Cuanto está vivo, es dinámico, se mueve, hace cosas o las piensa más o menos apasionadamente.
La inactividad, y, como consecuencia lógica, la huelga, que invita e incita a la inactividad, es otra imagen de la muerte, su reflejo en el fondo del espejo.
Me pregunto si cuantos defienden lo que llaman el estado del bienestar, a través de una creciente demanda de participación en la riqueza, están dispuestos a hacer una parte estimable del esfuerzo en este preciso momento indispensable para crear la riqueza que en su día tendríamos que idear nuevos modos de repartir, a la vez que la pobreza, que es por cierto su inexorable sombra.
Una de dos, o entre todos pagamos nuestras deudas, y, a continuación, estructuramos una economía capaz de generar riqueza, cosas ambas que exigen imaginación, sacrificio y esfuerzo, o no tendremos más que miseria para repartir.
Buen día, éste de hoy, cuando no haya más voz en la calle que la de los que protestan, coaccionan y ahuyentan, para que los que queden aparte, se encojan, amedrenten y reduzcan a su respectiva soledad, aprovechen, aprovechemos para pensar modos y maneras de salir de la piel antigua y entrar en la nueva, ahora que es tiempo de mudar la piel, abandonar el viejo exuvio y estrenar traje del tiempo en que nos ha tocado vivir.
Con cuenta de que cada derecho trae consigo un haz de deberes y responsabilidades sin las que se convierte en remedo de sí mismo. Por ejemplo, el derecho al trabajo viene con el deber de trabajar; la libertad entraña la responsabilidad de su ejercicio; cada privilegio lleva ínsito el deber de servir; la autoridad, sin mengua de su rectitud, supone humildad; la administración obliga a honestidad.
No me parece a mí bueno, a hora de arreciar en el esfuerzo, haber salido a la calle a pararlo. ¿Para demostrar qué? Ya sabemos cuántos somos los que pensamos de una manera o de otra. Más o menos, gritando o callando menos o más, mitad y mitad. Y, dando la razón a Bernard Shaw, la verdad insiste en ser paradójica: el mayor equilibrio produce desequilibrio.
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