En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
jueves, 11 de enero de 2007
Aguila Roja, el Gran Sakem de los arrapahoes, se arrebuja en su polícromo centón, mira al cielo y asegura al Gran Consejo, reunido, acabado de fumar el calumet del Gran Consejo, chupadas al norte, sur, este y oeste, sucesivas, de los ancianos de la tribu, sus únicos consejeros, si no se cuenta el Gran Hechicero, de momento dormido a pierna suelta en su wigwam, en brazos de la squaw más amada de las tres de que dispone, asegura y le reitera al Gran Consejo que hay algo en el aire que no funciona, que no han llegado los vientos debidos, que algo hemos hecho mal, los injuns, para que el Gran Manitú permita esta rebelión de la naturaleza, de la Madre Tierra, tan evidentemente encolerizada. Aguila Roja propone amarrar al Gran Hechicero al palo de la tortura, que la tribu baile en su torno el baile del desagravio, que ejercite la maña de los guerreros en el tiro con arco y la lanza –todavía no jabalina olímpica, pura azagaya, aún, destinada a romper y rasgar, procurando no matar, el epitelio del torturado, en busca de sus entrañas- y en definitiva rogar al Gran Manitú que restablezca el orden del universo y haga retornar a los búfalos para que los arrapahoes sobrevivan otro y otro invierno. El Gran Hechicero, en tanto, se abraza con desesperación de amante a su sqaw, ambos enajenados de entusiasmo, ajenos a lo que se les viene encima, cuando, habiendo aceptado el Gran Consejo por esta vez el del Gran Sakem, media docena de malencarados esbirros, seis jayanes de rostros pintarrajeados con los colores de la guerra, rasgan la valiosa piel de búfalo, entran en el wigwam, apartan a la ya no doncella, que grita, se retuerce e intenta huir, se abalanzan sobre el Gran Hechicero, que recita ensalmos, hechizos, condenas y maldiciones espantosas contra sus captores, pero es atado, amordazado, conducido al poste y desde su picota mira y sigue denostando y anatematizando de tal modo al mundo en general, a la tribu en particular y muy especialmente al Gran Sakem y al Gran Consejo, a quienes con acierto atribuye su reciente e inesperada desgracia, que el Gran Manitú parece haberle escuchado y las columnas súbitas de tres tornados arrasan, primero sucesiva y luego conjuntamente el campamento y allá van, embudo arriba del Gran Viento, todos mezclados, los injuns de la tribu, los más eminentes y los inútiles, los bravos y los cobardes, los que ya tienen nombre y los que aún no lo tienen, camino de las Eternas Praderas, plagadas de lustrosos bisontes, donde jamás llegará hombre blanco alguno, ni Cabello Largo, ni sus Casacas Azules del Séptimo de Caballería, ni las añagazas del Gran Padre Blanco de Washington, ni, como consecuencia, el cambio climático, ni las erráticas políticas de esos como el que ya sabéis, que , por semejarse a la parte oscura del mundo de Harry Potter, su nombre no debe ser pronunciado
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