martes, 7 de octubre de 2008

Cada día, su lectura, hay miles de páginas que perderemos, sin embargo, la ocasión de conocer porque es imposible abarcarlo todo, recorrer todos los anaqueles de las librerías del mundo y sus bibliotecas, y muchos libros, cuando llega noticia y voy en su busca, tropiezo con ese paredón del “descatalogado” con que me aparta un ocupado vendedor, más atento, como puede que sea su deber en estos tiempos cada vez más diferentes y tan distintos, como ya hablamos en alguna ocasión, de los de los viejos libreros del guardapolvo, con su fondo de librería y su atención discriminada a cada cliente, cuyos gustos ya le eran conocidos desde siempre y así le podía sugerir novedades o la alternativa, en esos períodos de sequía y publicación de banalidad que hay cada año, algún ejemplar cubierto de polvo y garantía de ser del gusto de aquel lector en particular.

Vivir más deprisa tiene muchos inconvenientes. Es como recorrer un paisaje en el tren de alta velocidad. Se llega antes, pero no se hace el camino, sino que se recorre. Y no es lo mismo peregrinar a Santiago desde Roncesvalles en un automóvil cómodo y potente que hacer el camino paso a paso, a pie, sin más apoyo que el del cayado o el brazo o el hombro amigo del hermano peregrino contigo.

Esta tarde estuve en la biblioteca, la mía, modesta, elemental, sin pretensiones de bibliófilo, sino de amante de los libros. Y en ella reconocí, palpé, algunos de esos que dejan recuerdo, o a mí me lo dejaron, por la inolvidable impresión lograda por el autor, es posible que combinada con la ocasión oportuna de la época en que lo leí por vez primera, o, en algún caso, lo releí. Me gustaría tener tiempo y ganas de irlos seleccionando, recogiendo, apartando, aunque no sea más que para estarme ante ellos e ir rememorando como si soñara o no hubiese despertado todavía de aquel sueño, en que, cerrando los ojos, cabe pensar que es entonces. Ese lugar ya convertido en polvo solemne, espeso, que mañana pasará, convertido en nube, por las antípodas, donde pensarán que no es más que eso, como nosotros, aquí, cuando vemos pasar los restos de los recuerdos de gente olvidada, hechos cirros, cúmulos, estratos o simples y sencillos nubarrones que se disuelven en aguaceros de otoño.

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