martes, 9 de enero de 2007

¿Para qué vas a quejarte? Nada se arregla quejándose. Aprieta los dientes y cállate. ¡Mira que es difícil callar Yo reconozco que no acierto casi nunca, que prefiero escupir ese torrente de palabras ácidas que en seguida se te ocurren. Reconozco que he de aprender, a mis años, pero he de aprender, a callar y olvidar si más lo que dicen o la situación o esa mirada con que te hablan a veces los de más cerca y es como si te hicieran una sesión de acupuntura telecomunicativa. Es igual. La consigna: no quejarse. Mira por dónde se me había olvidado este año lo de “año nuevo, vida nueva” y se me aparece esta preciosa y precisa consigna de los tres monos del llavero: ver, oír y callar. Supongo que todo el mundo ha leído o escuchado en alguna ocasión el milenario adagio chino que te recuerda que se es dueño de lo que se calla y esclavo de los que se dice. Y sin embargo hasta el mudo de la acera de la capital, que me acecha desde su esquina cotidiana y me cobra peaje cuando paso, se ve que intenta expresarse y evidentemente me habla del tiempo, de que ha ganado o perdido su equipo de fútbol preferido, de que es tal o cual época del año, y, mucho más expresivo aún, cuando el peaje le parece escaso. Hay el recurso de hablar solo. Debe ser estupendo, uno de estos días probaré, callar durante todo un día completo, y, al siguiente, irse muy de mañana a la playa, a la orilla, donde deja cada ola el adarce y ponerse a vociferarle a la mar todo cuanto se te ocurrió en cada caso, cada vez que te hicieron un comentario irónico, hiriente, malintencionado. Decirle a la mar todo, con excepcional elocuencia. La mar, mansamente la mayoría de las veces, te devolverá la concha vacía, nacarada, de uno de sus incontables muertos. Puede que una concha, todo a lo largo de la playa, por cada palabra. Hasta hay quien dice que se dan casos en que contesta con un mensaje enrollado en el interior de una botella. Realmente emocionante.

No hay comentarios: