Amanece un domingo esperanzador. Porque la lluvia nos ha lavado el aire durante la noche, se acerca la Pascua de Resurrección y las encuestas apuntan a que ni los pepes ni los pesoes se van a enquistar en las Asturias necesitadas de oxígeno y transfusiones de salud, dinero y amor, como dice la canción. La otra pata, la de la ilusionada esperanza, se nos dará por añadidura si definitivamente apuntamos por el camino, la decidida elección y emprender la peregrinación de salida por fin.
Vamos, dicen, a votar por unos que ni siquiera acertaron con el dibujo, a pesar de haberlo hecho con la idea. Hemos, dijeron, de mudarnos a la humildad laboriosa y organizada del hormiguero, para poner los cimientos de otras Asturias, las nuevas, las del siglo XXI, que, después de las turbulencias del XX, debe ser de bonanza y real progreso hacia el aprovechamientos de tantas cosas como se han descubierto, inventado, puesto en marcha e imaginado con tanta prisa y tanto desconcierto a lo largo de las tres o cuatro últimas generaciones.
Hacen falta sacrificio, laboriosidad y paciencia.
Que generarán, inexorablemente, repito, la inconmensurable ilusión de la esperanza. Sólo echa a caminar hacia la tierra prometida un pueblo a quien tras de habérsela descrito se le sugiere un camino.
El mayor esfuerzo es el del primer paso.
Vamos a elegir a los que nos parecen mejores, conscientes de que el mejor hombre está lleno de defectos. Con todo, ellos, siguen siendo los mejores para lo que ahora mismo necesitamos.
Sus enemigos y adversarios nos los van a describir por su lado oscuro. Nosotros conocemos y hemos de proclamar el otro lado, el de la capacidad que nos motiva para seguirlos y empujarlos.
Un líder necesita seguidores, pero también que se le impulse. A quien se sabe que puede, hay que exigirle que se esfuerce. Nos lo debe, a cambio de nuestra confianza y nuestra lealtad.
Vamos camino de la paz, la justicia y la libertad.
Pero sin engañar a nadie. Advirtiendo que la paz, la justicia y la libertad no son más que una situación de tenso equilibrio necesitada de permanente esfuerzo para mejorar unas condiciones que jamás llegarán a ser perfectas, porque se nos ha dicho y es cierto que el ser humano no puede regresar al Paraíso, por lo menos del lado de acá del espejo.
Vivir es ir acercándose al reflejo propio, fundirnos con el cual entraña pasar al otro lado, donde nadie puede tener plena certeza de saber lo que exactamente hay.
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