Apartemos de una puñetera vez política y economía, ya que no podemos de nuestras vidas, que han de recorrer tales autopistas, por lo menos de nuestra conversación de hoy. Este monólogo en que consiste el soliloquio del autor de un blog, que, sin embargo, mantiene una conversación con unos cuantos socios silenciosos, amigos callados, y anónimos, que dentro de un rato, o tal vez mañana, echarán una ojeada: a ver qué dice éste hoy.
Bajemos hasta, pongo por ejemplo, un museo. Si estás, está usted, en la ciudad, habrá museos. Inclusoo en mi pueblo hay varios de cosas vieyas, mezcladas con antigüedades entrañables, otro de recuerdos del premio Nobel de que presumimos y un tercero en que exhiben como más importantes piezas varios calamares gigantes. En las ciudades hay muchos más y tan o más importantes museos que estos. Los museos, a mí, particularmente, además de la mayor o menor admiración que me produzcan, a la vez, o casi en seguida, me entristecen siempre un poco por su evidente carga de nostalgia triste. En un museo, si hubiese, que en algunos ya ponen con mayor o menos oportunidad y acierto o desacierto, música de esa que llaman ambiental, es probable que yo seleccionara siempre la caricia de un cuarteto o quinteto exclusivamente de cuerda. Porque en el museo, irremediablemente atrapada, se halla la ilusionada esperanza de quien realizó la obra de arte –cuando no ya el cuerpo de animales que estuvieron vivos y eso que queda es el residuo del contenedor de energía que el cuerpo representa siempre para la vida. Ahora –piensas al fijarte en ellos, de algún modo se han convertido en materia inerte. Y lo más que se logra es que tú o yo, les proporcionemos, al entablar el diálogo visual con ellos, una interpretación que es probable sea diferente, porque ¿cómo puedo yo, a partir de mi admiración por un cuadro de Velázquez, del Greco o del Bosco o de Modigliani, para no hablar de fra Angélico, tan lejano, sentir y luego pretender entender lo que ellos, en su lejana, diferente y tan particular situación y época estaban sintiendo al corregir la pincelada, quedarse, entre trazo y trazo, pensativos, o al mezclar en la paleta una pizca más de cualquier color para lograr otro semitono expresivo de qué?
Vayamos, si no os apetece esto, a contemplar el horizonte. Disfruto, personalmente, en un camino que, de pronto, hace ahí mismo, delante, un quiebro, y se pierde tras del recodo. La situación está abierta a muchas posibilidades. ¿Qué habrá del otro lado?
Estás tranquilo, o no, pensativo, o esperanzado, en casa, y suena el timbre. Quien llega puede, a mí hoy me ha ocurrido, mejor dicho, ayer, por la tarde, proporcionarte oportunidad de compartir un día radiante. La vida es así. Inesperada, caprichosa. Otras veces, cruel como lo son los niños, cuando te dicen una verdad que te afecta, pero sabes de su certeza y de la ausencia mala intención en que te digan que eres como eres. Ellos lo ven con naturalidad.
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