jueves, 4 de enero de 2007

Visito mi cuaderno y estoy ahí solo como la luna, entre tierra de un lado y, muy lejos, estrellas. Como la luna, mudo, limitándome a exhalas esa luz verdosa, de ojo artificial que mira a través de una mira para visión nocturna. Insistente, abajo, una voz metálica, como de máquina que recoge las llamadas telefónicas, me informa de que puedo llamar a otro número para informarme de cuál es el número definitivo de algo. Todo está numerado y me pregunto cuál será el número de mi alma y si coincidirá con el del pasaporte o el del DNI. Por cierto, una niña me ha preguntado si el alma, tenga la forma que yo quiera –me dice-, si el alma es o no redonda, maciza y dura como una canica. Voy, corre que te correrás a mi nuevo Diccionario de Teología, a tratar de enterarme, antes de entrar en honduras, pero pasa de “agnosticismo” a “amor”, sin hacer noche oscura del alma. Alma, dice Ferrater Mora en el suyo filosófico, tiene una multiplicidad de sentidos: religioso, teológico, filosófico general, epistemológico, psicológico, antropológico, etcétera. Platón no tiene muy claro en qué consiste y la define como “realidad esencialmente inmortal”. Yo no me cuestiono, ni mucho menos, la existencia del alma, pero discrepo de quienes tratan de definirla, de atribuirle funciones, partes o características, esencia determinable o cosa distinta de una energía pura, insustancial y paradójicamente inimaginable. “El alma –dice san Agustín- es un pensamiento en tanto que vive, o, mejor dicho, se siente vivir”; también le llama “la atención vital” y “principio animador del cuerpo” o “esencia inmortal”. Lo bueno que tienen los números es que son gratuitos y prácticamente interminables, de tal modo que podemos repartirlos sin duelo ni quebranto, ni miedo de que se acaben, entre todos los cuerpos, los espíritus y sus respectivas conjunciones, cuando se produzcan, y reducirlos a fórmulas exponenciales, para reducir su tamaño, o mejor, a bits y así serán compuestos expresables a través del juego del uno y el otro o la nada y el uno, como dicen que son capaces algunos japoneses, artistas de la papiroflexia, de reproducir toda la creación a base de doblar y desdoblar pedazos de papel, cortando como último y desaconsejable recurso. -

No hay comentarios: