domingo, 28 de enero de 2007

Los indios de América escribían poco. La cultura se pasaba de boca en boca, en su mayor parte –no excluyo los trozos de hilacha con diferentes colores y nudos a diferente altura, la comunicación por medio de signos, jeroglíficos, señales-, la cultura, sin embargo, y los mitos, se trasladan oralmente. El que habla no establece –dicen los que han estudiado el asunto- ningún aserto indiscutible. Cuando más trasladan que hay quien dice, que los antiguos decían, que parece que. Tal vez por eso no han mantenido, que se sepa, guerras de religión, por más que hayan defendido sus lugares sagrados. Los mitos y leyendas se cuentan sin adornos, como quien refiere a otro algo que parece haber ocurrido según le contaron, pero tal vez no o quizá de otra manera, cuando más, parecida a como el que narra ha llegado a la conclusión meramente interpretativa de que fue. Sin alzar la voz, rimar ni cantar. Cosa coloquial. Lo que sí aseguran es que en materia de mitos, un defecto formal puede echar a perder toda la preparación de cualquier acto de caza, pesca, curación, nacimiento o encomienda del espíritu de un difunto. Los indios de América pensaban vivir en un medio orgánico que les abarcaba y compartían con cuanto demás vivo se integraba en él. Y todo estaba vivo: las gentes, las plantas, la tierra, el mar y el aire, la luna, el sol y las estrellas. Cuanto se mueve está de algún modo vivo, por más que esa vida aparente o no sensibilidad y permanezca de modo más o menos aparentemente duradero ocupando la misma fracción de espacio o manteniendo la misma forma. No sé si estaban en lo cierto, pero a la vez me gusta y resulta amedrentador, ya que lo vivo y por ello en movimiento, utiliza, de modo consciente o no, su dinamismo para mudar la trayectoria de lo demás o condicionarla. Y así, una montaña me puede devorar y la mar asimilarme en la varia e incontrolable vida de su inmenso vientre lleno de criaturas también vivas y otra persona puede destruir mi frágil arquitectura porque ha mudado su humor. Y sin duda he de explicar a los irracionales y los demás seres vivos, por si me entienden, aunque no me respondan, por qué necesito molestarles. ¿No he hablado de un relato de Hillerman en que un indio navajo se disculpa con un árbol frutal porque ha necesitado tomar alguno de sus frutos para saciar su hambre? Sembramos de basura el entorno, colocamos en él cemento, ladrillos, metales, roturamos los montes para transformarlos en pradería y jardines y no se nos ocurre pedir disculpas a nadie por tanta tropelía que ha llegado a descomponer el cielo del Artico, quebrantar la tersura de la capa azul que las nubes bruñen incansables. Y luego nos sorprende que se desenrosque la cola turbulenta de cada huracán, o que los ríos se salgan de madre y las temperaturas se disparaten y nieve en cambio donde no debería. Me pregunto si en algún lugar, una vieja sibila, de seguro, no se hallará el cuaderno de bitácora de alguna de las civilizaciones perdidas, las especies extinguidas, por ejemplo un dinosaurio cualquiera, que en los ratos perdidos hubiese aprendido a leer y escribir y hubiese enterrado sus memorias. Habrán hecho, supongo, los antiguos, cuanto estuvo en su mano para hacernos llegar la advertencia, que con casi toda seguridad desecharíamos si encontrásemos, de que vivir es convivir, pero no sólo con los demás hombres, sino con todo lo demás. O tal vez la historia real sea mucho más antigua de lo que conocemos y consista en que todo lo vivo vaya mutando a especies nuevas, inimaginables. No tendría nada de extraño y sería a la vez hermoso y aterrador. Como todo cuanto ocurre

1 comentario:

A N A D O U N I dijo...

La historia es un un libro. Cada capítulo es transición hacia otro. Sólo que este libro no tiene fin previsible porque probablemente no tiene fin.

Abrazos.