jueves, 25 de enero de 2007

Te diré, escucha, mi retahíla, mis desencantos de anteayer o tal vez de nadie sabe cuándo, e incluso puede que no se hayan producido sino en mi imaginación, porque ¿quién garantiza a mi memoria? ¿cómo sé que no me trata de engañar con sus tretas de anciana sin edad? Hay quien dice que la memoria está hecha con retazos de otras acabadas por muertes ocurridas a lo largo del tiempo, que es verdad lo de que nada de lo que hay de este lado del espejo –más acá de la muerte- se crea ni se destruye, sólo se transforma, con el cuerpo muerto se genera la vida de una multitud de bacterias, seres nuevos, células madre, y con las almas, y así las memorias, almas y memorias nuevas, aparentemente limpias de recuerdos, con detalles, si acaso, para cada ya visto de cada vida nueva, en flor. Por eso la memoria no tiene edad, se hizo cuando el universo, por imperio de la misma voz, el mismo acontecimiento, ya ocurrido y sin embargo ocurriendo, te contaré: e inicio mi retahíla, pero no escuchas y las palabras se van desenroscando como uno alta columna de humo de un día sin viento y un rescoldo viejo al pie, cimentándola hasta que, si dura de noche, el frío la convierta en árbol y habría que ponerle nombre de su especie: abedul, fresno, alcornoque, sauce. Las palabras suben y cuenta y cuenta que se era una vez ya no recuerdo qué dijo pero tengo por seguro que algo de singular belleza porque ahora estaba ya recitando un romance en versos octosílabos, que, pruebo, y le puedo ajustar la música de una cancioncilla que supe una vez y estaba llena de nostalgia y de hermosos sentimientos mediante que diferentes personas iban tejiendo con trabajoso arte y gran empeño la pieza de tela del telar de su vida.

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