martes, 6 de marzo de 2012

Hay días recién nacidos, que lo primero, todavía entre sueños, con los párpados perezosos, la oscuridad del último revuelo de la falda de la noche alrededor, es la algarabía de muchas gaviotas, que parece imposible que estemos ya en el año dos mil doce, nada menos. ¡Quién nos lo iba a decir!

Tal vez fuimos la última de varias generaciones que leyeron a Julio Verne como colmo de una fantasía ya hecha en su mayor parte casi realidad.

Y sin embargo, no basta. Los jóvenes ya empiezan a soñar con las novedades del año tres mil.

Algunos.

Porque advierto con inquietud que ahora, en los jóvenes, ha prendido una escéptica desconfianza respecto del futuro y prefieren enfrascarse en este preciso momento. El futuro –parecen augurar-, no es seguro que llegue. Y recitan con Whitman.

Recitar, me dice un contertulio, puede ser un modo de huir.

Hay quien recita como fotografiando y en el otro extremo de éste, viven los que recitan un soliloquio ininteligible.

La poesía, como la música, es un modo de expresión de incontables matices y modos, cada cual con su atractivo y su encanto particular. La estética no tiene fronteras. Por eso hay una estética del terror y otra, paradójicamente, de la fealdad. ¿No os habéis fijado en que lo extremadamente feo tiene un atractivo especial, una particular y peculiar especie de belleza?

Esta tarde, la perra y yo fuimos a comprar bulbos de lirio. Ya hay, en la bolsa, alguno semibrotado. Es tiempo de plantarlos. Son unas flores brillantes, que a mí, sin embargo, cuando brotan, me dan una pizca de tristeza, porque indican la parte mejor del verano, que así, al llegar a la plenitud, ya anuncia la proximidad de la decadencia que las mismas flores proclamarán languideciendo unos diez o quince días después.

Inundan los periódicos pruebas y sospechas de mordidas, aprovechamientos, sisas y pelotazos. Lo dicho, el Lazarillo y el Buscon, Rinconete, Cortadillo y el mismísimo Sancho Panza, con su ambición de llegar a gobernar la ínsula, recorren aún el paisaje, los caminos de una tierra sobre que Machado vio arrastrarse la sombra de Caín.

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