sábado, 27 de enero de 2007

Hay un gato atigrado, dormido
sobre la vieja tapia
coronada de cristales rotos, que el gato no siente
bajo el colchón de su misterio.

Hay un gato inmenso
que abre los ojos, a veces,
pero no mira nunca,
no le interesa lo que hay fuera
de su piel,
más allá de los ojos verticales
con que seguramente sueña cuadros
del Greco.

Hay un gato
con la cabeza orientada hacia el norte,
pero se levanta, perezoso,
arquea el lomo y cambia de postura,
ahora mira,
sin mirar nunca, ya digo,
hacia el sur.

Le tiro una piedra dura, oblonga, sin esquinas.
Ni me mira.
Sabe de mi puntería atroz
de viejo cascarrabias.
Le grito,
ni se inmuta,
no le inquieta lo más mínimo mi voz,
desesperada,
descompuesta.

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