Recurre el Ministerio Fiscal un auto del Juez, con briosa energía, dureza jurídica y los que me parecen sólidos fundamentos legales y jurídicos. Hay que cerrar el desván, porque la memoria, además de víctimas, héroes y mártires, está llena de culpables y sería el cuento de nunca acabar que se iniciase la escalada de tu culpa y la mía, y menos con criterios de ahora, que no sirven para valorar los hechos ni los actos de entonces.
Transcribo porciones de “memoria histórica”, de la biografía que estoy leyendo: “las bibliotecas son almacenes del pensamiento burgués, montones de basura, legajos de mentiras. Esto, nada más, es lo que se quema. Esto y nada más. Hay que seguir quemando hasta el último documento de propiedad o privilegio.” “En medio de una situación de expolio, saqueo y quema de conventos e iglesias, así como de asaltos a domicilios particulares, los archivos eran considerados por algunos de los sectores más revolucionarios la legitimación del orden establecido que se quería aniquilar y, por consiguiente, uno de sus blancos preferentes.”-
Hay páginas y más páginas escritas, que detallan datos tan espeluznantes como éstos, pero referidas, además, en otros casos y ocasiones, a personas. Se llegó a matar para liberarse de deudas o para satisfacer envidias de mínimo calibre y alto voltaje pasional. O, sencillamente, para acallar voces que disentían del pensamiento del asesino.
Es frecuente que seamos un paisanaje apasionado, maniqueo y propicio a la envidia, a que Fernando Díaz Plaja otorgó como triste privilegio el de destacarse entre los pecados capitales de los españoles. Mejor, en mi modesta opinión, dedicar mayor esfuerzo a convivir que a confrontar.
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