lunes, 29 de enero de 2007

A mí, esos individuo que se obstinan en una idea, la suya, a veces compartida por una pequeña multitud, que, justo es decirlo, parece irse disolviendo como un azucarillo, primero me preocupan, luego me dan pena y llega un momento en que me irritan con su terquedad absurda, con el empecinamiento con que insisten en navegar a sotavento del acantilado más próximo, con todas las velas desplegadas y por categórico que sea el viento inexorable. ¿Si por lo menos estuviéramos todos en la costa mirando! Pero no. Vamos en el barco que desgobierna, el tío, con la mayor despreocupación, empeñado en que el viento no es más que una brisa y nos separan aún muchos metros, tal vez kilómetros, en este caso millas marinas, de la rompiente que convierte a la mar en sartas de cristalinos de Szwarowsky -¿se escribe así?- o tal vez brillantes tallados en la espuma y el agua por el rigor del viento. ¿Qué más da un diamante cuidadosamente tallado, duro, implacable, que otro hecho de espuma y agua? Son lo mismo, sin más diferencia que la estabilidad de los materiales. Tal vez más hermoso el de agua. Que encima se ríe de las sofisticadas damiselas que no pueden lucirlo en sus diademas ni en las sartas de sus collares. ¡Quiero un collar de espuma! –dice la dama- y el caballero provenzal ha salido en su busca y un esquimal tal vez consiga venderle, en el mercado del norte, un collar de espuma helada, como quien vende un gesto, y vendrá, satisfecho, el doncel, con el collar bien oculto en su alforja, pero no habrá que contar el final de la leyenda para que no lloren los niños a estas horas ni se apenen las estrellas, ni las gaviotas blancas, aparentemente impolutas, hipócritas, que llevan en el borde del pico una manchita roja, su insignia, el logotipo de su condición de carroñeras.

1 comentario:

A N A D O U N I dijo...

Al entregarlo el diamante de espuma y agua se ha disuelto.

Ese suele ser el final de casi todo.

Un abrazo Bosquete.