con unos nombres sobre otra. Y por consigna de aquél o aquéllos en que confía. Los que discurren por mí, “que inventen ellos” y sabrán sin duda lo que es mejor para nosotros.
Si fuese verdad lo de que Urdangarín metía mano en el cajón del pan, ¿en quién podremos confiar?
No más vida descansada que la del que “huye del mundanal ruido” y se desentiende, pero te acucia Brecht, desde el otro lado, porque cuando me haya desentendido de las atrocidades que se vayan cometiendo con todos aquellos que “no me conciernen”, “nada tienen que ver conmigo”, ¿quién me asistirá cuando la emprendan conmigo, si ya no queda nadie o son pocos los que quedan?
Mi conclusión de esta mañana de miércoles y mercadillo semanal es que la vida no hay más remedio que vivirla e intervenir, que es convivir, que es la única manera de que sobrevivamos como especie.
Mi mozuela, la perrita que ya es perra, tiene un año, que son siete, dicen, de los de persona. Mi perrita, que ya es perra y yo, bajamos por la vera, la ribera, del río, mirando como tontos las refriegas eróticas de los patos o los deslizamientos repentinos de las truchas, esta últimas entre dos aguas. Al año, que son siete de humano, mi perrita tiene lo que a mí me decían cuando los cumplí: el niño ya tiene “uso de razón”, cosa que nunca he sabido muy bien lo que es o en qué consiste y me conformo con la interpretación a vuelapluma de que será algo así como tener la posibilidad, casi siempre despreciada, de percatarse de que nos asiste el sentido común. Algo así, en cuanto a la razón, como el derecho natural, que es el que la naturaleza, sin más, según la definición de los clásicos, implanta en todos los humanos.
Me informa un periódico, sabe el buen padre Dios lo que dirán sus adversarios rotativos, de que un noventa y seis por ciento de los al respecto encuestados, afirmaron que el debate no les había mudado la intención de voto.
¿Por qué vota la gente lo que vota? ¡Ahí es nada! ¿Te imaginas que hubiese alguien capaz de manipular la secreta intención, compleja intención de votar, de la gente? Se lo rifarían, los partidos, anhelantes, desmedidos en sus ofertas. La gente vota a favor de, vota en contra de y vota según se le entrecrucen las razones y los sentimientos del día de seleccionar y preferir una papeleta con unos nombres sobre otra. Y por consigna de aquél o aquéllos en que confía. Los que discurren por mí, “que inventen ellos” y sabrán sin duda lo que es mejor para nosotros.
Si fuese verdad lo de que Urdangarín metía mano en el cajón del pan, ¿en quién podremos confiar?
No más vida descansada que la del que “huye del mundanal ruido” y se desentiende, pero te acucia Brecht, desde el otro lado, porque cuando me haya desentendido de las atrocidades que se vayan cometiendo con todos aquellos que “no me conciernen”, “nada tienen que ver conmigo”, ¿quién me asistirá cuando la emprendan conmigo, si ya no queda nadie o son pocos los que quedan?
Mi conclusión de esta mañana de miércoles y mercadillo semanal es que la vida no hay más remedio que vivirla e intervenir, que es convivir, que es la única manera de que sobrevivamos como especie.
martes, 8 de noviembre de 2011
Voy, perrita, que ya es perra, en ristre, sonriente, que le gusta salir de mañana, sin prisas, que es meticulosa y ha de recorrer olfativamente las esquinas de cada macho, anhelante, tan joven, de aún no sabe qué, me arrimo al quiosco, tiene Dolores los periódicos en una bolsa, nos ladra, a la perra y a mí, desde su feudo del fondo del kiosco, su perro, desafiante, y un paseante que por allí pasaba: qué –me espeta la pregunta- ¿y el debate? Y yo, con aire, pienso, que de inocente, en realidad de bobalicón: Ah, ¿pero ha habido un debate?
Ayer los dos, la noticia es que ambos con corbata tirando al azul televisivo –oiga, te dicen los maestros, lleve usted camisa azulenca y corbata o roja o azul-, entrambos recortados de expresión, sin soltura, atados y bien atados por asesores de imagen, de economía, de oratoria, de mímica, de expresión gestual, moviéndose en terreno comanche, previamente acotado para señalizar las minas y demás artefactos y artilugios peligrosos, se dijeron con delimitada cortesía, en presencia de un sonriente árbitro, que España va mal, que habrá que hacer algo para sacarla del trance y que va a ser difícil.
Algo es algo, pero ¿debate?
Usted estuvo y ¿qué hizo?, se preguntaron a la recíproca.
A mí se me ocurre …, y el otro: eso que dice que se le ocurre es neutro, común, epiceno o ambiguo. Lo de ambiguo les suena. La ambigüedad está de moda. Si logras, en efecto ser ambiguo, pero bien ambiguo, realmente ambiguo, es decir que nadie entienda qué, puñetas, quieres decir, estás en el camino real del pueblo, el castillo de los sabios, la fortaleza intelectual del mago de Oz. No sé lo que quiere decir, de modo que debe ser algo, por esotérico, cierto y por ininteligible, importante.
Se me agacha, la perrita que ya es perra, me mira de reojo, pidiendo autorización, y pone en la acera su óbolo matinal humeante, que, impaciente y mahumorado, recojo con la bolsa guante que no quiero pensar que sea susceptible de romperse un día en plena faena.
.¿Qué –me pregunta un jocoso transeúnte mañanero que no sabe lo que le cuesta a un ancianete como yo agacharse a cosechar- yéndose a la mierda eh?
