En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
lunes, 8 de enero de 2007
He estado como diez minutos extasiado contemplando, bien de mañana, con las calles aún vacías, el aire nuevo y limpio y el perro tironeando: ¿qué pasa, humano? ¿te has vuelto a dormir?, pero no, lo que estaba era contemplando, ya digo, las evoluciones de un bando de palomas perseguido por un pájaro de rapiña que por aquí llaman “ferre” y no sabe cazarlas al vuelo. Por eso evolucionaba intentando hacerlas posarse en la plaza o en algún tejado, le daba igual. A quienes no daba lo mismo era a las palomas que, en bando organizado, evolucionaban, subían, bajaban, hacían quiebros en su vuelo. En un momento dado, el pajarón se cansó y fue hacia el mar –ya sabéis: la mar- y las palomas, tras girar dos o tres veces precavidas, se posaron en la vertiente de un tejado. Seguro que jadeaban. ¡De buenas hemos escapado esta mañana! ¡Uf! ¿Lo viste cuando se acercó a mi flanco y me rozó con el pico? ¿Y cuando nos esperaba y se dejaba caer para obligarnos a tomar tejado? En el río, que lo reflejó todo en silencio sin hacer comentarios, se cruzaron la señora garza, desgarbada, sin prisas y el apresurado cormorán, que iba, como siempre acelerado y urgente, a sus cosas y asuntos. Me parece que ni se saludaron. La garza despreciativa, el cormorán absorto. Admira observar que el río, de pronto, en un determinado lugar, al hacer una curva, tiene poca hondura y finge unos rápidos de juguete, en que canta sin demasiado ruido, como si tararease una canción. Un poco más abajo, refleja, boca abajo, sin estridencias, los edificios de la otra orilla. Salvo cuando son artificiales, pintados por los humanos, los colores son suaves, armonizan con facilidad y las fotos que hace el río, que ya dijo Heráclito que es un viajero impenitente y mudable, para llevarse a la mar en lo más hondo de su memoria de agua y truchas inmóviles, como tentaciones o tal vez malos pensamientos recurrentes, son a la vez claras, sencillas, elementales. Sin el más mínimo retoque. Los humanos, supuesta, equivocadamente perfeccionistas, al intentar mejorarlo, destruimos la armonía inicial, hecha de semitonos. Por eso la naturaleza, enfadada, produce terremotos, volcanes y cambios climáticos. He ido a mirar al diccionario, el “ferre”, en realidad, se llama gavilán y comparado con el halcón es grande, pesado, inhábil para cazar al vuelo. De ahí todo aquel ir y venir entre griterío histérico de palomas asustadas. El gavilán, como portador del miedo que era, volaba concentrado, en silencio como pasa, planeando, inexorable, oscuro y grandón, el insomnio. -
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