Tiene su busilis que sean los de fuera, ausentes en otra galaxia circunstancial, los que determinen para bien o para mal lo que ha de ser la puesta en escena de Asturias en el concierto de la al parecer inacabable refacción de las Españas.
Los cuatro reinos, la tierra dispersa, el solar dividido por gala en dos, el botalón de Europa, su proa lejana, el mirador de las Américas.
Se me agolpan dondequiera que resida el territorio con que se siente, corazón, cabeza, estómago o tal vez intestino, todas las nostalgias. El mundo, la gente, todo es agua viva, energía burbujeante. Más de ochenta años viéndolo y todavía sin acostumbrarme, hasta tal punto que pienso que he de morir sin acabar de entender.
En un consuelo comprobar que tantos me preceden y probablemente seguirán en el empeño. Busco de aquí y de allá libros de historia. Hay pocos que no arrimen las ascuas a sus sardinas, pero queda alguno. Y sorprende entresacar del baúl de los disfraces, de vez en cuando una pieza real y verdadera, algo que te das cuenta de que es más verosímil que cuanto te habían contado.
Van a ser unos miles de asturianos de la diáspora, quienes apuntalen el resultado electoral o lo desmonten y habría que ver el cocimiento que sale. Que siempre resultan artificiales, estos guisos que se adoban para reparar la indecisión, las escaseces, la duda y cada vacilación cuando se queda la balanza electoral indecisa, su fiel tembloroso en el equilibrio, como con tercianas.
Maravilla la prodigiosa multitud y la capacidad imaginativa de la bibliografía supuestamente histórica con que uno se enfrenta cuando pretende ahondar en nuestra historia. Gente importante de su tiempo, inventa con la mayor desfachatez hazañas y precedentes legendarios o deduce sin límites consecuencias que nada parecen tener que ver con los hechos ocurridos, en ocasiones meros, simples esfuerzos para sobrevivir o para satisfacer una necesidad individual o colectiva, o una ambición, o la soberbia de un más o menos chiflado, que, por cierto ¿quién no lo está en mayor o menos medida?
Me encanta charlar con mi perra compañera porque hasta ahora, fuera de algún ladrido, jamás me ha llevado la contraria, y hasta por la calle, cuando ella se empeña en ir hacia un lado, todavía le puedo, con un simple tirón de correa. Argumento con ella y he de reconocer que me mire y tuerza la cabeza, desconcertada. Acaba por tumbarse a mis pies, procurando siempre estar cerca. Cierra los ojos y finge dormir, a ver si me callo, supongo. Vive en otro mundo. Donde lo importante es salir por lo menos dos veces al día a la calle y comprobar los olores de cada esquina y cada rastro. Un mundo donde las cosas son como son y a ningún perro se le ocurre tergiversarlas
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