Y a mí no se me ocurre más que jadearle aquello de: “la calavera de un burro, miraba el doctor Pandolfo, y, enternecido, decía: ¡válgame Dios, lo que somos!”.
Ayer los dos, la noticia es que ambos con corbata tirando al azul televisivo –oiga, te dicen los maestros, lleve usted camisa azulenca y corbata o roja o azul-, entrambos recortados de expresión, sin soltura, atados y bien atados por asesores de imagen, de economía, de oratoria, de mímica, de expresión gestual, moviéndose en terreno comanche, previamente acotado para señalizar las minas y demás artefactos y artilugios peligrosos, se dijeron con delimitada cortesía, en presencia de un sonriente árbitro, que España va mal, que habrá que hacer algo para sacarla del trance y que va a ser difícil.
Algo es algo, pero ¿debate?
Usted estuvo y ¿qué hizo?, se preguntaron a la recíproca.
A mí se me ocurre …, y el otro: eso que dice que se le ocurre es neutro, común, epiceno o ambiguo. Lo de ambiguo les suena. La ambigüedad está de moda. Si logras, en efecto ser ambiguo, pero bien ambiguo, realmente ambiguo, es decir que nadie entienda qué, puñetas, quieres decir, estás en el camino real del pueblo, el castillo de los sabios, la fortaleza intelectual del mago de Oz. No sé lo que quiere decir, de modo que debe ser algo, por esotérico, cierto y por ininteligible, importante.
Se me agacha, la perrita que ya es perra, me mira de reojo, pidiendo autorización, y pone en la acera su óbolo matinal humeante, que, impaciente y mahumorado, recojo con la bolsa guante que no quiero pensar que sea susceptible de romperse un día en plena faena.
.¿Qué –me pregunta un jocoso transeúnte mañanero que no sabe lo que le cuesta a un ancianete como yo agacharse a cosechar- yéndose a la mierda eh?
Y a mí no se me ocurre más que jadearle aquello de: “la calavera de un burro, miraba el doctor Pandolfo, y, enternecido, decía: ¡válgame Dios, lo que somos!”.
lunes, 7 de noviembre de 2011
La vieja quimera del regionalismo, que si es esto o es lo otro nadie puede asegurarlo, manoseado idealmente como ha sido el término por radicales separatistas y modestos regionalistas descentralizadores, pasando por la confusa maraña del federalismo y una porción más de ensayistas, que los hay de buena fe, es decir, que pretenden no pasar de su particular utopía y los hay de la mala para mi consistente en enmascarar propósitos para esconder eventuales desarrollos de propósitos más radicales, ya sean centrífugos, ya centrípetos.
Es un asunto al que le tenemos miedo todos.
Nos deja, caso de plantearlo con la debida seriedad, en la palomera de las incertidumbres.
Al hombre, consciente o no de la dimensión política que tiene nuestra esencia personal, derivada de la condición inevitable de que seamos inexorablemente sociales, le asusta la incertidumbre. De ahí el miedo a la libertad, que Frisch ha estudiado a fondo con tanto acierto. La libertad responsabiliza. Hace muchos, ya muchísimos años, dijo Thomas Jefferson aquello que cito en mi otra entrada de que “los errores de opinión son tolerables allí donde la razón es libre para combatirlos”.
Más gente lo ha dicho y repetido sin cesar a lo largo de la historia.
Lo que no es lícito es usar de mañas y argucias para tratar de atraer a los demás a nuestro mundo feliz más o menos huxleyano.
¿Quién hay capaz? Muy pocos. Se toma el rábano por las hojas de la pereza mental. Se apoya uno en supuestas verdades incontrovertibles taraceadas en la razón propia por convicciones propias o ajenas, incluidas tradiciones familiares y ese afán restauratorio de lo que había o de lao que más o menos supuestamente hubo.
Es difícil de lograr, pero inimaginablemente deseable el equilibrio a que podría llevarnos, con extraordinarios resultados, la toma en consideración de cuanto se ha ido incorporando a nuestra cultura, despojándolo de formas residuales caducas, pero también de disparatadas fórmulas sin asomo de fundamento.
Los filósofos, enfrascados y ensimismados entre el humo, el ruido y la furia de los dos últimos siglos, deberían ponerse a pensar, dimensionar y definir al hombre del siglo que viene, reincorporar a la razón la a veces sinrazón religiosa y reconstruir el hombre sin duda llamado a sobrevivir a todo esto que está pasando, con tanto hombrecillo insuficiente empeñado en defender hórreos vacíos, habiendo como hay tanto territorio, material y moral, como poblar, reconstruir, usar en provecho de la nueva sociedad, más allá de esta frontera en que dudamos.
Es un asunto al que le tenemos miedo todos.
Nos deja, caso de plantearlo con la debida seriedad, en la palomera de las incertidumbres.
Al hombre, consciente o no de la dimensión política que tiene nuestra esencia personal, derivada de la condición inevitable de que seamos inexorablemente sociales, le asusta la incertidumbre. De ahí el miedo a la libertad, que Frisch ha estudiado a fondo con tanto acierto. La libertad responsabiliza. Hace muchos, ya muchísimos años, dijo Thomas Jefferson aquello que cito en mi otra entrada de que “los errores de opinión son tolerables allí donde la razón es libre para combatirlos”.
Más gente lo ha dicho y repetido sin cesar a lo largo de la historia.
Lo que no es lícito es usar de mañas y argucias para tratar de atraer a los demás a nuestro mundo feliz más o menos huxleyano.
