Domingo. Descanso a discreción. Hablemos del tiempo, como dicen que hacen los británicos a la hora del desayuno. Un desayuno británico no es cosa de broma, tengo entendido. Jamás tuve la oportunidad de disfrutarlo “in situ”, es decir, en una casa de campo de un lord inglés de los de antes de todas las guerras. A todo más, en algún hotel, donde se anuncian diversos tipos de imitaciones de desayuno. A mí, en el hotel, siempre me han apetecido los churros, el café, y, antes, un zumo de naranja.
Decía que hablásemos del tiempo y me acabo de meter en el berenjenal del desayuno. Para churros, recomiendo los que hacen en Jaén, y luego, a cierta distancia, los madrileños de cuando las verbenas antañonas. Los churros, las croquetas que hacía mi madre y la tortilla de patata han sido siempre mis debilidades. En algunos paradores me dieron churros congelados, que cubren, con cierta tristeza, el expediente. A los churros congelados les pasa lo que a los zumos de bote. Son como un referencia vaga de la “vaga ilusión” rubeniana.
“Decíamos ayer ..” Pero no, hombre; no ayer; sólo un poco más arriba; ahí mismo, al principio de la entrada de hoy, que hablásemos del tiempo. Contrasta con las arremolinadas turbulencias políticas, económicas y sociales que atribulan nuestra conciencia social, económica y política. ¿Os habéis dado cuenta? Pienso que nos hemos perdido en el laberinto social del derrumbamiento de los principios, en el económico de que no hay para casi nadie, fuera de futbolistas, exclusivas de supuestos famosos y subvenciones erráticas –los más ricachones empiezan a ponerse nerviosos porque cada vez se habla más de sus cosas-, y en lo político resultamos incapaces de elaborar planes para un futuro por lo menos asequible, sostenible y casi estable.
La estabilidad es imposible. La sociedad humana es un equilibrio y los equilibrios se apoyan siempre en precarios asientos donde hay que tener habilidades funambulescas para permanecer durante el mayor tiempo posible. El equilibrio, en lo político, lo económico y en definitiva lo social, es una situación que cuesta trabajo, dedicación, eficacia y atención mantener. El equilibrio impide “tumbarse a la bartola”. Dicen que Aníbal perdió la oportunidad de que la cultura europea fuera cartaginesa en Capua. ¿Dónde y por qué habrá perdido este año la liga el Barça de nuestras preferencias?
Y, hablando, ya que no del tiempo, del Barcelona, ¿de qué pretenderán liberarse esos independentistas? ¿De verdad piensan que ser más felices reduciéndose y que así evitarían ser lo mismo que ahora solo que a escala más reducida?
“En llegando a esta pasión …” –que dice Segismundo en su famoso monólogo-, paso a preguntarme por qué hay siempre una fracción de cada todo que supone, en mi opinión con palmario desacierto, que va a ser más feliz desgajándose de su tronco. Pasa incluso en los pequeños y ya insostenibles concejos –nuestros equivalentes a municipios de las Asturias-: cada pueblecito, cada lugar acasarado, preferiría, en cuanto tiene cierta entidad, separarse, desgajarse de su núcleo central, reconvertirse en esqueje, en seguida, planta independiente, con su gobierno, sus representantes, su “independencia”. No sé si por suerte o por desgracia, pero lo cierto es que la gente, nosotros, cada uno, somos interdependientes, animales sociales, humanos necesitados del grupo, la sociedad humana, por inestable que sea, peleando denodadamente por ese equilibrio que en cuanto nos descuidamos la ciudad de los hombres halcones de Alex Raymond, el Castroforte de Baralla de Torrente Ballester, se tambalean y cunde entre nosotros el desasosiego del hombre solo, cuando no puede estar seguro de que al volver de cada paseo que supone a veces la “descansada vida, la del que huyendo del mundanal ruido … ” del solitario, encontrará la “casa encendida” de uno de mis poemas de cita preferida, de que es autor Luis Rosales.
Ea. Ya hemos hablado del tiempo.
¿O no?
No hay comentarios:
Publicar un comentario