Hemos crecido tanto los humanos en número que ahora resulta prácticamente imposible, de acuerdo con los sistemas ideados y puestos en práctica hasta el momento, que intervengamos de modo efectivo y eficiente en la organización, gobierno y representación de nuestro grupo social.
Nos movemos en un mundo de decisiones virtuales, manipuladas en origen por los especialistas y adoptadas por un escaso número de personas.
Los elegidos dan durante su mandato por supuesto que sus electores estarán de acuerdo con los acuerdos que tomen durante el mandato, pero lo cierto que muy pocos de esos electores conocen, han leído o entendieron el programa electoral de cada formación política y muchos, por lo menos muchos de los que yo conozco de cada tendencia, no votan ni idearios ni programas, sino siglas, sin saber a ciencia cierta y en detalle, cuáles son las soluciones concretas que cada una propone aportar para mejorar las condiciones de vida del común.
Se da, creo yo, la paradoja de que cada vez sea más complicada la administración, más compleja y numerosa su dotación de personal y medios, y eso, en vez de proporcionar un bienestar mayor y una mayor facilidad de resolver las circunstancias que rodean la vida de cada uno de nosotros, nos las dificultan, complican y convierten en tortuosas sendas erizadas de prohibiciones y fuertes sanciones, reveladoras a mi juicio de que se educa peor y como consecuencia es más tarde necesario corregir más y con mayor dureza, procedimiento en que hay ocasiones en que la vigilancia y el castigo obsesionan de tal modo al grupo que se corre el riesgo de castigar como culpa o negligencia lo que es un simple error, tan frecuente en los falibles humanos que somos.
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