¿Quién hay capaz? Muy pocos. Se toma el rábano por las hojas de la pereza mental. Se apoya uno en supuestas verdades incontrovertibles taraceadas en la razón propia por convicciones propias o ajenas, incluidas tradiciones familiares y ese afán restauratorio de lo que había o de lao que más o menos supuestamente hubo.
Es difícil de lograr, pero inimaginablemente deseable el equilibrio a que podría llevarnos, con extraordinarios resultados, la toma en consideración de cuanto se ha ido incorporando a nuestra cultura, despojándolo de formas residuales caducas, pero también de disparatadas fórmulas sin asomo de fundamento.
Los filósofos, enfrascados y ensimismados entre el humo, el ruido y la furia de los dos últimos siglos, deberían ponerse a pensar, dimensionar y definir al hombre del siglo que viene, reincorporar a la razón la a veces sinrazón religiosa y reconstruir el hombre sin duda llamado a sobrevivir a todo esto que está pasando, con tanto hombrecillo insuficiente empeñado en defender hórreos vacíos, habiendo como hay tanto territorio, material y moral, como poblar, reconstruir, usar en provecho de la nueva sociedad, más allá de esta frontera en que dudamos.
Me han interesado siempre las palabras y las citas. Las palabras por sus inconmensurables posibilidades de trascendencia; las citas por su lucidez habitual, que hace que alguien la aprecie, tome nota, las desglose de su contexto y nos proporcione un destello.
Hoy me detengo en un libro, que acabo de encargar, pero cuyo título ya me ha sorprendido y convocado: “Palabras moribundas”, de Pilar García Moutón y Alex Grujelmo, y en unas citas, la primera de Quinto Valerio Catulo: “Odio y amo. Acaso me preguntes por qué obro así. No lo sé, pero siento que es así y eso me atormenta”; otra es de La Celestina: “Posible es y aún que la aborrezcas cuanto agora la amas, podría ser alcanzándola, viéndola con otros ojos libres del engaño en que agora estás”, y por último, otra de Thomas Jefferson, cuando dice que “los errores de opinión son tolerables allí donde la razón es libre para combatirlos”.
Es evidente que huelgan los comentarios. Lo decían los postglosadores, con otra inevitable cita: respecto de lo que está claro, no hacen falta interpretaciones.
No viene a nada, todo esto. Forma parte de este momento de este lunes otoñal, sol engañoso, nubes apelmazadas que se alternan con claros, la mar inquieta.
Debe ser inquietante residir, incluso vivir en una isla como esa de las Canarias bajo que hierve la energía primaria del fondo de la tierra, donde la tierra está todavía tierna y blanda, bajo las sucesivas capas de piel. Una energía que empuja en busca de una salida al aire libre del paisaje donde convertirse en piedra dura.
Volviendo arriba. “Palabras moribundas”. ¿Os imagináis? Las palabras agonizan cuando se dejan de usar, pero hoy otra enfermedad consistente en que su reiterado uso en falso, para mentir o para equivocarse con cierta habitualidad, las vacía de contenido, y te dicen esa palabra y tú sabes que ya no quiere, quien la dice, expresar lo que el diccionario indica, sino, cuando más, otra cosa, otro concepto, parecido a no. A veces, las palabras emigran, dejan de usarse en su país de origen y las recogen con el mismo o diferente significado, en otro país de otra cultura –si acaso parecida por comunidad de origen-, y regresan, al cabo, con la sorpresa de una nueva identidad o con la renovación y hasta refacción de la antigua.
Hoy me detengo en un libro, que acabo de encargar, pero cuyo título ya me ha sorprendido y convocado: “Palabras moribundas”, de Pilar García Moutón y Alex Grujelmo, y en unas citas, la primera de Quinto Valerio Catulo: “Odio y amo. Acaso me preguntes por qué obro así. No lo sé, pero siento que es así y eso me atormenta”; otra es de La Celestina: “Posible es y aún que la aborrezcas cuanto agora la amas, podría ser alcanzándola, viéndola con otros ojos libres del engaño en que agora estás”, y por último, otra de Thomas Jefferson, cuando dice que “los errores de opinión son tolerables allí donde la razón es libre para combatirlos”.
Es evidente que huelgan los comentarios. Lo decían los postglosadores, con otra inevitable cita: respecto de lo que está claro, no hacen falta interpretaciones.
No viene a nada, todo esto. Forma parte de este momento de este lunes otoñal, sol engañoso, nubes apelmazadas que se alternan con claros, la mar inquieta.
Debe ser inquietante residir, incluso vivir en una isla como esa de las Canarias bajo que hierve la energía primaria del fondo de la tierra, donde la tierra está todavía tierna y blanda, bajo las sucesivas capas de piel. Una energía que empuja en busca de una salida al aire libre del paisaje donde convertirse en piedra dura.
Volviendo arriba. “Palabras moribundas”. ¿Os imagináis? Las palabras agonizan cuando se dejan de usar, pero hoy otra enfermedad consistente en que su reiterado uso en falso, para mentir o para equivocarse con cierta habitualidad, las vacía de contenido, y te dicen esa palabra y tú sabes que ya no quiere, quien la dice, expresar lo que el diccionario indica, sino, cuando más, otra cosa, otro concepto, parecido a no. A veces, las palabras emigran, dejan de usarse en su país de origen y las recogen con el mismo o diferente significado, en otro país de otra cultura –si acaso parecida por comunidad de origen-, y regresan, al cabo, con la sorpresa de una nueva identidad o con la renovación y hasta refacción de la antigua.
domingo, 6 de noviembre de 2011
El rugido unánime de los competidores preparados a lo largo del parque para echarse a la carrera, rallye en el spahglish, que llegó ayer, anocheciendo y saldrá hoy a mediodía en busca de otros pagos donde atronar, será nomás, que dirían mis numerosos primos argentinos para asustar, impresionar como hacen los leones, allá arriba en el rugidero de su peñasco, mientras caza la hembra de la especie.
