miércoles, 14 de marzo de 2012

Aprovecha el tiempo. No tienes más que éste y por una sola vez. Cuanto no logres hoy, jamás habrá para ti otra oportunidad. Cada día tiene su afán, dice el Eclesiastés y el padrenuestro añade la petición al buen padre Dios de que nos dé el pan nuestro de cada día. Cada día tiene su afán. Y vendrá luego, o no, otro día, pero será “otro”, con diferentes oportunidades.

Resulta, cuando se es joven, difícil de creer, pero es así. Lo aprende uno mucho más tarde, en la vejez, cuando ya no te sirve más que para disfrutar con arrepentimientos y nostalgias que ni remendar pueden las desgarraduras de los fracasos sufridos por haber dejado escapar la ocasión entonces, cuando parecía que iba a haber tiempo para todo, incluso de recuperar el tiempo perdido. No se puede. Proust se extravía en el laberinto, para deleite de generaciones de lectores. Lo que tampoco sabía Proust era que llegaría tiempo en que los lectores habrían perdido, perdieron la paciencia, con esto de la prisa, y ya no se disfruta leyendo las páginas y páginas de digresiones de Proust, difundido entre las palpitaciones de aurora boreal de su imaginación desbordada y desordenada. Tuve un amigo algo esquizoide que decía que la literatura de Proust era como la excelente tela del mejor paraguas imaginable, pero sin varillaje.

Hay gente así. Nos perdemos, servata distantia, pero de análoga manera, en el delta de la desembocadura de nuestra imaginación, que se impone al raciocinio puro –todo lo puro que cabe en cada cual- y hablamos y hablamos, o escribimos y escribimos de esta manera que parece elaborada en duermevela, pasando por entre la realidad y sus hologramas como de puntillas y dudando si lo más digno de crédito es lo uno o lo otro.

Amaneció hoy bajo la niebla. La niebla es un nocturno desteñido. La oscuridad se queda, de recién amanecido, mutada en este ovillo de telarañas grises, que las tocas y se disuelven entre los dedos, dejándonos a cambio humedad como de lágrimas recientes. Tal vez la noche llore, cuando le pasan estas cosas. ¿Quién sabe lo que ocurre más allá del frágil suspiro de luz que apenas exhalan las farolas?

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