El invierno, el muy cuco, se ha dejado la cola en el paisaje y la primavera entra tambaleándose.
Caen el frío y la nieve. El invierno, ya en la estación, con el jefe tocando su campanilla y la máquina silbando, agita un pañuelo blanco.
Nieve, frío. Ya lo dice el refrán, que hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo. Las mocinas núbliles de cada año, no se ponían las batas de percal hasta santa Rita, que es el veintidós de mayo. Se ponían ellas las batas de percal y un señor procurador de los tribunales el canotier. Maurice Chevalier, fuese invierno o verano, bailaba con canotier. Ya casi nadie se acuerda de Maurice Chevalier.
Y no usa nadie, que yo vea, canotier. Ahora se ponen gorros con visera, como los de los aficionados americanos al beisbol o al baloncesto, con la insignia del Madrid o del Barcelona y una cinta de ajustar para cabezas más grandes y más pequeñas.
Los bancos y sobre todo las cajas, ponen también sus marcas en esas gorras de visera, verdes, rojas, azules, blancas, la cajastur las hacía rojas, con perfil de asturcón y la rural verdes con espiga y letras amarillas. El paisaje de todas las Asturias es multiverde, con apuntes morados del brezo y rotundamente amarillos, de las cádavas y la retama.
En seguida que llega el verano, en Asturias, en todas las Asturias, se celebra la fiesta del señor San Juan, llena de misterios y de leyendas. La noche y la alborada del señor San Juan, ambas indescriptibles, son como los cimientos de las Asturias, el rastro y la esencia de sus más hondas raíces, hundidas en el pasado, mucho más allá de donde llega la memoria.
Falta mucho. Ahora mismo hasta se ha puesto a nevar y el ampo de la nieve ha borrado los puertos, allá arriba, donde el silencio se mezcla con soledades, sueños y palabras perdidas, que las lleva el viento y las aprovecha y engancha en los acebos, los abedules y los pinos y forma con ellas la oración del viento, que suena a brisa, y, abajo, en el valle, hace juegos de manos con los álamos blancos y mece la melancolía de los sauces llorones.
El viento se mira en el río, nada más nacer, y al río, en el remanso, le da miedo y se le estremecen las carnes de agua oscura. Mira, dice el niño, púsosei al ríu la carne de pita.
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