A la salida de un domingo, hay siempre, o ha habido siempre hasta ahora, un lunes, en esta caso concreto, de los idus de marzo. Hace muchísimos años, por estas fechas, asesinaron a César. Hoy, con la misma desfachatez, se sigue matando, asesinando a veces, a más gente, sean o no los idus de marzo. Casi primavera. Tendría Alejandro Casona que haber prohibido, no sólo el suicidio, sino también el homicidio en primavera. La primavera, sin embargo, con eso de estar llenándolo todo de vida, invita al neoromanticismo de la muerte. Muerte y vida, en sus extremos, como pasa con el amor y el odio, son colindantes y se atraen con la mista intensidad que los polos contrarios de los imanes.
“Et tu, Brute …”, dicen que exclamó César, ¿dolido? ¿asombrado? Poco debía valer el servicio secreto de un caudillo tan importante, si no le había informado de los manejos de Bruto y de su deslealtad. Asimismo la deslealtad vuelve a estar de moda. Poco importa la desdicha ajena, si de algún modo puede aliviar la nuestra, Cosa, hay que suponer, que acentúa y subraya el estado de necesidad por que pasamos en cada época de vacas flacas.
Hay siempre misóginos, solitarios, enamorados de la curvatura, para ellos única e inimitable, de su ombligo. Resulta divertido localizarlos, de vez en cuando, porque a la larga son tan insoportables como todos los demás egomaníacos, y escuchar su palinodia. Cualquier persona es digna de estudio y admiración, siendo tan peculiares, diferentes, y, sin embargo, tan parecidas. Te cuentan, maravilladas de sí mismas, “su caso” y lo que preocupa es que sea tan parecido a varios semejantes, que recuerdas. Así resolvía la señorita Marple, de doña Agatha Christie, intrincados problemas policíacos que le proponía la autora, por analogía con vivencias de su pueblo, St. Mary Mead, creo.
Durante el domingo, ayer, diversas pequeñas o grandes multitudes se han echado a la calle para protestar por diversos motivos. Cada vez será, auguro, peor, porque ya decía la abuela Sabina que “donde no hay harina, todo es mohína”. Se secaron, al parecer, aquellos “brotes verdes”. Hubo en la galería de casa de mis padres una aspidistra que estuvo muchas veces aparentemente a punto de secarse para siempre. No sé qué le echaban, que, al poco, brotaban de la tierra unos pequeños brotes, que, poco a poco la reconstruían boyante. Llegué a considerarla parte integrante de la familia, indispensable para la supervivencia colectiva. Recuerdo que se le cortaban pedazos de raíz y algunos de nosotros nos llevamos a nuestros respectivos hogares “hijos” de aquella increíble reproductora. Todavía anda por ahí mi tiesto, creo que apenas unas hojas ahora mismo. Tengo que acordarme de abonarlo y regar.
No es bueno que se formen multitudes, por pequeñas que sean, porque cualquier grupo puede ocasionar pérdidas de identidad. La identidad se pierde cuando los individuos agrupados se funden y convierten en masa y cuerpo de la consigna que otro desmesura a través de un megáfono. Los megáfonos, como la letra impresa, confieren a las consignas y los aforismos una especie de verosimilitud que se impone y antepone al raciocinio, y, a veces, lo que es peor, incluso al sentido común. Pienso que no deberíamos perder nunca el norte de ser conscientes que tan importante es el colectivo como el individuo, pero asimismo el individuo debe ser tan importante como el colectivo.
Lunes, anticiclón, sol. Dentro de nada, saldrá el nordeste y nos recordará que aún siendo inminente la primavera, queda por desollar el rabo, que también es toro, del invierno.
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