martes, 21 de octubre de 2008

La lluvia nos echa de la calle. Brotan, cabezones vacíos, calabazas de broma, los paraguas. El paraguas resulta casi siempre de usar y tirar. Se te olvida en cualquier paragüero. Deberían inventar alguno cuyo puño de cabeza de perro o de caballo ladrase o relinchara cuando nos ve marchar y se nos olvida, rozando su piel negra con la variopinta, multicolor de otro de señora, en el paragüero de la cafetería. Los paraguas gustas de esta promiscuidad súbita, que seguro que ls hace la vida más agradable, después de tiempo en el viejo cilindro de latón de casa, donde no hay más que rezongones paraguas viejos, con la piel rasgada y las varilla rotas. Cuando niños, que escaseaban los juguetes y abundaba el ingenio, con esas varillas hacíamos arcos y flechas. La punta de las flechas se aguzaba con papel de lija gruesa. Menos mal que no disponíamos de reservas de curare. Excusado es decir ya ahora que hoy ha amanecido lloviendo esa lluvia mansa que flota en el aire y se respira. Todo está húmedo. Incluso los pensamientos que voy desgranando. Le llaman chirimiri unos y otros orballu, llovizna algunos y muchos calabobos. ¡Si seré bobo que con lo que está cayendo salgo a la calle! Cuando podría seguir con cualquiera de los libros que tengo empezados a la vez que corrijo las pruebas del que quiero publicar este invierno. El diseñador ha hecho algo original. A ver si va a resultar que es como una calabaza, también, Mucha apariencia, pero dentro el vacío sideral.

No hay comentarios: