Dos partidos, dos aforismos, dos refranes; dos caminos conocidos, dos cosechas trilladas. Por sus obras, los conocimos. Son como son. Vienen de las ideas del siglo XIX, cuando, siendo como éramos, los necesitaron nuestros abuelos. Lo que ocurre es que nosotros somos los nietos de nuestros abuelos. Nos parecemos a nuestros abuelos, pero no somos exactamente como ellos, ahora mutados a gente del umbral de nada menos que el siglo XXI.
Por eso no valen aquellas ideas, a menos que las adobemos y trufemos con las de nuestro tiempo, éste, el único que tenemos de este lado del espejo, donde, como ellos en el suyo, también aguardamos la llegada de la Dama del Alba, pero de otra manera sutilmente diferente.
El tiempo no perdona. Las ideas del siglo XIX, que tanto necesitaban nuestros entrañables abuelos, se han hecho viejas. Ahora es tiempo tan nuevo que puede compararse con la llegada a cosa parecida al Renacimiento, cuando salieron de la Edad Media y redescubrieron que, además del alma, nuestra figura tiene el cuerpo.
En la Edad Media, las guerras fueron tremendas, de religión, religiones enfrentadas, A la larga, el Renacimiento, que, paradójicamente, nos llegó a través de traductores islámicos, recondujo al enfrentamiento de radicalismos materialistas. E hicimos, de la mano de unos ideólogos que trataban de indicarnos caminos, las tremendas guerras económicas, sin cuartel, de radicales capitalistas contra radicales comunistas.
Las guerras, por más que tengan vencedores y vencidos, acaban siempre en las tablas del dolor, la destrucción y la catástrofe. Mueren, durante ellas, los probablemente mejores de ambos bandos y sobreviven los más astutos, sagaces, prudentes, que en seguida, tratan de reconstruir en su beneficio.
Solo que después de la convulsión de cualquier guerra, lo prudente no ha sido nunca reconstruir, sino poner en los cimientos, además de los materiales viejos, recompuestos, reciclados, los que trajo el futuro, sus nuevas técnicas y nuevos conocimientos.
Tenemos, hoy, después de habernos enfrentado en el terreno espiritual del medievo y en el material de las edades moderna y contemporánea, que comprender a la gente nueva de este siglo, materia y espíritu, para construir con ella la sociedad nueva, en parte parecida a lo que tuvieron nuestros abuelos, pero con cuenta de lo que ya ahora tenemos y previniendo en la medida de lo imaginable, lo que tendrán nuestros hijos, para mí ya nuestros nietos.
Un tiempo nuevo, una sociedad nueva. Dudo que nos valga tratar de volver a alguna parte, cuando lo que necesitamos es el camino para llegar al tiempo nuevo.
Que se parecerá, pero será muy diferente.
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