martes, 16 de enero de 2007

Tengo que escribir acerca de un libro escrito por otra persona. Eso me azara siempre. Casi nunca sé qué decir. No sé si un libro es bueno o malo. Carezco de esa capacidad crítica. Lo único que puedo hacer y hago en estos casos es decir lo que aprecio desde mi punto de vista, la perspectiva con que veo ese libro de marras, que acabo de leer. Sé que me falta la objetividad propia de un crítico, que ha de apoyarse, claro, en conocimientos y ha de abarcar campos hasta que yo no llego. Pienso que equivocaré al autor, que pensará que la mía es una opinión objetiva y por ello, con peso específico, pero no es más que la expresión de mi sentimiento, es decir, mi interpretación personal. Me acuerdo de aquel singular amigo que un día me dijo que estaba escribiendo un libro sobre vinos. Yo, admirado, comenté ¡un tratado de enología!. ¡Qué va! –me dijo-, lo que yo escribo es un ensayo acerca de los vinos que sé que me gustan a mí. Más o menos, lo que quiero decir es que un libro puede ser bueno y no gustarme a mí o ser malo y gustarme a rabiar. Y así lo diré, con entusiasmo, si en realidad me gustó, y si no, con prudencia, disimulando, ahondando en esas ambigüedades gratas a los oráculos y a los adivinos, mediante que indico al autor que no tiene por qué desanimarse, entre otras razones porque, por malo que a mí me pueda parecer un libro, su autor es seguramente capaz de escribir otro deslumbrante. Y de hecho he advertido que no hay libro, por malo que sea, que no contenga en alguna de sus páginas una palabra hermosa, o muchas, y alguna frase impresionante por su oportunidad, rotundidad o belleza o expresividad.

1 comentario:

rommey dijo...

Hola hermano, gusto de leerte, como siempre...
Saludos desde esta helada tejana...
Frank