viernes, 31 de octubre de 2008

Hay cosas que todo el mundo intenta un día u otro, como fumar en pipa, a lo que te atrae la figura del típico fumador de pipa, se adivina que paciente y sosegado en su meditación –no creas, me dijo una vez uno de ellos, yo estoy ahí, fumando con el deleite que has adivinado mi pipa, pero no estoy pensando en nada. Es como si los pensamientos se me fueran, cocinados, en esa lenta voluta de humo que a cada chupada brota de la cazoleta-, cambiar una pizca el mundo, dar ese gratuito consejo que nadie nos había pedido y no se ha preocupado en absoluto de la epiqueya, como justicia, más aún, equidad del caso concreto, dotar a la vida de un solo propósito, sin tener en cuenta lo versátil que es el hecho mismo de hacer el camino de la vida, pasando por paisajes, ambientes, territorios tan diferentes, o, lo que ya es el colmo de la temeridad, intentar definir, delimitar, imaginar a Dios, acomodándolo a nuestra escasa imaginación, nuestras circunstancias, nuestros mínimos, casi entomológicos propósitos. Nosotros, yo por ejemplo, que ni subido al otero soy capaz de ver más allá de la línea del horizonte sin equivocarme al imaginar lo que hay, pese a que sea tan parecido a mi entorno actual. -

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