sábado, 20 de enero de 2007

El todoterreno hasta tiene la vaga apariencia de una carroza, cargado como va de personas importantes apoltronadas, arrellanadas, absortas en sus grandiosos proyectos. No distraigan ustedes la atención de los prohombres que van en las carrozas, ni de las promujeres que paritan con ellos, o al revés, consumándose así eso tan presumiblemente aburrido como es la igualdad de los sexos, por un lado, y por el otro la paritariedad eso de que haya el mismo número de un género y de otro en las listas de candidatos, en los empleos públicos, en el ejercito, en las fuerzas de seguridad del estado, en lo más profundo de las minas de carbón y entre los monosabios de las corridas de toros en que ahora no se matará ni al toro ni a una posible vaca sucedánea, que oiga usted,a lo mejor y por lo de la paridad, suprimida la muerte del macho en la corrida y supuesta la igualdad de sexos en el mundo bovino, podrían correrse ya no vaquillas, como antaño en los festejos populares, sino vacas de veras, sin diminutivo. Yo era partidario de la diferencia de los sexos, de la guerra de los sexos, incruenta, sin violencias, desarrollada en clima de caricias, piropos y no sigamos más allá de los apasionados besos que eran como orquídeas hallados en la ladera de la atardecida, enamorados con ese amor que es eterno mientras dura. Me han arrollado, sin embargo,por desgracia, los y las feministas de cartón piedra –lo digo por lo inflexibles-, que ni se te ocurra cederle el paso a una chica núbil, acto evidentemente machista, ni se te pase por la imaginación decirle un piropo de esos que mueve en el aire, nada más pasar, con su garbo más que de Greta. Son actos de irreverente diferenciación. Debes permanecer indiferente como un centinela, paso como pase, mueva lo que mueva, retrechera ella. Y si tienes la mala tentación de hacer un comentario indebido, decirle aquello de que deje las flores que lleva, no se le marchiten en las manos de pura envidia de su belleza, debes reprimir ese improcedente y comportarte como esos gatos que desde lo alto del paredón ven pasar al foxterrier enemigo y parece –están alerta, los muy gatos, más bien tirando a zorros-, parece, digo, que ni se diesen cuenta ni los inmutara el paso del peligro a pie de muro ni aunque levante la pata y parezca que deja, sin dejar, una gota de advertencia. No sé qué será peor, si el cambio climático ese, de que no puedo dejar de hablar, cogido entre los tirios, que dicen que es mentira, y los troyanos, que avisan del fin de estos tiempos y la llegada de otros inimaginables, o esto de que los niños estén a punto de hacerse nada más que en probetas, eso sí, en laboratorios paritarios, donde trabajen, laboren e investiguen un número igual de machos y de hembras de la especie, sin mirarse siquiera, y mucho menos tocarse, hasta que un día, cambiados ya los tiempos, consumada la glaciación, rotas las probetas … No sigo. ¡Esta imaginación mía!

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