Sobre un papel inocente, en blanco, puede escribirse un delicado poema o un virulento libelo. Al papel le da igual, a falta de modo de expresión, una cosa u otra. Se limita a repetir como un loro lo que escribamos grandes autores o los cuatro pelagatos que asimismo nos empeñamos en escribir sin descanso, sin dar tregua, sin decir casi nunca apenas nada que valga un adarme de pena.
El papel ni siquiera, que se sepa a ciencia más o menos cierta, sufre. El se limita, como las autopistas o la vía del tres, a permitir que lo usemos para desahogar ese instinto peculiar de los escritores, que, por desgracia para el eventual lector, lo mismo se da en los escritores buenos que en los mediocres e incluso los malos.
Que deberíamos pensar en la posibilidad de una asistencia y un tratamiento que nos pudiera liberar de la obsesión y la satisfacción de escribir.
¿O no?
Es posible que como la sombra es necesaria para la luz, nosotros seamos indispensables para contrastar a los buenos, a que resalten, como ocurre con un primer plano obtenido con teleobjetivo, que relega el fondo a un borroso expresionismo y perfecciona las líneas de lo enfocado, proporcionándole una envidiable nitidez.
Consuela adivinar que todo, incluso lo que parece tan inútil y molesto como los puñeteros insectos que denostaba Dámaso Alonso en indignados versos, tiene utilidad para algo o para alguien, en este intrincado mundo en que nos movemos.
Anoche mismo, aprovechando las hilachas últimas de la huelga, algunas cadenas de televisión, por una noche, abandonaron a los famosos e hicieron famosos a los diminutos corpúsculos del plancton y del polvo que puebla el aire y se amontona tras mi Mac, capa tras capa de sorprendente suciedad que celosamente oculta para que no me vengan a limpiar y compliquen el enredo de cables y cordelería.
El reportaje me ha recordado que jamás estamos solos, que millones de seres pululan a nuestro alrededor, cada regimiento en su mundo, con su territorio, alguno es posible que en algún peculiar idioma y mediante neuronas inimaginables, capaces de decir, hacer, pensar y hasta endurecerse y vacunarse contra los antibióticos y demás plagas que los feroces humanos enviamos sin cesar contra ellos. Que, al fin y al cabo, como las jirafas, los leones y nosotros mismos, lo único que pretenden es sobrevivir y reproducirse.
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