Trucan, me dicen, cada cochecito ahora mismo, con su número y sus franjas, alineado en orden de revista en el parque de mi pueblo, los motores que rugen, pero arrancan o trucan o sabe el buen padre Dios qué hacen con el tubo de escape para que tal parezca que pasa una nube de aviones a reacción.
Por si había pocos cochecitos, pare la abuelita del rallye y nos invade la locura competitiva. Le atribuyen al barón de Coubertín lo de que lo importante no es ganar, sino competir, pero ve y cuéntaselo a los chavalones, que, apoyados en los respectivos carricoches, se sienten a sí mismos como en el umbral del París – Dakar, aquel de antaño, que ahora le difuminaron la ruta, que no camino, los tropeles de gentes que huyen o que se exilian, en cualquier caso peregrinan, perseguidos por la hambruna, la guerra y lo incivil de una caótica entrada en la nueva sociedad, todavía, aunque ellos no lo saben, los peregrinos, por inventar.
Llegarán, ateridos, en pateras por mar, en escondrijos inverosímiles del tren de aterrizaje de los aviones, en trucados dobles fondos de viejos camiones, polizones en petroleros y mercantes y llegarán a las ruinas de Itálica, que tratan de recomponer los más avispados, los zorros viejos y los jóvenes leones procedentes de la sociedad antigua, la que se desmoronó, como pasó con aquello de Babel y la confusión de las lenguas, pero ahora confundiendo el dinero de verdad con Amadeos de plomo y chapas recortadas para echar en las máquinas tragaperras.
Domingo.
Ya nadie tiene traje de los domingos, como aquel “príncipe de gales” de pantalón bombacho que puse yo perdido, cayéndome el día del estreno al río, que resbalé por el verdín de la rampa de al lado de la iglesia, le llamábamos “mofo”, lentamente, hasta el agua y pienso que pasado por tintorería y todo, le quedó siempre un tonillo averdosado por el hemisferio oriental hasta que se hizo viejo con mi adolescencia ya en fruto, que no sólo en flor.
Ya hay fútbol mañana, tarde y noche. Y, curioso, los viejos políticos, como los viejos roqueros, se adelantan al proscenio y hace raro escuchar canción protesta o promesas de cambio y futuro que dicen y cantan unos señores ya entrados, muchos, en la adolescencia de su respetable ancianidad, el presenio de que hablábamos el otro día, recién tomada la palabreja de unas memorias, y, visto el diccionario, fue término “usado por el Dr. Marañón” para referirse a la “edad orgánica que precede a la vejez, aproximadamente de los 60 a los 70 años”. Ya decía yo: una especie de adolescencia de la vejez, una adolescencia sin acné, pero con otros problemas de que valdrá más no hablar y son sin duda compensación por supervivencia.
Trucan, me dicen, cada cochecito ahora mismo, con su número y sus franjas, alineado en orden de revista en el parque de mi pueblo, los motores que rugen, pero arrancan o trucan o sabe el buen padre Dios qué hacen con el tubo de escape para que tal parezca que pasa una nube de aviones a reacción.
Por si había pocos cochecitos, pare la abuelita del rallye y nos invade la locura competitiva. Le atribuyen al barón de Coubertín lo de que lo importante no es ganar, sino competir, pero ve y cuéntaselo a los chavalones, que, apoyados en los respectivos carricoches, se sienten a sí mismos como en el umbral del París – Dakar, aquel de antaño, que ahora le difuminaron la ruta, que no camino, los tropeles de gentes que huyen o que se exilian, en cualquier caso peregrinan, perseguidos por la hambruna, la guerra y lo incivil de una caótica entrada en la nueva sociedad, todavía, aunque ellos no lo saben, los peregrinos, por inventar.
Llegarán, ateridos, en pateras por mar, en escondrijos inverosímiles del tren de aterrizaje de los aviones, en trucados dobles fondos de viejos camiones, polizones en petroleros y mercantes y llegarán a las ruinas de Itálica, que tratan de recomponer los más avispados, los zorros viejos y los jóvenes leones procedentes de la sociedad antigua, la que se desmoronó, como pasó con aquello de Babel y la confusión de las lenguas, pero ahora confundiendo el dinero de verdad con Amadeos de plomo y chapas recortadas para echar en las máquinas tragaperras.
Domingo.
Ya nadie tiene traje de los domingos, como aquel “príncipe de gales” de pantalón bombacho que puse yo perdido, cayéndome el día del estreno al río, que resbalé por el verdín de la rampa de al lado de la iglesia, le llamábamos “mofo”, lentamente, hasta el agua y pienso que pasado por tintorería y todo, le quedó siempre un tonillo averdosado por el hemisferio oriental hasta que se hizo viejo con mi adolescencia ya en fruto, que no sólo en flor.
