Sherlok Holmes y Neylan Smith, después Charle Chan, Philo Vance, Nero Wolfe, con su Archie Goldwin, Hercules Poirot, el padre Brown y mistress Marple, pero luego se hizo vertiginoso el caudal del río de vivir y Maigret fue diferente, y vinieron del otro lado de la mar, primero Carter Dickson y luego Dashiell Hammet y Raymond Chandler y desembarcaron Lombano, Brunetti y los suecos aquellos del nombre imposible, Sjowall y Walhoo.
Todo un mundo policíaco, en que se escondieron casi invisibles los espías de John le Carré y el desventurado inspector Rebus, de Rankin o los torturados personajes de Mankell, que ni siquiera sé si se escribe así, pero seguro que los aficionados al género nos entendemos.
De vez en cuando, hay que pararse en un clásico, a recuperar el aliento, o en una pegajosa novela victoriana.
Faulkner puede sumergirle a uno entre la niebla de un pantano sureño, Borges, Perucho o Cunqueiro te transportarán en una alfombra mágica a otros mundos y yo sigo recomendando a Priestley o a Charles Morgan para darse un baño de espuma literaria.
Un descanso en la lectura: Sanchez Mazas con su “La vida nueva de Pedrito de Andía”.
Pero, por favor, a cualquier edad, no dejen de leer uno cualquiera de los treinta y cinco tomos de aventuras de Guillermo Brown con que en su día nos obsequió Editorial Molino, a que nunca podremos pagar, ahora que me dicen que ha desaparecido, el favor de traerlos a nuestras librerías.
Dos días de haber mandado política y economía a hacer puñetas de encaje son dos días ganados a este enemistoso caos que nos aflige.
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