En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
sábado, 27 de enero de 2007
Allá cada cual con sus preferencias. Las hay para todos los gustos. Incluso quien ama a los gatos con incomprensible fervor, que ignora el egoísmo evidente de esos felinos asilvestrados que nadie ha sido capaz de domesticar del todo nunca. Cuando más, los más aparentemente dóciles, te conceden el supuesto honor del darles albergue y proporcionarles comida, siempre que dejes puertas abiertas o gateras expeditas para que puedan salir cada noche a convertirse en sabe Dios qué, recuperar su entidad secreta, y, si acaso, correr aventuras con las crueles gatas de los vecinos más secretos, insolidarios, a su vez misteriosos y cultivadores de los más esotéricos secretos de la alquimia. Ahora leo que pueden ser punto de apoyo para que el virus de la gripe aviar salte a los demás mamíferos, homo sapiens incluido, es posible que retransmitido por sus ojos de nictálope y mirada inescrutable. Parece ser que muchos gatos indonesios se han aprovisionado ya, a costa de morirse a puñados del contagio, de multitud de invisibles gérmenes mutantes, capaces de echarse al monte repleto de humanos entre que los científicos temen que los repartan sin orden ni concierto. ¡Pobres gatos! Habrá quien esta tarde conciba un principio del terror posible si el que no es de momento más que suposición de un peligro se concreta en evidencia más o menos cierta. Es peligroso el miedo de los hombres. Se desborda y desparrama como una inundación, una riada, una avenida susceptible de acarrear la hecatombe, pero no de cien, sino de cientos de miles de gatos atigrados, siameses, persas, blancos, negros y pardos. Tal vez hubiese que llegar al peligro de exterminio de otra especie animal, como ya le ocurrió por otras razones a su salvaje pariente: el lince, que ahora tratan de recriar en cautividad, para vergüenza de los heroicos ejemplares selváticos, sustituidos ya, cuando más, por estos ejemplares reducidos a los límites, trazados con pastor eléctricos, de los parques protegidos. Supongo que de probarse su complicidad en la fechoría que se avecina, también los dejarán cazar sin más trámite.
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