Ya hay fútbol mañana, tarde y noche. Y, curioso, los viejos políticos, como los viejos roqueros, se adelantan al proscenio y hace raro escuchar canción protesta o promesas de cambio y futuro que dicen y cantan unos señores ya entrados, muchos, en la adolescencia de su respetable ancianidad, el presenio de que hablábamos el otro día, recién tomada la palabreja de unas memorias, y, visto el diccionario, fue término “usado por el Dr. Marañón” para referirse a la “edad orgánica que precede a la vejez, aproximadamente de los 60 a los 70 años”. Ya decía yo: una especie de adolescencia de la vejez, una adolescencia sin acné, pero con otros problemas de que valdrá más no hablar y son sin duda compensación por supervivencia.
sábado, 5 de noviembre de 2011
No me escriba una carta, señor cura, que eso, por fortuna, sé yo hacerlo. Acláreme. Un castigo del buen padre Dios, ¿puede hacerse a los ascendientes en sus descendientes o viceversa?. Por ejemplo, un pecado mío ¿puede castigarse afectando a un pariente a quien yo quiera? ¿Dice eso o puede inferirse de algún texto que le adelanto que no conozco?
Asimismo le digo que llevo mis buenos setenta y cinco años estudiando Derecho y llego a la conclusión octogenaria de que el concepto de justicia con que nos manejamos los humanos no es más que un remiendo ocasional de las desgarraduras de cada cultura en cada momento histórico.
Ignoramos, creo que un montón de gente, si no toda, en qué consiste, cómo es y el modo de que funciona la Justicia, ese atributo del buen padre Dios que El mismo permita que ceda al otro en que yo confío: la misericordia, porque es que si no preveo que las vamos a pasar canutas en alguna parte, a poco que atisbo, interpreto, releo y escucho.
Miro a mí alrededor y advierto cómo se distribuye lo que nosotros entendemos por bueno y malo como sembrando a voleo. Tiene que haber una razón, algo así como hasta puede que un intercambio de responsabilidades derivado de nuestra necesaria sociabilidad y del mandamiento fundamental de amar al prójimo, que lleve lo que vemos y entendemos como bueno o como malo, en relación con los comportamientos familiares o tribales. ¿O no?
Indudable es que cabe entender que el buen padre Dios, como dicen, escribe a veces derecho con renglones torcidos, y que eso que consideramos malo es tal vez lo mejor para algo o para alguien, ya sea de modo directo o por la relación familiar o de amor o de amistad o de enemistad incluso, entre la gente que somos.
Vengo de escuchar, en la misa vespertina, una vez más, la parábola de las diez mujeres y sus diez lámparas y sólo cinco previsoras y sólo cinco alcuzas con repuesto de aceite. Hace unos días, me enseñó una niña la sámara de un arce, que jugaba a ser helicóptero y cuando le dije que de algunas brotaba otro arce, menos de diez años, me preguntó y yo no sabía, por qué unas si y y otras no, ¿quién las elige y conduce a la ladera solana del soto? La brisa, como sonriendo, movió las hojas, ya teñidas de otoño de los arces de al lado.
Asimismo le digo que llevo mis buenos setenta y cinco años estudiando Derecho y llego a la conclusión octogenaria de que el concepto de justicia con que nos manejamos los humanos no es más que un remiendo ocasional de las desgarraduras de cada cultura en cada momento histórico.
Ignoramos, creo que un montón de gente, si no toda, en qué consiste, cómo es y el modo de que funciona la Justicia, ese atributo del buen padre Dios que El mismo permita que ceda al otro en que yo confío: la misericordia, porque es que si no preveo que las vamos a pasar canutas en alguna parte, a poco que atisbo, interpreto, releo y escucho.
Miro a mí alrededor y advierto cómo se distribuye lo que nosotros entendemos por bueno y malo como sembrando a voleo. Tiene que haber una razón, algo así como hasta puede que un intercambio de responsabilidades derivado de nuestra necesaria sociabilidad y del mandamiento fundamental de amar al prójimo, que lleve lo que vemos y entendemos como bueno o como malo, en relación con los comportamientos familiares o tribales. ¿O no?
Indudable es que cabe entender que el buen padre Dios, como dicen, escribe a veces derecho con renglones torcidos, y que eso que consideramos malo es tal vez lo mejor para algo o para alguien, ya sea de modo directo o por la relación familiar o de amor o de amistad o de enemistad incluso, entre la gente que somos.
Vengo de escuchar, en la misa vespertina, una vez más, la parábola de las diez mujeres y sus diez lámparas y sólo cinco previsoras y sólo cinco alcuzas con repuesto de aceite. Hace unos días, me enseñó una niña la sámara de un arce, que jugaba a ser helicóptero y cuando le dije que de algunas brotaba otro arce, menos de diez años, me preguntó y yo no sabía, por qué unas si y y otras no, ¿quién las elige y conduce a la ladera solana del soto? La brisa, como sonriendo, movió las hojas, ya teñidas de otoño de los arces de al lado.
Pasan, sábado, animándonos desde un coche a que votemos al partido socialista. Un creo que socialista con que me cruzo, me dice que ya está harto de la musiquilla de ánimo de los diferentes partidos. Arrancaron, desde ayer, amparados por la noche, todos los carteles de propaganda que habían pegado la otra noche anterior. Actividades todas ellas reveladoras de nuestra inmadurez colectiva. Pegar carteles, arrancar carteles, volverlos a pegar, volverlos a arrancar. Carteles que cuestan dinero. Mejor sería un pacto colectivo: nos abstendremos todos de pegar carteles hasta que la madurez política de los ciudadanos que ahora los arrancan se produzca. Dinero a raudales –los carteles son caros y cuesta hacerse las fotografías de las sonrisas de los candidatos- que podrían los partidos destinar y dedicar a otras cosas.
