Arlequín era y es un personaje de la comedia italiana. Audaz, lleno de picardías y artimañas para salirse con la suya. Todo un tipo vestido a rombos, que suele abusar de la ingenuidad casi siempre enamorada de Pierrot. A su amigo Pierrot, le cantan los niños franceses a la luz de la luna, que es cuando mas se suele ablandar el corazón, ya de por sí pura gelatina, de este otro dulce personaje.
La comedia italiana está construida, más que escrita, con tiralíneas, de un solo trazo. Cada personaje es como es. No pasa como con nosotros, la gente de carne y hueso y alma, sea o no de cántaro, que solemos estar plagados de recovecos y mantenemos una periferia icosaédrica por lo menos, cada cara un modo de comportarnos, según, por otro lado, cómo incida en ella la luz o se la coma una u otra sombra.
Los perros, por ejemplo, en cambio, son como los personajes de la comedía de que hablábamos, de una pieza. Si te cogen simpatía la mantendrán, salvo maltrato, aunque los decepciones a veces y te niegues a darles la galleta o rascarles el pescuezo o detrás de las orejas, que son sus puntos de ronroneo, y si les caes mal, dondequiera que te vean o te morderán la culera o el tobillo, entre regocijados, más que feroces, ladridos.
A la gente nos gusta que los demás sean de una pieza, pero ser nosotros complicados y a pesar de ello resultar simpáticos a los elementales, que nos miran desconcertados cuando hacemos gala de nuestro dudoso sentido del humor. Porque lo cierto es que también hay gente leal, honesta, que a pesar de mantener la compleja naturaleza humana, se esfuerzan por comportarse como creen que esperamos de ellos. Aunque dicen los aficionados a estadísticas y porcentajes que cada vez son menos, que cada vez se apunta más gente a lo de no dejar traslucir lo que se piensa, no sea que se entere el otro en su beneficio. Un amigo de otro amigo, cuando el segundo le preguntaba lo que estaba pensando, le respondía casi siempre que no estaba dispuesto a decírselo, puesto que en ese caso, el interrogador, además de saber lo que estaba pensando él mismo, sabría lo que pensaba el interrogado.
Mis secretos, dijo no sé quién, puesto que la frase está en mi subconsciente y no creo haberla inventado yo, son mi fuerza. ¿Lo son? Puede que no, pero lo que sí sé de cierto es que tus confidencias serán siempre tu debilidad latente. Aquél a quien confías, a esa hora mala de la atardecida, alguna de tus cobardías, te la espetará en público cuando menos lo esperes. En ocasiones, como quien cuenta una gracia. Es muy peligroso el sentido del humor, porque en demasiadas ocasiones hace falta un payaso tonto, para que el listo se luzca y arranque risotadas o sonrisas.
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