lunes, 27 de octubre de 2008

Me dan coraje esos críticos que te cogen los versos de cualquiera y los destripan y desescaman como si fuesen peces muertos, que si paralelismo, que si estructuras, que vamos a desplumar el faisán, hace poco una ráfaga de fuego, ahora recién cazado, exánime y habrá que desplumarlo para comer aderezado con el comentario del esfuerzo del cazador, que ha madrugado esta mañana para cazarlo al paso. Ayer el poeta, tirando a provenzal, cantaba de oído su amor recién muerto y hoy le escanden cuentan las vocales y examinan si hay algún palíndromo, una repetición o se ha colado alguna palabra que suene como un duro falso, de aquellos de plomo, que la abuelina pesaba, medía y contaba contra el mármol de la mesa de la cocina, a ver si le habían metido uno de matufia a la cocinera, al hacer la compra en el mercado, en la carnicería o aquella lagartona de la tienda de al lado, que buena estaba ella para que le timasen un duro de cinco pesetas con la efigie de don Amadeo, apenas rey de las Españas, efímero monarca de importación, que le hacían imitaciones de los duros, imitaciones de plomo, como churros –decía la abuelina, sin duda exagerando, que le habrán hecho unos cientos, que sonaban plof, en lugar de retiñir contra el mármol de la mesa de la cocina. Volviendo a los críticos esos, luego se van tan campantes, una vez hecha la autopsia del poema, que tiene por cierto el privilegio de sobrevivir a sus manejos y seguir cantando y diciendo, más allá de las palabras que contiene, el tono sutil, la voz entrecortada del sentimiento. -

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