Nos gusta hacer buenas fotografías. A lo mejor, es verdad aquello que decían los indios de que al retratarlos se les robaba algo. ¿O no eran los indios? El lo malo de leer mucho. Se te olvida quién escribió lo que recuerdas y otra parte se te queda en el subconsciente y corres el riesgo de plagiar sin querer, si no un texto, una idea. Y lo peor es cuando te encuentras con algo que también tú has escrito, o parecido a lo que tú escribiste y te queda la duda de si te habrá copiado este tío.
Hay fotos que nos gustan tanto que las llegamos a poner de fondo de escritorio.
¿Vístela? –preguntamos orgullosos-. Saquela yo –añades pavoneándote con el tono de voz-.
Me acuerdo de cuando sacabas la fotografía, previo ajustar aquí y allá apertura de diafragma y velocidad, cambio de objetivo, si habías llegado a réflex. Ahora, cada vez por menos precio, al buen padre Dios gracias, te empluman una compacta digital que lo hace todo menos poner música de fondo. La música de fondo la pones tú con el iTunes y el iFoto combinados en un pase de diapositivas que te improvisa el programa en un pispás.
Lo único malo es verte, de vez en cuando. Esos días que alguien te coge la cámara y te dice que anda, que sacará él la foto, para que se te vea en alguna de ese día. Y ahí estoy, con la sonrisa imbécil, mucho más joven. Hay veces que hasta con pelo, ¡sin barriga! y se supone que con todos los dientes. En esa foto que encontré el otro día hasta estoy fumando en pipa. Fumábamos casi todos. Raro era el paisano que te rechazaba, cuando ofrecías, un pitu en redondo. A mí me tentaba la figura calma, paciente, pensativa, del fumador de pipa, que además perfumaba el aire con aquel olor meloso del tabaco de pipa. Nunca, sin embargo, ni cuando era fumador, pude con las pipas, que me quemaban la lengua. Luego, para hacerse un hombre, hubo que dejar de fumar.
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