viernes, 19 de enero de 2007

Viaje. Atravieso la mitad de España. No hay nadie en los paisajes. Como si no viviese gente en esos pueblos apretujados en torno a iglesias grandes. Unos, alrededor de una sola iglesia, otros erizados de torres. Se cruzan infinidad de velocísimos automóviles en la carretera, pero a uno y otro lado, el paisaje está vacío. Por encima, durante la tarde, trazas blancas, rectilíneas, de muchos aviones. Por la noche, más aviones cuyas luces titilan buscándose camino por entre el laberinto de las estrellas. Pero en los paisajes, mientras duró la luz, nadie. ¿Dónde ha estado esta tarde la gente que trabaja estas tierras, ahora pardoclaras de la meseta? Calor insuitado, cerca de veinte grados centígrados, y estamos a mediados de enero. ¿Cambio climático?. Oigo en la radio que en Alemania y en el Reino Unido, una borrasca ha derribado árboles y matado a varias personas. Los niños interrumpieron sus clases. De nuevo la sensación de que le meseta se halla bajo una campana de cristal. A la derecha, una puesta de sol anaranjada; a la izquierda, las sombras, todavía grisplomo, pero ya ominosas, agazapadas, esperando que acabe la agonía del sol.

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