En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
miércoles, 3 de enero de 2007
Imagínate un villorrio –en mi opinión, hay que distinguir siempre, en términos de expresividad desde luego ni dogmáticos ni impositivos, entre villorrio, que ha de suponerse núcleo de población menguado, que fue mayor y ha venido evidentemente a menos, con huellas de abandono y cultura, modo de vivir de la mayoría de sus habitantes, parecido al de uno de los lugares del sur en que pasan las cosas que pasan y describe Faulkner, pueblecito, que es un núcleo de población aparentemente apacible, bañado por un calcinante sol que permite pocas, pero muy diferenciadas sombras y suele coincidir con las descripciones de Azorín y villa o pueblo, sin más, en que como ocurre en St Mary Mead, nos cuenta la señorita Marple, de doña Agatha Christie, se desarrolla la vida con mansedumbre y humanidad proverbiales, con las habituales consecuencias de yin y yang yuxtapuestos y de algún modo precariamente equilibrados- Imagínate, decía, un villorrio. Sus calles han dejado de ser rectas y bien trazadas, desde que la ausencia de una autoridad competente, incorrupta, esperanzada y esperanzadora, se ha desdejado hasta una mezcolanza de vanidad, libre y caprichoso arbitrio y convicción, más o menos confesada, de que cualquier problema en que no se hayan producido todavía muertos y heridos es tolerable y probable que se arregle sólo, gracias al paso de ese tiempo que con la misma indiferencia permite que envejezcamos y muramos los miembros del género humano o se acumule el polvo hasta endurecerse en pátina sobre las más genuinas antigüedades. Las casas no parece que en general vayan a poder soportar ni un aguacero ni el soplo de un viento de mediana fuerza, y su alegría, en este momento en que nuestra imaginación colectiva llega hasta allí, se reduce a bombillas de minúscula potencia que a duras penas mantienen lo más duro de la oscuridad de polvorientos cristales, muchos hendidos, de las ventanas afuera. Cualquier ruido de pasos parece haber sido motivado, con sus ecos, por un pelotón de sicarios camino errático en busca de eventuales víctimas. En este lugar, olvidado del mundo, semidormidas, sobreviven las neuronas del que está triste cuando lo está de veras.
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1 comentario:
Le he leído el texto a Sestea.
Un abrazo.
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