Avisan desde el coche vagabundo, que habrá un mitin a tal hora en tal sitio y hablaran éstas y aquéllos. Ganas de perder la mayor parte del tiempo. El voto del señor Cayo está, creo yo, para bien o para mal, para éstos o para aquéllas, ya decidido hace tiempo. La gente estamos o tristes o escépticos o cabreados. Nos mueve más la inquietud que la esperanza. Mala cosa. Pensamos muchos que las promesas son en gran parte o vanas o imposibles. Otras ya se nos antojan pura y simplemente disparatadas. Tentaciones hay, se palpan en el ambiente desmayado de estas elecciones otoñales, de no votar o hacerlo en blanco. Sería malo. No votar o hacerlo en blanco es tirar la toalla y tomar la triste determinación de que unos pocos hagan mangas y capìrotes con el futuro de que a algunos no nos queda más que una miseria, un retal de venta rebajada, pero que atañe a nuestros hijos, a nuestros nietos y a los biznietos que no conoceremos probablemente, pero de algún modo nos continuarán como nosotros a aquel contemporáneo de los dinosaurios de que en definitiva venimos y sin el concurso del cual no habríamos tenido el privilegio de estar ahora aquí, en parte angustiados, en parte doloridos, en parte todavía ilusionados, porque si algo hay seguro es que el buen padre Dios no ha previsto sólo bueno ni malo, sino de lo uno y de lo otro y cuando el dolor parezca insoportable, recibiremos una dedada del ungüento maravilloso de la alegría.
Me ha admirado siempre aquel pequeño grupo de condenados creo que a los leones, que allí, mismo, en el umbral de la muerte, cuenta y canta la Biblia que compusieron uno de los más hermosos himnos, de alabanza a su Creador, que conozco.
Una de las noticias menores de hoy es que según no se quién que debe saber del asunto, pasará un enorme asteroide a unos trescientos mil kilómetros de la Tierra, más acá de la Luna, lunera, como un tiro de aviso de corsario que trata de abarloarse para abordarnos. Por esta vez, al parecer, libramos.
Avisan desde el coche vagabundo, que habrá un mitin a tal hora en tal sitio y hablaran éstas y aquéllos. Ganas de perder la mayor parte del tiempo. El voto del señor Cayo está, creo yo, para bien o para mal, para éstos o para aquéllas, ya decidido hace tiempo. La gente estamos o tristes o escépticos o cabreados. Nos mueve más la inquietud que la esperanza. Mala cosa. Pensamos muchos que las promesas son en gran parte o vanas o imposibles. Otras ya se nos antojan pura y simplemente disparatadas. Tentaciones hay, se palpan en el ambiente desmayado de estas elecciones otoñales, de no votar o hacerlo en blanco. Sería malo. No votar o hacerlo en blanco es tirar la toalla y tomar la triste determinación de que unos pocos hagan mangas y capìrotes con el futuro de que a algunos no nos queda más que una miseria, un retal de venta rebajada, pero que atañe a nuestros hijos, a nuestros nietos y a los biznietos que no conoceremos probablemente, pero de algún modo nos continuarán como nosotros a aquel contemporáneo de los dinosaurios de que en definitiva venimos y sin el concurso del cual no habríamos tenido el privilegio de estar ahora aquí, en parte angustiados, en parte doloridos, en parte todavía ilusionados, porque si algo hay seguro es que el buen padre Dios no ha previsto sólo bueno ni malo, sino de lo uno y de lo otro y cuando el dolor parezca insoportable, recibiremos una dedada del ungüento maravilloso de la alegría.
Me ha admirado siempre aquel pequeño grupo de condenados creo que a los leones, que allí, mismo, en el umbral de la muerte, cuenta y canta la Biblia que compusieron uno de los más hermosos himnos, de alabanza a su Creador, que conozco.
Una de las noticias menores de hoy es que según no se quién que debe saber del asunto, pasará un enorme asteroide a unos trescientos mil kilómetros de la Tierra, más acá de la Luna, lunera, como un tiro de aviso de corsario que trata de abarloarse para abordarnos. Por esta vez, al parecer, libramos.
viernes, 4 de noviembre de 2011
Paso sobre las brasas del pan de cada día, como un amigo que tuve, que lo hacía sobre las de la hoguera del Señor San Juan, en Pedro Manrique, pueblo con nombre de persona de la provincia de Soria, la fría y pura cabeza de Extremadura de don Antonio Machado.
Ordalía, creo, frecuente durante el medievo. Pasas sin truco, siempre con el riesgo de la súbita quemazón inesperada de no haber colocado bien, creo que es plano, el pie. Lo único es que la mayoría pasamos sin saber que el fuego está aún, o estuvo encendido, y de repente, como casi siempre somos culpables de algo, la ordalía falla, la prueba da negativo, y así con los días de tristeza, cuando se va encogiendo el alma, como la piel de zapa famosa. El alma, cuando se encoge, aprieta el corazón.
Mundo afuera, los griegos, queriendo o sin querer, replantean, de la mano de su presidente Papandreu, hágase o no el referendum ése de que tanto se habla y más se teme, la cuestión de dónde está el límite de lo que puede o no debatirse y votarse de manera legítima. Subrayo que no dije legal, sino legítima. Sólo, pienso, es legítimo votar cuando lo que se somete a criterio de los votantes es algo opinable. No lo es cuando la cosa o el concepto son o no son, por esencia y naturaleza, sin que una eventual mayoría de criterios pueda mudarlos. Por ejemplo fácil: ahora mismo es de día, opine lo que opine la mayoría de cualquier cuerpo de votantes.
Aumentan, es un pésimo síntoma, los parados. Sería importante para el futuro, tanto inmediato como lejano imaginable, que todos los que quisieran hacerlo, pudiesen ponerse inmediatamente a trabajar.
