Viernes último de este invierno bonachón y apacible, que se ha mecido al sol, en su veranda de su casa de esta villa, esta comarca, este rincón desde que Asturias se asoma al bable asturgalaico, que desemboca en la mar por entre Ribadeo y Vegadeo, leo en alguna parte que la ría baja con agua insuficiente para los salmones.
Entre nuestro territorio, que acaba en el riachuelo de Barayo, y la ría del Eo, queda la del Navia, que nace en Galicia y lo compartimos, pésicos y albiones, las viejas tribus iberas de que ya no queda en el recuerdo más que el nombre. Tal vez no sabía escribir ninguno de sus guerreros, mitad, supongo, guerreros, mitad cosechadores de una agricultura por lo menos en parte asilvestrada,
No hubo casi nieve, este año de gracia, en el Rañadoiro, de modo que los ríos bajan gachos, El Negro, que parte la villa en dos, aporta transparencia. Se apretujan los cantos rodados, en el fondo, enseñando unos sus calvas, otros melenas verdes. Vivaquean las truchas. Un letrero decía hasta hace poco que está prohibido pescarlas, salvo en determinado tiempo y bajo condición de reintegrarlas al río. Bajan los aficionados al llerón, algunos hechos unos pinceles, con su atuendo impecable y sus cañas impolutas y las cestas de mimbre lustrosas y lustradas. Sombrero de ala ancha, gafas polarizadas. Lanzan con estudiada sucesión de posturas equivalentes al swing que además tienen, se adivina, recién aprendido para el gol que casi han hecho, los ejecutivos, tan habitual como la lubina.
Hubo un tiempo en que dicen que se cazaba y se pescaba para comer. Ahora, paradójicamente, se hace para adelgazar y mantenerse en forma. Había, cuando lo de necesitarlo para comer, que cazar y pescar a mansalva. Ahora, detrás de cada árbol, un secreto guardián vigila, pesa, mide y confisca cuanto pasa del riguroso cupo mediante que se pretende conservar por lo menos el recuerdo de otras abundancias y misteriosas reproducciones que durante tantos siglos permitieron subsistir al depredador humano, tan imaginativo e ingenioso que dio en matar más de lo que la naturaleza era capaz de reproducir.
Y así estamos, que dentro de poco pasará como con las angulas y a alguien se le ocurrirá el modo de fabricar chuletas y pescaíto freíble a partir de sabe el buen padre Dios de que ingredientes adobados con extracto fluido de sabor a pata de jabalí o a salmón ahumado.
Echo de menos las manteigas amariechas que bajaban al mercado de los domingos las vaqueiras, envueltas en un trapo húmedo, la leche de cántara de lechera de fábula, los pitos de caleya de pico y patas del color de la panoya, la cresta erguida y el muslo renegrido, los requeisones cujados en moldes de piel curtida, los huevos de cáscara siena y yema amariecha … Bajo al supermercado y todo es light, está descargado, desmantelado, suavizado, puede que esterilizado y convenientemente protegido por unos conservantes que tienen nombres de número y letras de vitaminas incorporadas. Ya no me acuerdo de si en el mundo feliz aquel de Aldous Huxley que leíamos de más jóvenes, cuando los nórdicos no habían descubierto la mina de la novela negra, había supermercados. Debo empezar a releer alguna cosilla.
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