Sucesivamente, los caminos, la primera nieve, la niebla, la noche más noche de Castilla, la Capital y la Ciudad, capital más pequeña. Los caminos lo son siempre. Todo es camino. Incluso el descanso, sentado al borde, vagabundo cansado, predicador sin palabras, viajero que ha olvidado ya todos los destinos, por viejo o por escéptico, o tal vez por soñador, todos son caminantes, por más que en un momento, tu paso o la fotografía indiscreta del espectador, los asemeje a estatuas, esfinges, junto al camino. Aquella noche, esta noche, sin embargo, se me antoja la más oscura que atravesé nunca en Castilla, que es ámbito de noches oscuras, cuando no hay luna. Hacían los faros desgarraduras largas, pero a uno y otro lado, como nunca, estaba lo más ominoso de la noche, la apariencia de haberse acabado todo y estar entrando en lo desconocido, aunque no fuese más que, remando a pareles, con la imaginación y el miedo.
La Capital me engulle, desértica, en ese paisaje igual de una multitud de caras desconocidas, que, inexpresivas casi siempre, van a lo suyo con el mismo aire de obsesión. Y sin embargo están las mismas piedras con las que puedo conversar y pintar, como un niño con tiza en la acera, los recuerdos. Repetir los nombres, vuestros nombres, recordar aquellas caras jóvenes, atentas, llenas de proyectos, sueños, ambición. Cierro los ojos y estáis tan cerca precisamente en esta esquina, que temo que nuestras manos vuelvan a tocarse y algo o alguien nos condene o nos permita el gozo de estar todavía en aquel entonces, pero tener que repetirlo todo, porque estoy convencido de que el día que el hombre construya la máquina del tiempo, deberá, como castigo, repetir lo mismo, seguir exactamente la misma huella que dejó, puesto que la historia que recorra, a menos que viaje al futuro y allí no encontrará más que el proyecto de la materia de los sueños, será la historia que ya está transcurrida, y no cabe más que releerla. Lo que sí, que con la imaginación, desde esta esquina precisamente, cuando das la vuelta, puedo extender la mano, coger la tuya e imaginar otras palabras que quedaron sin decir.
Abro los ojos y estamos rediscutiendo sobre el mismo irreductible afán de discutir en que, otros y yo, llevamos casi tantos años como los israelitas de Moisés en el desierto. Y nos pasa como con la máquina del tiempo, que ya sabemos de memoria los argumentos y como Sísifo, asimismo seguimos la falsilla, recorremos el lendel, perseguimos al caballito del tiovivo que nos precede con el mismo entusiasmo del primer día. Conscientes de que es inútil y convencidos de que hay que intentarlo. Humana condición, es sin duda la del hombre.
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