Me ha pasado por encima hoy un tsunami de escepticismo.
Ocurre, por lo menos me ocurre, cuando paso sobre las líneas, más que leerlas, de alguno de los diría que la mejor palabra definitoria la tenemos en Asturias y es llamarles babayos, que pontifican y dogmatizan desde su mínima entidad como si fueran sabios.
No hay más sabios que quienes se sienten aprendices, discípulos, epígonos, llamémosles como queráis. En realidad no hay más sabios que quienes entienden que su provisional verdad subjetiva no vale ni un adarme más que la del prójimo en ese preciso momento más cercano. Ni es más trascendente. Ni siquiera más duradera. Y que por eso hay que seguir estudiando con ahínco.
Una verdad dura lo que tardas en dar el paso de vivir siguiente.
Por eso me indigna, mi particular gran ola, y me deja asolado, trasquilado el ánimo con que había decidido enfrentarme al cambio de hora que retrasa la amanecida y el ocaso.
Viene la perra y me hociquea. Es mi hora –me señala, mediante sus ladridos de urgencia, secos, breves, y varias idas y venidas hasta el banco del vestíbulo donde está la correa-, y tiene razón.
Y me saca del desasosiego, del escepticismo y de la tentación de despreciar a algún babayo.
Todos somos babayos –me digo, mientras ella me arrastra hacia su zona de olfateo y desahogos biológicos, ya sabéis, en román paladino, cagar y meixar-, y es una pena que tenga que venir el de turno para hacérmelo recordar. Y, como consecuencia, lejos de sentirnos decepcionados por cualquier babayada, es más útil derrochar comprensión con el babayo y agradecerle que nos marque y subraye las señales que debemos evitar para que a su vez tenga que derrochar él comprensión con nosotros.
Perra, periódicos, pan. Y ahora queda, hoy, votar. Estaba, de estreno de hora anticipada, a la habitual de levantarse, que ya es otra, vacía la calle. Sólo cochecitos. Escasos a Dios gracias, a esta hora a que en los pueblos todavía se saludan, quienes se cruzan, con el deseo recíproco de que el otro tenga un buen día.
“Que lo está”, nos dicen, como si fuese la locución un informe, en vez de ser lo que es: un saludo acompañado de buenos deseos de bienestar.
Allá voy, con mi voto a cuestas. Apenas una brizna sin valor, como no haya otros muchos que coincidan. Sociólogos, políticos y profesionales de la manipulación, han hurgado históricamente y siguen tratando de hacerlo, modificando las leyes electorales con el propósito más o menos evidente de echar una mano, ayudar, distorsionar si es posible, la voz de las urnas, para que al salir la torrentera de votos digan lo que convendría a los suyos.
Allá voy, con mi tesela, tenaz, terco, renqueando. Contaban de un tarde, en plena sesión de cine de aquellos tiempos en que los desnudos se solían tapar con espuma en la bañera, con ocasión de estar bajo la espuma en la pantalla una moza particularmente dotada de atractivos, que se oyó una voz que gritaba alto y claro desde la oscuridad de la sala: ¡¡¡soplái todos!!!. Así gritaría yo hoy: ¡¡¡votái todos!!! A ver si de una puñetera vez queda limpio el aire.
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