viernes, 10 de octubre de 2008

Hay quien trae a la madurez, y luego a una eventual vejez, la ancianidad a que ahora llaman tercera edad, como si eso aliviara alguna clase de maldad o mala suerte, recuerdos de una niñez feliz, como suelen serlo la mayoría, por mucha carga literaria que se ponga en las atrocidades que cuentan algunas novelas y ciertos libros de memorias más o menos trucados, y quien los trae de una niñez especialmente feliz.

Como esta biografía que ahora mismo estoy disfrutando, de este niño cuyo abuelo fue el primer miembro de la familia que ganó dinero con su trabajo, o, por lo menos, el primero, desde que hay constancia documental, a lo largo de más de diez generaciones atrás. Dinero ganado con el trabajo de sus manos, pero que fue lo que cobró por una obra de arte más o menos valiosa, por pintar uno de sus primeros cuadros.

¿Eran más felices? Vivían de su patrimonio, hasta que los avatares del siglo lo fueron reduciendo. Queda siempre una casona blasonada y quedan unas cuantas tierras, residuo de lo que llegaba hasta el horizonte o por lo menos hasta los límites del valle, pero había ocasiones en que se extendía hasta los límites de lo que se ve en redondo desde el otero.

Por lo menos, algunos, según se les describe ahora, parecían extremadamente seguros de sí mismo y de su derecho a disfrutar de privilegios respecto de una demás gente, que pagábamos impuestos, trabajábamos, pero ellos nos miraban desdeñosamente. No puedo perdonar a mi marido que me haya traído a una casa de pisos, que ahora, cuando me cruzo con un hombre en la escalera, no sé si es un señor o es un gañán. Hermosa tierra, hermosa gente –dice Saroyan, en su “Comedia humana”.

Ellos solían, cuando era preciso o a veces sin serlo, hacer la guerra y la paz, y cuando no, cazaban. Tenían uno o muchos caballos, lanzas en astillero, espadas, que donde no llega la mano del caballero, llega la punta de su espada. El relato de la historia de nuestros, mis, anteapsdos de esa época, es mucho más sencillo y puede resumirse en que trabajaban la tierra, pagaban rentas, impuestos y gabelas, y, a pie, cuando no podían evitarlo, se encontraban formando parte de una mesnada, hundido en el barro del fragor de la espesa, cruenta, disparatada batalla.

Nuestras vidas –dice el impresionado poeta- son los ríos que van a dar en la mar que es el morir …

Leo que el premio Nóbel de este año coincide conmigo en decir que lo que se escribe viene en los ruidos, los sonidos del entorno, en el viento, que es el que mueve las palabras. ¿Dirá él también que esos ruidos son, opino, ecos de la voz del buen padre Dios?

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