Y posiblemente habría que restablecer la familia agnaticia o favorecer de algún modo la convivencia de agrupaciones familiares extensas o de varias familias, para una racional distribución de labores que permitiesen una vida hogareña incluso cuando marido y mujer trabajen, o lo hagan ellos o alguno y algún pariente, o alguno o varios hijos. Pienso que el hogar es un refugio importante, un lugar de encuentra, una preparación indispensable para la convivencia social. Incluso un cierto número soportable de parados podría reabsorberse en un hogar concebido urbanísticamente con la capacidad necesaria y el entorno adecuado.
Hay que inventar, imaginar. Nada va ser igual, cuando salgamos de este caótico rebelarse de empresas y establecimientos bancarios contra la realidad de las cosas, fingiendo arquitecturas financieras o recortando de aquí y de allá sus escaseces operacionales.
Todo un mundo que reinventar, con sus claves, sus claroscuros, la luz y las sombras correspondientes. ¡Qué pena, ser viejo!
Ordalía, creo, frecuente durante el medievo. Pasas sin truco, siempre con el riesgo de la súbita quemazón inesperada de no haber colocado bien, creo que es plano, el pie. Lo único es que la mayoría pasamos sin saber que el fuego está aún, o estuvo encendido, y de repente, como casi siempre somos culpables de algo, la ordalía falla, la prueba da negativo, y así con los días de tristeza, cuando se va encogiendo el alma, como la piel de zapa famosa. El alma, cuando se encoge, aprieta el corazón.
Mundo afuera, los griegos, queriendo o sin querer, replantean, de la mano de su presidente Papandreu, hágase o no el referendum ése de que tanto se habla y más se teme, la cuestión de dónde está el límite de lo que puede o no debatirse y votarse de manera legítima. Subrayo que no dije legal, sino legítima. Sólo, pienso, es legítimo votar cuando lo que se somete a criterio de los votantes es algo opinable. No lo es cuando la cosa o el concepto son o no son, por esencia y naturaleza, sin que una eventual mayoría de criterios pueda mudarlos. Por ejemplo fácil: ahora mismo es de día, opine lo que opine la mayoría de cualquier cuerpo de votantes.
Aumentan, es un pésimo síntoma, los parados. Sería importante para el futuro, tanto inmediato como lejano imaginable, que todos los que quisieran hacerlo, pudiesen ponerse inmediatamente a trabajar.
Y posiblemente habría que restablecer la familia agnaticia o favorecer de algún modo la convivencia de agrupaciones familiares extensas o de varias familias, para una racional distribución de labores que permitiesen una vida hogareña incluso cuando marido y mujer trabajen, o lo hagan ellos o alguno y algún pariente, o alguno o varios hijos. Pienso que el hogar es un refugio importante, un lugar de encuentra, una preparación indispensable para la convivencia social. Incluso un cierto número soportable de parados podría reabsorberse en un hogar concebido urbanísticamente con la capacidad necesaria y el entorno adecuado.
Hay que inventar, imaginar. Nada va ser igual, cuando salgamos de este caótico rebelarse de empresas y establecimientos bancarios contra la realidad de las cosas, fingiendo arquitecturas financieras o recortando de aquí y de allá sus escaseces operacionales.
Todo un mundo que reinventar, con sus claves, sus claroscuros, la luz y las sombras correspondientes. ¡Qué pena, ser viejo!
jueves, 3 de noviembre de 2011
Se siente uno, cuando durante este incomprensible túnel de la vida recibe un empellón, partícula insignificante de un Universo en que no todo será casual, digo yo, sino que debe tener incomprensibles motivos para que las cosas, como planetas eventualmente erráticos, se salgan de su especie de lendel y se echen al monte de convertirse en cometas que corren desalados a través de órbitas supongo que previstas de algún modo.
Cosas que son o dejan de ser sin previo aviso, dejan sin respiración, sobresaltado, y al no poder hacer nada, es como si cuanto eres, tus manos, las piernas, que parecían en la lejana juventud capaces de peregrinar cualquier día a Santiago te hubiesen traído a una esquina del cuadro, del paisaje, del ámbito en que te movías y un soplo basta para convertir del sol a la sombra, del día a la noche.
El día puede ser un laberinto y la noche un insomnio. Te conformas como un líquido a la vasija, pero sigues sin entenderlo que te pasa.
Algún día, supongo, a través del tiempo de que en conjunto disponemos, habrá gente que llegue cada vez más allá, a entender posiblemente mucho más de lo que en este siglo XXI podemos. Lo que sí he aprendido es que cuando te adaptas a la creciente velocidad de tu época, pero tienes el privilegio complementario de llegar a la vejez, también has de pagar por ello. Tu superficie vulnerable crece y se extiende más allá de tu alcance.
Y es que es una constante de estar vivo ir comprobando que cada franja de luz se corresponde con otra de sombra, como la materia dicen los que entienden parte de lo incomprensible que nos rodea, se completa y complementa con la antimateria.
Cosas que son o dejan de ser sin previo aviso, dejan sin respiración, sobresaltado, y al no poder hacer nada, es como si cuanto eres, tus manos, las piernas, que parecían en la lejana juventud capaces de peregrinar cualquier día a Santiago te hubiesen traído a una esquina del cuadro, del paisaje, del ámbito en que te movías y un soplo basta para convertir del sol a la sombra, del día a la noche.
El día puede ser un laberinto y la noche un insomnio. Te conformas como un líquido a la vasija, pero sigues sin entenderlo que te pasa.
Algún día, supongo, a través del tiempo de que en conjunto disponemos, habrá gente que llegue cada vez más allá, a entender posiblemente mucho más de lo que en este siglo XXI podemos. Lo que sí he aprendido es que cuando te adaptas a la creciente velocidad de tu época, pero tienes el privilegio complementario de llegar a la vejez, también has de pagar por ello. Tu superficie vulnerable crece y se extiende más allá de tu alcance.
Y es que es una constante de estar vivo ir comprobando que cada franja de luz se corresponde con otra de sombra, como la materia dicen los que entienden parte de lo incomprensible que nos rodea, se completa y complementa con la antimateria.
martes, 1 de noviembre de 2011
Noviembre es, en el año, un mes trascendente. Una especie de lo que Marañón llamaba presenio, del año. El presenio era, según el ilustre doctor, ese espacio de tiempo previo a la senilidad, que va entre los sesenta y los setenta años. En noviembre, de que decían los ancianos de mi niñez, mucho más jóvenes de lo que yo soy ahora, que era un “feliz mes, que empieza por toso los Santos y acaba por san Andrés”. En noviembre, concretamente el once, que es san Martín, es tradición que acabe el año agrícola, se paguen las rentas, puesto que ya se habrá recogido y se hallará a buen recaudo la cosecha en el hórreo y se hará la matanza.
A lo largo de noviembre, se aprende en la vida, y, cada año, el año, a envejecer, que no es puñalada de pícaro, eso de irse acostumbrando a que duelan las articulaciones cuando va a cambiar el tiempo, se te acentúe la fatiga al trepar una cuestecilla y tantos etcéteras como uno va descubriendo, cada cual en su noviembre, mes de presenio y otoño, castañas y viento del sur, con la mar abarloada, todavía en calma, al espigón del puerto, como midiéndose con él para preparar los primeros envites.
Sale hoy el sol, engañoso y fugitivo, sobre las canas de noviembre. Crujen las hojas que alfombran las caleyas, al paso taimado del raposo en busca de pitanza, que ahora o no hay gallinas o están bajo siete llaves, prisioneras. Con los famosos pitos de caleya, orgullosos gallos de corral acabaron las autopistas, las autovías y hasta las comarcales de curvas infinitas, por donde también corren más de lo que deberían los dichosos automóviles de nuestras pesadillas. ¿No os habíais dado cuenta? Los coches son el anhelo de los adolescentes, la presunción de los hijos de papá y mamá, la herramienta de los ejecutivos, el pasatiempo de los adultos y la pesadilla de los ancianos.
Empieza hoy noviembre, un día noveno mes de algún ensayo de calendario, puesto que ahora es undécimo, penúltimo de cada año, cuya dorada voz es luego la Navidad. Hoy estarán los cementerios llenos de ramos de flores, flores, centros, floreros, coronas y cruces de flores. Hoy, los vivos, sembrarán flores sobre la muerte, la taparán, la disimularán con flores. Habrá cola en los cementerios y los columbarios para poner el cubo, el búcaro, el florero, la paleta o el ramo de flores. Habrán hecho su agosto las floristerías del mundo, que anteayer ya no admitían encargos y mi mujer tuvo que comprar las flores en ramo e irlas colocando hasta que el ramo se convirtió en un pavo real de flores, un destello precolombino. Los indios que esperaban a Colón y sus huestes, vestían su liturgia con profusión de flores, desparramaban las flores. Es como si desafiáramos la desnudez del invierno que acecha en lo más profundo del bosque.
A lo largo de noviembre, se aprende en la vida, y, cada año, el año, a envejecer, que no es puñalada de pícaro, eso de irse acostumbrando a que duelan las articulaciones cuando va a cambiar el tiempo, se te acentúe la fatiga al trepar una cuestecilla y tantos etcéteras como uno va descubriendo, cada cual en su noviembre, mes de presenio y otoño, castañas y viento del sur, con la mar abarloada, todavía en calma, al espigón del puerto, como midiéndose con él para preparar los primeros envites.
Sale hoy el sol, engañoso y fugitivo, sobre las canas de noviembre. Crujen las hojas que alfombran las caleyas, al paso taimado del raposo en busca de pitanza, que ahora o no hay gallinas o están bajo siete llaves, prisioneras. Con los famosos pitos de caleya, orgullosos gallos de corral acabaron las autopistas, las autovías y hasta las comarcales de curvas infinitas, por donde también corren más de lo que deberían los dichosos automóviles de nuestras pesadillas. ¿No os habíais dado cuenta? Los coches son el anhelo de los adolescentes, la presunción de los hijos de papá y mamá, la herramienta de los ejecutivos, el pasatiempo de los adultos y la pesadilla de los ancianos.
Empieza hoy noviembre, un día noveno mes de algún ensayo de calendario, puesto que ahora es undécimo, penúltimo de cada año, cuya dorada voz es luego la Navidad. Hoy estarán los cementerios llenos de ramos de flores, flores, centros, floreros, coronas y cruces de flores. Hoy, los vivos, sembrarán flores sobre la muerte, la taparán, la disimularán con flores. Habrá cola en los cementerios y los columbarios para poner el cubo, el búcaro, el florero, la paleta o el ramo de flores. Habrán hecho su agosto las floristerías del mundo, que anteayer ya no admitían encargos y mi mujer tuvo que comprar las flores en ramo e irlas colocando hasta que el ramo se convirtió en un pavo real de flores, un destello precolombino. Los indios que esperaban a Colón y sus huestes, vestían su liturgia con profusión de flores, desparramaban las flores. Es como si desafiáramos la desnudez del invierno que acecha en lo más profundo del bosque.
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