Leo y no acabo del desprestigio que vierten los diferentes comentaristas respecto de los candidatos que encabezan las distintas opciones políticas que pretenden gobernarnos y representar a los asturianos.
Hay muchas más descalificaciones que relaciones de méritos que pudiese justificar una por lo menos ocasional preferencia por alguno de ellos.
Me pregunto si estaremos llegando a ese grado de irritación, escepticismo o desaliento a partir del cual ya nada vale más que una especie de anarquismo como el de esos herederos minoritarios o comuneros de propiedades horizontales que acreditándolo, opinan que vale más “quemarlo todo” que permitir nuevos esperanzados, o por lo menos ilusionados ensayos.
No vale, al parecer, ninguno para hacer lo que cada cual piensa, todos diferente, que debe hacerse en este rincón para reconvertirlo en vergel. Mejor, parece que se ha llegado a opinar, dejarlo ir todo a monte de cádava, ortigales y escayos, que permitir que alguno de “estos” se apoltrone a nuestra costa.
Me gustaría tener suficiente y suficientemente clara voz para recomponer la ilusionada esperanza de que, si no otra cosa, alguno, por incompetente que pueda parecer, poco afable, desagradable, inquietante, pueda alcanzar la gracia de ese milagro, equivalente mínimo del milagro grande de que amanezca cada nuevo día, susceptible de ponernos en marcha como un equipo coordinado, eficiente.
Asturianos recios, violentos, de notable aspereza, según relataba Herodoto, con la cabeza clara, nos adulaba Ortega, tan clarividentes como Jovellanos, por no añadir la ristra de quienes bajaron, o subieron, a Madrid y ahora preparan las maletas para irse a Bruselas, como otros inundaron las repúblicas ultramarinas de esfuerzo y saberes … ¿nos iremos a rendir ahora? ¿habremos desdejado tanto el cultivo de las virtudes propias de nuestro hecho diferencial que estemos a punto de rendirnos al cansancio del escepticismo?
Tal vez, ojalá, mañana, todos a una, cada periódico y sus comentaristas me empiecen a sembrar la duda acerca de si debo votar a uno u otro a fuerza de enumerarme sus méritos, capacidades y virtudes, en vez de sembrármelas por supuesta incompetencia generalizada del conjunto.
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