viernes, 17 de octubre de 2008

Cuando un jurista escribe mucho, la mayoría de las veces es porque el subconsciente le advierte de que incluso en aquello de que está honradamente convencido, hay muchas probabilidades de que esté equivocado.

Leo acerca del arte opiniones de Ortega, de Dámaso Alonso, de José Angel Valente. Coincido en la apreciación de que una obra de arte es eterna … mientras dure nuestra cultura. ¿Y cuánto dura ahora una cultura? Discrepo en la necesidad de que el crítico también sea un artista. Incluso los más romos de sesera, en ocasiones, somos capaces de comprender el mensaje, o la ausencia de mensaje que hay en una obra de arte, siempre algo misterioso, traídos del pasado o del futuro para amalgamar un objeto –en el más amplio significado de este concepto- que se comunica con lo más íntimo de nuestro sentimiento. Tal vez el alma en carne viva, si se me permite repetirlo, por lo expresiva. Imaginaos el alma –sea como fuere- desnuda, indefensa, y que un sentimiento llega a ella y toca produciendo un efecto inefable, para bien o para mal.

¿Tiene que ser bella, una obra de arte, para ser tal obra de arte? Adelanto mi opinión de que cada defecto o cada virtud pueden darse en cualquier jardín, o, si preferís la imagen, en cualquier bosque. Me parecen tan independientes, como las numerosas inteligencias posibles, que cada cual puede tener alguna, en mayor o menos medida, y a cada uno puede servirle la suya o puede fracasar intentando usarla para lo que funcione peor.

Una persona, una flor, una obra de arte, una saga, un poema, son partes de un todo que nos abarca. Cada una independiente e interdependiente con las demás con que circunstancialmente tiene relación. Cada toma de contacto –relación- un mundo, una vida y puede que a veces sólo una encrucijada o el cambio de dirección que supone doblar la esquina.

No hay comentarios: