domingo, 28 de enero de 2007

¿Por qué no soy capaz
de recordarte exactamente como eras?
Como si la memoria mía
tratase de difuminar las arrugas de tu personalidad,
dejarte de nuevo tersa y niña
como en aquel retrato, que conservo
de cuando no te conocía.
Es posible –pienso-, que al morir,
el buen padre Dios,
hará lo mismo con nuestras miserias más miserables,
y cogerá, de nosotros,
lo buena, piadosamente aprovechable.
¿Quedará algo
cuando haya cernido
el puñado de polvo en que sin duda consistíamos
antes de que El,
mirándonos,
nos concediera este privilegio de vivir?

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