sábado, 25 de octubre de 2008

Cuando las muchachas en flor de mi juventud
eran muchachas en flor
me contaron mil y una noches
mil y uno de sus sueños, me dijeron
cuáles eran sus canciones favoritas,
los colores que amaban,
la música
que aceleraba la taquicardia
de su corazón.

Cuando aquellas muchachas en flor,
que velaban el brillo de sus ojos
y acariciaban al dejar de mirar
eran muchachas en flor
yo tenía como ellas el corazón lleno de sueños,
y estaba, me parece recordar
ávido
de iniciar todos los caminos posibles: el de Santiago,
el de Roma, a que llevan todos los demás
y el de Jerusalén.

Hace tiempo que he dejado de ver
a las muchachas en flor en el jardín
donde ha acampado el otoño, se pone el sol
a casi todas horas
y quedan, nada más,
en un rincón, el reino de las hadas
y entre el follaje del haya, los pájaros,
que he dicho muchas veces que son seminaristas de ángeles
o tal vez ángeles castigados
como lo han sido, por el tiempo,
aquellas muchachas en flor
que durante toda mi juventud
lo fueron con aquel entusiasmo.

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